Hace muchos años, a principio de la década de los sesenta del siglo pasado, el presidente Adolfo López Mateos impulsó a México como sede de las olimpiadas. También estableció el impuesto de la tenencia vehicular federal para cubrir los costos de las instalaciones deportivas, complejos habitacionales y gastos administrativos. En 1962, el presidente Díaz Ordaz lo instituyó como ley y se mantuvo durante los siguientes decenios. Para esa época, el argumento parecía simple y satisfactorio: los autos eran un verdadero lujo y sus propietarios debían pagar por ostentarlos.
Después vinieron las crisis económicas, a partir de la década de 1980. En aquellos momentos, el gobierno federal observó que el costo olímpico se había cubierto en la década de los setenta, pero el impuesto producía dinero y bastante, por cierto. Entonces lo utilizó para paliar los efectos de las crisis y, luego, para enviar parte y después la totalidad a los estados recaudadores; así podía destinar los otros rubros federales al gasto corriente. Año con año, el cobro originado para cubrir los gastos olímpicos se convirtió en parte de la recaudación tradicional; sin embargo, muchos ciudadanos y organizaciones se inconformaron. Cuarenta y cinco años después, en la pasada elección federal, casi todos los partidos hicieron eco del clamor popular y exigieron la derogación de la tenencia vehicular federal. Antes que el Congreso la hiciera efectiva, el gobierno federal se adelantó y la eliminó, pero condicionó que sería a partir de enero de 2012. Exactamente el año en que el gobierno panista dejará de gobernar.
A partir de esa decisión, muchos gobiernos estatales han dejado de cobrar el impuesto. Lo han derogado los estados de Baja California, Chihuahua, Querétaro, Yucatán, Veracruz, Tlaxcala y recientemente Quintana Roo. En los estados donde el priismo ha ganado o recuperado el poder, ha derogado el impopular impuesto; pero, incluso, estados gobernados por las coaliciones raras, como Puebla, también lo han anulado.
A diferencia de ellos, en Oaxaca, desde la campaña electoral pasada, los personeros del régimen actual anunciaron que seguirían cobrándolo. Los argumentos fueron varios, desde la necesidad de recaudar más dinero, hasta los políticos, denostando al anterior gobernador por vincular el impuesto a la bursatilización de los adeudos. Lo único real es que el impuesto es el más fácil de cobrar, porque tiene una base de tributarios cautivos. En lugar de imaginar y proponer otros impuestos que no afectaran a la economía popular, los nuevos recaudadores entrantes se fueron por el camino fácil. Como el impuesto ya fue derogado a nivel federal, le propusieron a la nueva legislatura, donde tiene mayoría, que aprobaran el cobro estatal del hasta entonces impuesto federal. En una primera sesión histórica -porque los 16 diputados del PRI estuvieron ausentes- los diputados de la coalición gobernante aprobaron volver estatal el impuesto vehicular.
Hoy, muchas organizaciones están impulsando la derogación de este ilegítimo impuesto. Apoyarlas es parte de la necesidad del cambio en Oaxaca. No debe haber más impuestos sin un destino definido; no se debe afectar más la economía popular, mientras los grandes consorcios económicos sólo succionan recursos y, casi, no dejan nada para la economía oaxaqueña. Es un verdadero reto, pero creo que los oaxaqueños sabremos resolverlo.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 24 de abril de 2011.