La velaria del Auditorio Guelaguetza es la magna obra póstuma de Ulises Ruiz. Es, también, es un verdadero monumento a la corrupción de ayer y a la simulación de hoy. Nadie, en su sano juicio, puede negar la necesidad de la techumbre. Sólo la necedad del radicalismo ideológico y el costumbrismo de los conservadores puede insistir en mantener el tendido al sol. Por lo demás, el dinero estaba puesto, pero etiquetado. Si no se concretaba la obra, el recurso retornaría a la federación.
Hoy, ya concluida la obra en su totalidad, propios y extraños se darán cuenta de sus beneficios. A partir de mañana veremos a los funcionarios del gobierno ponderar sobre las virtudes del enlonado y no dudo que el secretario de las Infraestructuras incluso pensará en un PPS para poner un techado permanente y un poco más grande, en superficie y en costo, porque si los que se fueron saquearon, los que entraron piensan en negocios y no precisamente en pequeñeces. Las virtudes de la velaria también echarán abajo la simulación de la consulta anunciada. Supuestamente sería la apertura de las consultas ciudadanas, tan vanagloriadas en la pasada reforma constitucional. El problema es que no hay ley secundaria para operar los ordenamientos y, pronto, tampoco habrá voluntad política. La techumbre será otra prueba más de la simulación hecha gobierno en la entidad oaxaqueña.
Nadie pone en duda la necesidad de la cubierta del auditorio. La crítica siempre provino de la administración poco clara del presupuesto. Como se manejó la obra, fue sentando los cimientos para convertirse en otro monumento a la corrupción del sexenio anterior.
Como recordaremos, se asignó, para no variar en la nacionalidad de los amigos de los gobiernos, a la empresa española Isolux Corsan Construcción. El proyecto original estimaba un costo de 40 millones de pesos, pero, con los estiras y aflojes, el contrato se fijó en 65 millones 932 mil 950 pesos, para cubrir un total de 12 mil 500 metros cuadrados. Todo caminó bien hasta que el perverso interés económico trastocó la arquitectura. Entonces se percataron que habían materiales susceptibles de ser sustituidos por otros de menor calidad, pero cobrados como los mejores; encontraron, también, conceptos no planeados y, como en todo el sexenio anterior, se revisó el contrató hasta en tres ocasiones; en la última, el gobierno se comprometió a pagar otros 40 millones de pesos más. La techumbre tendría una cubierta a base de membrana sintética de alta resistencia, capaz de tolerar cualquier inclemencia del tiempo.
A un costo de 106 millones de pesos, construyeron una obra con el peor material posible. El anterior constructor, Octavio Pastrana, culpó a la empresa Toldomatic de la mala calidad del material de las lonas. La “membrana sintética de alta resistencia” terminó siendo una lona común, que se rasgó con los primeros aires de fines del otoño pasado. Ahí comenzó la mala suerte de la empresa constructora.
Llegó el nuevo gobierno y las caras largas, pero el nuevo secretario de las Infraestructuras, en lugar de revisar las tropelías contractuales, comenzó haciendo política. Siete meses después tenemos velaria. La corrupción quedará enterrada bajo los escombros y las nuevas alabanzas a la capota. Aquí no ha pasado nada, salvo la visualización de una nueva obra que habrá de renovarse constantemente y cada sexenio requerirá remoción total. El negocio perfecto, como la Ciudad Administrativa y Judicial.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 25 de julio de 2011.