FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 15 de mayo de 2009.
Para no variar su libreto, el nunca suficientemente bien ponderado ex presidente Vicente Fox volvió a hacer su numerito, para reclamar las virtudes que ninguna persona en su sano juicio le puede otorgar. En esta ocasión, recibió un doctorado honoris causa que, en su caso, más que prestigio le debe acarrear pesares.
El título honorífico lo otorga normalmente una universidad, para reconocer los aportes científicos o acciones de una persona en bien de la humanidad. Es un acto y un título sin valor académico, pero con alta carga de prestigio. Al menos así ocurre, cuando se entrega por méritos propios y no bajo la sospecha de la dádiva y la consigna, como en el caso de Fox.
Hasta donde sabemos, el ex presidente no hizo ningún aporte al mundo, ni siquiera a la nación mexicana. Toda su enjundia para alcanzar la democracia, se estrelló en el eslogan de “sacar de Los Pinos al PRI” y lo dejó en la mera alternancia política, sin modificar ni una sola de las reglas del presidencialismo priista. Es más, retomó lo más nefasto de las facultades metaconstitucionales del presidencialismo, para beneficiar a su cónyuge, permitir el inmoral enriquecimiento de sus hijos políticos y, de paso, del adoptado con su nombre y apellido.
Como hombre de saber, siempre dejó mucho que desear. Al periodista Félix Cortés Camarillo, en sus oficinas gerenciales de la Coca Cola en Guanajuato, le respondió: “A mí no me pregunte de libros. A mí pregúnteme cuántas rejas de refrescos vendo al día y le daré la respuesta”. Después supimos que nunca leyó un libro completo y concluir su carrera profesional fue parte de su farsa personal, porque sólo se pudo titular, muchas décadas después de concluir sus estudios, cuando su universidad privada le aceptó el Plan Estatal de Desarrollo del estado de Guanajuato, como si fuera el documento de su tesis profesional. Fue, como ahora, un maridaje de intereses y un acto de desprestigio, donde se amarró el lucro de la Universidad Iberoamericana y el ansia de reconocimiento que solo produce la ignorancia y la inseguridad personal.
Ese afán de obtener lo que, por medio legítimos, difícilmente ni siquiera se puede soñar, no es nuevo entre los extravagantes de la política. Hace muchos años, otro hombre inmoral lo hizo. Fue el tristemente célebre “Negro” Durazo, quien haciendo gala de los privilegios de la amistad presidencial se fabricó y se hizo autorizar la ostentación del grado de General de División; aunque nunca estuvo en el ejército, portó el águila de perfil y las tres estrellas del grado militar. Pero no solo eso, en las alturas de la locura de las alabanzas, otro Sahagún, pero Vaca, consiguió que una, ahora olvidada, asociación de abogados lo vistiera de toga y le entregara el doctorado honoris causa, que publicitó por todos los medios.
Por eso, cuando los políticos se suben al ficticio ladrillo del honorífico título, solo causan conmiseración y pena. Muchos de ellos no saben que no es un grado académico, tampoco es un título personal para portar. No es como los documentos que avalan la conclusión de los estudios profesionales, aunque se haya traído de lejanas y desconocidas instituciones, presuntamente académicas.
También en Oaxaca soplan esos vientos de falsos oropeles, aunque a la directora del Instituto de la Mujer Oaxaqueña no le haya entregado el honoris causa la universidad que fundaron los dueños de la Coca Cola en Atlanta, la empresa donde fue empleado Vicente Fox y cuya universidad ahora lo reconoce.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 15 de mayo de 2009.
Para no variar su libreto, el nunca suficientemente bien ponderado ex presidente Vicente Fox volvió a hacer su numerito, para reclamar las virtudes que ninguna persona en su sano juicio le puede otorgar. En esta ocasión, recibió un doctorado honoris causa que, en su caso, más que prestigio le debe acarrear pesares.
El título honorífico lo otorga normalmente una universidad, para reconocer los aportes científicos o acciones de una persona en bien de la humanidad. Es un acto y un título sin valor académico, pero con alta carga de prestigio. Al menos así ocurre, cuando se entrega por méritos propios y no bajo la sospecha de la dádiva y la consigna, como en el caso de Fox.
Hasta donde sabemos, el ex presidente no hizo ningún aporte al mundo, ni siquiera a la nación mexicana. Toda su enjundia para alcanzar la democracia, se estrelló en el eslogan de “sacar de Los Pinos al PRI” y lo dejó en la mera alternancia política, sin modificar ni una sola de las reglas del presidencialismo priista. Es más, retomó lo más nefasto de las facultades metaconstitucionales del presidencialismo, para beneficiar a su cónyuge, permitir el inmoral enriquecimiento de sus hijos políticos y, de paso, del adoptado con su nombre y apellido.
Como hombre de saber, siempre dejó mucho que desear. Al periodista Félix Cortés Camarillo, en sus oficinas gerenciales de la Coca Cola en Guanajuato, le respondió: “A mí no me pregunte de libros. A mí pregúnteme cuántas rejas de refrescos vendo al día y le daré la respuesta”. Después supimos que nunca leyó un libro completo y concluir su carrera profesional fue parte de su farsa personal, porque sólo se pudo titular, muchas décadas después de concluir sus estudios, cuando su universidad privada le aceptó el Plan Estatal de Desarrollo del estado de Guanajuato, como si fuera el documento de su tesis profesional. Fue, como ahora, un maridaje de intereses y un acto de desprestigio, donde se amarró el lucro de la Universidad Iberoamericana y el ansia de reconocimiento que solo produce la ignorancia y la inseguridad personal.
Ese afán de obtener lo que, por medio legítimos, difícilmente ni siquiera se puede soñar, no es nuevo entre los extravagantes de la política. Hace muchos años, otro hombre inmoral lo hizo. Fue el tristemente célebre “Negro” Durazo, quien haciendo gala de los privilegios de la amistad presidencial se fabricó y se hizo autorizar la ostentación del grado de General de División; aunque nunca estuvo en el ejército, portó el águila de perfil y las tres estrellas del grado militar. Pero no solo eso, en las alturas de la locura de las alabanzas, otro Sahagún, pero Vaca, consiguió que una, ahora olvidada, asociación de abogados lo vistiera de toga y le entregara el doctorado honoris causa, que publicitó por todos los medios.
Por eso, cuando los políticos se suben al ficticio ladrillo del honorífico título, solo causan conmiseración y pena. Muchos de ellos no saben que no es un grado académico, tampoco es un título personal para portar. No es como los documentos que avalan la conclusión de los estudios profesionales, aunque se haya traído de lejanas y desconocidas instituciones, presuntamente académicas.
También en Oaxaca soplan esos vientos de falsos oropeles, aunque a la directora del Instituto de la Mujer Oaxaqueña no le haya entregado el honoris causa la universidad que fundaron los dueños de la Coca Cola en Atlanta, la empresa donde fue empleado Vicente Fox y cuya universidad ahora lo reconoce.