FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 9 de enero de 2010.
Oaxaca es uno de los estados con mayor pobreza y mayor desigualdad económica y social del país. Quizá por eso, las nuevas generaciones siempre han aspirado a concretar los ideales de igualdad y libertad, prometidos por la Revolución Mexicana, y buscan alcanzar los estándares de confort y comodidad de las regiones más ricas del país y de los estratos altos del país, difundidos por los medios de comunicación. Sin embargo, el estado sólo les ofrece el estancamiento e inclusive retrocesos del crecimiento económico y las prestaciones sociales precedente.
Somos una entidad estructuralmente heterogénea, pero nos une la lengua franca -el español-, la cultura y las leyes; sin embargo, se registra una profunda crisis en la acción colectiva, que inhibe pensar en conjunto, obtener y administrar recursos y crear alternativas de futuro, creíbles y realizables. Hay un círculo vicioso que ata a Oaxaca a un presente insatisfactorio. En el estado se asume el reinado del corto plazo, como horizonte temporal y mental para pensar la sociedad. Vivimos con una sensación de crisis permanente, con fuertes síntomas de inestabilidad política y económica, y de vulnerabilidad de la sociedad civil.
Los resultados son la pobreza con desigualdad, índices preocupantes de insostenibilidad ambiental y grandes dificultades para ofrecerle un patrimonio educativo y cultural consolidado a las nuevas generaciones. En consecuencia, predomina el conflicto social y la escasez de recursos, como parámetros principales para la toma de decisiones y desembocan en las políticas públicas de corto plazo y la administración de los problemas, como único horizonte verosímil para la sociedad. Por eso, el primer conflicto importante del siglo XXI estuvo a punto de ser identificado como la “primera revolución social del siglo XXI”, cuando no era más que un conflicto de intereses entre las élites políticas gobernantes, que desembocó en una guerra de baja intensidad de los actores movilizados contra la sociedad civil, desarticulando las posibilidades sociales y destruyendo lentamente el talento humano estatal.
A pesar de esta cruda realidad, pensar el futuro y en el largo plazo parece un tabú entre los círculos sociales más influyentes de la entidad. Los políticos y los empresarios suponen que el mercado funciona con base en acciones autocorrectivas y consensos políticos automáticos. A lo más, asumen la planeación del futuro a nivel de los planes macroeconómicos federales y en las proyecciones demográficas, los procesos de convergencia social de la política social y, en algunos casos muy específicos, a nivel de los procesos de innovación tecnológica. Así, para ellos, lo único sensato y realista es administrar los recursos públicos, para sobrevivir políticamente en el corto plazo y el resto se considera una pérdida de energías y recursos.
Desde esa perspectiva, no hay razón para pensar en el futuro, porque supone fabricar utopías o hacer ciencia ficción. El largo plazo se piensa como algo muy lejano. Explorar el futuro se entiende como mero ejercicio de predicción, inútil, costoso e ineficiente. Pensar el futuro parece poco más o menos una necedad, una intervención al mercado, por lo que debe ser proscrito. Por desconocimiento e ignorancia, la planeación prospectiva se encuentra en el limbo entre los administradores gubernamentales estatales, caracterizados por el clientelismo y los juegos de poder e influencia. Por eso, para los administradores locales, el futuro es un tabú que no debe ser pensado ni tocado, porque abordarlo seriamente implica poner en cuestión los privilegios existentes, basados en la ignorancia académica.
Sin embargo, el futuro es importante y no puede ser dejado en manos del accidente o la contemplación, o lo que es peor, del pragmatismo malentendido, la negligencia, la inercia y la improvisación. En lugar de consumir ideologías y modas empresariales, aplicar el juicio intuitivo y los comportamientos indicativos, la sociedad oaxaqueña requiere construir su propio futuro. En lugar de seguir enredados en los conflictos actuales, los oaxaqueños necesitamos pensar en las consecuencias de las acciones presentes y revalorizar el papel de la imaginación creadora, para concretar con la acción las visiones realmente transformadoras de la sociedad.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 9 de enero de 2010.
Oaxaca es uno de los estados con mayor pobreza y mayor desigualdad económica y social del país. Quizá por eso, las nuevas generaciones siempre han aspirado a concretar los ideales de igualdad y libertad, prometidos por la Revolución Mexicana, y buscan alcanzar los estándares de confort y comodidad de las regiones más ricas del país y de los estratos altos del país, difundidos por los medios de comunicación. Sin embargo, el estado sólo les ofrece el estancamiento e inclusive retrocesos del crecimiento económico y las prestaciones sociales precedente.
Somos una entidad estructuralmente heterogénea, pero nos une la lengua franca -el español-, la cultura y las leyes; sin embargo, se registra una profunda crisis en la acción colectiva, que inhibe pensar en conjunto, obtener y administrar recursos y crear alternativas de futuro, creíbles y realizables. Hay un círculo vicioso que ata a Oaxaca a un presente insatisfactorio. En el estado se asume el reinado del corto plazo, como horizonte temporal y mental para pensar la sociedad. Vivimos con una sensación de crisis permanente, con fuertes síntomas de inestabilidad política y económica, y de vulnerabilidad de la sociedad civil.
Los resultados son la pobreza con desigualdad, índices preocupantes de insostenibilidad ambiental y grandes dificultades para ofrecerle un patrimonio educativo y cultural consolidado a las nuevas generaciones. En consecuencia, predomina el conflicto social y la escasez de recursos, como parámetros principales para la toma de decisiones y desembocan en las políticas públicas de corto plazo y la administración de los problemas, como único horizonte verosímil para la sociedad. Por eso, el primer conflicto importante del siglo XXI estuvo a punto de ser identificado como la “primera revolución social del siglo XXI”, cuando no era más que un conflicto de intereses entre las élites políticas gobernantes, que desembocó en una guerra de baja intensidad de los actores movilizados contra la sociedad civil, desarticulando las posibilidades sociales y destruyendo lentamente el talento humano estatal.
A pesar de esta cruda realidad, pensar el futuro y en el largo plazo parece un tabú entre los círculos sociales más influyentes de la entidad. Los políticos y los empresarios suponen que el mercado funciona con base en acciones autocorrectivas y consensos políticos automáticos. A lo más, asumen la planeación del futuro a nivel de los planes macroeconómicos federales y en las proyecciones demográficas, los procesos de convergencia social de la política social y, en algunos casos muy específicos, a nivel de los procesos de innovación tecnológica. Así, para ellos, lo único sensato y realista es administrar los recursos públicos, para sobrevivir políticamente en el corto plazo y el resto se considera una pérdida de energías y recursos.
Desde esa perspectiva, no hay razón para pensar en el futuro, porque supone fabricar utopías o hacer ciencia ficción. El largo plazo se piensa como algo muy lejano. Explorar el futuro se entiende como mero ejercicio de predicción, inútil, costoso e ineficiente. Pensar el futuro parece poco más o menos una necedad, una intervención al mercado, por lo que debe ser proscrito. Por desconocimiento e ignorancia, la planeación prospectiva se encuentra en el limbo entre los administradores gubernamentales estatales, caracterizados por el clientelismo y los juegos de poder e influencia. Por eso, para los administradores locales, el futuro es un tabú que no debe ser pensado ni tocado, porque abordarlo seriamente implica poner en cuestión los privilegios existentes, basados en la ignorancia académica.
Sin embargo, el futuro es importante y no puede ser dejado en manos del accidente o la contemplación, o lo que es peor, del pragmatismo malentendido, la negligencia, la inercia y la improvisación. En lugar de consumir ideologías y modas empresariales, aplicar el juicio intuitivo y los comportamientos indicativos, la sociedad oaxaqueña requiere construir su propio futuro. En lugar de seguir enredados en los conflictos actuales, los oaxaqueños necesitamos pensar en las consecuencias de las acciones presentes y revalorizar el papel de la imaginación creadora, para concretar con la acción las visiones realmente transformadoras de la sociedad.