FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 12 de octubre de 2008.
Bill Clinton fue uno de los presidentes más ocurrentes de nuestro vecino país del norte. De las prácticas de la Lewinsky, pasando por el rescate más rápido ante el desastre financiero de México en 1995, a él se debe una de las más famosas y lapidarias frases de la historia norteamericana: “Es la economía, idiota”, dijo, para criticar al presidente George Bush Sr. y rescatar del marasmo a Estados Unidos.
Ése fue uno de sus puntos fuertes para derrotarlo y es la misma fórmula que los ciudadanos norteamericanos le van a recetar a George Bush Jr., en su intento por mantener al Partido Republicano en la presidencia imperial norteamericana. Hasta ahora, cuando la crisis financiera de Estados Unidos está comenzando apenas, el candidato demócrata, Barak Obama, le lleva al republicano una ventaja de entre 5 y 8 puntos porcentuales en las encuestas aplicadas recientemente; también le está ganando a John McCain en los estados tradicionalmente cautivos de la derecha republicana. De acuerdo con estas tendencias, el próximo año, por primera vez, un negro se sentará a despachar en la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Contra todos los pronósticos y las dudas de quienes pensaban que los blancos norteamericanos, en el último momento, iban a voltear a ver el color de la piel de los dos candidatos y se iban a inclinar por su tradición europea y protestante, los beneficiarios del poderío norteamericano, los grandes financieros y los jugadores de la fortuna de Wall Street, han volteado los papeles, gracias a su soberbia, su avaricia y su irresponsabilidad. Hoy, muy pocos norteamericanos le tienen confianza al Partido Republicano que enarboló las banderas de la libre empresa, de la libertad absoluta para el libre albedrío de los empresarios y financieros, y condujo el mito ideológico de la mano invisible del mercado como bandera de conquista por sobre todos los pueblos del mundo.
La mayor parte de los votantes achaca el desastre financiero norteamericano a un gobierno que no pudo y no quiso poner control al aventurerismo de los apostadores financieros. Los mismos que ahora, con el dinero de los contribuyentes, se pagan millonarios sueldos y bonos, casi como premio por el desastre económico que propiciaron. Estos son los nuevos aires que hacen ondear la bandera triunfante del candidato del Partido Demócrata.
Así, la crisis financiera mundial le va a dar el primer rebote al gobierno norteamericano que le explotó en las manos. La segunda escena de esta deflagración financiera la vamos a vivir en México.
A principio de este año, todas las encuestas y opiniones apuntaban al reverdecimiento de las esperanzas del PRI. Se basaban en la corroboración de las corruptelas del PAN y de sus fracaso como opción de gobierno, porque los funcionarios de la derecha jamás pudieron aprender a gobernar con base en los intereses de la nación, sino respondiendo solamente a intereses facciosos y partidistas. Pero, también, porque en el manejo económico, el PAN en el gobierno se enredó en la macroeconomía y propició una escalada de precios, buscando inducir a la opinión pública a aceptar la ley para la privatización petrolera.
En ese esquema -de cumplimiento de los compromisos contraídos con los financieros internacionales que apoyaron la alternancia como definición de la democratización mexicana y el triunfo de Felipe Calderón como propuesta de cambio-, el gobierno redujo subsidios e impulsó la escalada inflacionaria que afecta principalmente a los más pobres del país. Lo que nunca esperó este gobierno neoliberal, fue el desfondamiento de la supuesta economía más sólida del mundo. El desbarrancamiento financiero de Estados Unidos tomó por sorpresa al gobierno mexicano, como lo declaró el miércoles pasado el secretario de Hacienda, Agustín Casterns.
Es la gota que va a derramar el vaso de los mexicanos. Con un Partido de la Revolución Democrática enredado en las luchas tribales y en su ilegitimidad fundacional como partido de izquierda, muchos votantes han perdido al sol amarillo como faro de su lucha política. Entre la barbarie mesiánica de López obrador y el pragmatismo comercial de Los Chuchos, el militante perredista se va a perder en la maraña de siglas que las nuevas boletas electorales de 2009 le presentarán. Del naranja convergente, pasando por el rojo petistas, hasta llegar al amarillo perredista, muchos votos se van a volatilizar por la falta de consistencia ideológica de sus líderes políticos y, otros, por la ambición y la corrupción marcada de los más radicales del perredismo silvestre.
La primera muestra del futuro inmediato lo acabamos de observar en las pasadas elecciones de Guerrero. Ciertamente, ganó el PRI, pero las causas fundamentales estuvieron en las pugnas internas de los partidos autonombrados de izquierda y en la abulia y el marasmo del panismo derechista.
Pero también, como en Estados Unidos, la anticipada derrota del PAN y el PRD, el próximo año, va a tener en su base la ya clásica expresión de Bill Clinton. La economía va a ser el martillo del ataúd político de los aprendices de magos panistas y también del radicalismo tropical perredista.