FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 28 de diciembre de 2008.
El liberalismo económico nace propiamente cuando santo Tomás (1225-1274) establece en su célebre Suma teológica que la propiedad privada es un derecho natural del hombre concedido por la Divinidad para procurarle una vida feliz. A su vez, el Papa Juan XXII (1249-1334), en franca oposición a la Orden de los Franciscanos, calificaría de herética la doctrina sobre la pobreza absoluta de Cristo y sus discípulos; a partir de su tesis, la propiedad privada dejaría de ser pecaminosa y anticristiana. La idea tomaría vuelo con el médico y filósofo John Locke (1632-1704), se perfeccionaría con Adam Smith (1723-1790) y se haría modelo de desarrollo neoliberal con los californianos Howard Jarvis y Milton Friedman. Su dogma principal postula que la clave del crecimiento económico reside en la empresa privada, pues es la única capaz de activar la producción, generar riqueza, aumentar el ingreso general y garantizar el bienestar de la población.
En México, se introdujo cuando un grupo de tecnócratas, capitaneados por Carlos Salinas de Gortari, tomó como rehén al gobierno e hizo virar a la derecha al país. Con el propósito de entronizarlo, se pondría en marcha una ofensiva para borrar todo vestigio de soberanía; asegurar la preeminencia del interés transnacional; instalar en el centro de la política económica a los dueños del dinero y, simultáneamente, debilitar al sindicalismo mexicano; subordinar al PRI a las políticas prefijadas por el grupo en el poder, desnaturalizándolo, transformándolo en una mera agencia electoral legitimadora de la suplantación. Se persiguió a todo movimiento popular que opusiera resistencia; y se entronizó en el poder de la Federación y los estados a grises individuos, dóciles y complacientes.
Desmantelar al Estado y liquidar las instituciones revolucionarias de desarrollo económico y transformación social fue siempre el objetivo de los neoliberales en el país. Impulsaron el empobrecimiento del campo como nunca, cuando deliberadamente le restaron apoyos, buscando disminuir su participación en el aparato productivo y forzar la entrega de las tierras al capital privado. Provocaron la crisis de la empresa pública, mediante la táctica falaz de hacerla aparecer como irreversiblemente ineficiente. Eliminaron de golpe las políticas de protección a los pequeños y medianos industriales. Cancelaron o redujeron a extremos de inoperancia los subsidios destinados a las clases económicamente menos favorecidas. Abrieron a la participación privada la prestación de funciones esenciales del Estado, como los servicios de seguridad social. El ahorro de los trabajadores se incorporó, vía Afores, a la mesa de la especulación. Los precios de los artículos de consumo necesario fueron abandonados a su suerte en el azaroso campo de la oferta y la demanda.
Aunque se ha presentado como milagrosa panacea, el neoliberalismo no ha producido felicidad alguna entre los mexicanos y sí trajo una y mil calamidades. No logó incorporar a nuestro país al primer mundo, no trajo estabilidad económica ni la ofrecida capitalización. Expectativas y promesas se han diluido en crisis recurrentes, cada vez más profundas y acentuadas, que han golpeado y continuar golpeando con severidad al aparato productivo y a la población trabajadora, que ha visto caer el poder adquisitivo del salario a un nivel ínfimo sin precedente. En pocos años, el modelo hizo crecer la concentración de la riqueza, el desempleo, la falta de fuentes de ocupación y la pobreza.
Congruente con el propósito de otorgar primacía a la empresa particular, los gobiernos neoliberales rompieron el equilibrio finamente hilvanado por la Constitución de 1917, que hacía descansar el desarrollo nacional en el avance y la cooperación fructífera de tres tipos de propiedad: la propiedad nacional en ámbitos estratégicos, administrada por un Estado rector de los procesos económicos; la propiedad privada, sujeta a una función social; y la propiedad social de las clases trabajadoras (ejidos, sindicatos, cooperativas), pensada siempre como el factor de equilibrio entre el estatismo y el capitalismo.
El más grave efecto de las políticas neoliberales ha sido la desincorporación en masa de empresas públicas, como le llamaron a la venta y ruina del patrimonio nacional. En ese proceso, el Estado mexicano perdió gran parte del poder que la Constitución le reservó para salvaguardar su soberanía y, por eso, también ha perdido la capacidad para conducir al país por rumbos propios. El gobierno de la República es hoy un juguete manipulado por los círculos empresariales.
Desde la instauración neoliberal, a mediados de la década de los ochenta, el PRI perdió el poder, dejó de actuar conforme a los principios que le dieron origen y permanencia histórica, se alejó de las demandas populares, renunció a la lucha por la soberanía e independencia del país, dejó de ser el brazo político de la Revolución y se convirtió en una simple herramienta electoral para legitimar las atrocidades de los nuevos dueños del país.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 28 de diciembre de 2008.
El liberalismo económico nace propiamente cuando santo Tomás (1225-1274) establece en su célebre Suma teológica que la propiedad privada es un derecho natural del hombre concedido por la Divinidad para procurarle una vida feliz. A su vez, el Papa Juan XXII (1249-1334), en franca oposición a la Orden de los Franciscanos, calificaría de herética la doctrina sobre la pobreza absoluta de Cristo y sus discípulos; a partir de su tesis, la propiedad privada dejaría de ser pecaminosa y anticristiana. La idea tomaría vuelo con el médico y filósofo John Locke (1632-1704), se perfeccionaría con Adam Smith (1723-1790) y se haría modelo de desarrollo neoliberal con los californianos Howard Jarvis y Milton Friedman. Su dogma principal postula que la clave del crecimiento económico reside en la empresa privada, pues es la única capaz de activar la producción, generar riqueza, aumentar el ingreso general y garantizar el bienestar de la población.
En México, se introdujo cuando un grupo de tecnócratas, capitaneados por Carlos Salinas de Gortari, tomó como rehén al gobierno e hizo virar a la derecha al país. Con el propósito de entronizarlo, se pondría en marcha una ofensiva para borrar todo vestigio de soberanía; asegurar la preeminencia del interés transnacional; instalar en el centro de la política económica a los dueños del dinero y, simultáneamente, debilitar al sindicalismo mexicano; subordinar al PRI a las políticas prefijadas por el grupo en el poder, desnaturalizándolo, transformándolo en una mera agencia electoral legitimadora de la suplantación. Se persiguió a todo movimiento popular que opusiera resistencia; y se entronizó en el poder de la Federación y los estados a grises individuos, dóciles y complacientes.
Desmantelar al Estado y liquidar las instituciones revolucionarias de desarrollo económico y transformación social fue siempre el objetivo de los neoliberales en el país. Impulsaron el empobrecimiento del campo como nunca, cuando deliberadamente le restaron apoyos, buscando disminuir su participación en el aparato productivo y forzar la entrega de las tierras al capital privado. Provocaron la crisis de la empresa pública, mediante la táctica falaz de hacerla aparecer como irreversiblemente ineficiente. Eliminaron de golpe las políticas de protección a los pequeños y medianos industriales. Cancelaron o redujeron a extremos de inoperancia los subsidios destinados a las clases económicamente menos favorecidas. Abrieron a la participación privada la prestación de funciones esenciales del Estado, como los servicios de seguridad social. El ahorro de los trabajadores se incorporó, vía Afores, a la mesa de la especulación. Los precios de los artículos de consumo necesario fueron abandonados a su suerte en el azaroso campo de la oferta y la demanda.
Aunque se ha presentado como milagrosa panacea, el neoliberalismo no ha producido felicidad alguna entre los mexicanos y sí trajo una y mil calamidades. No logó incorporar a nuestro país al primer mundo, no trajo estabilidad económica ni la ofrecida capitalización. Expectativas y promesas se han diluido en crisis recurrentes, cada vez más profundas y acentuadas, que han golpeado y continuar golpeando con severidad al aparato productivo y a la población trabajadora, que ha visto caer el poder adquisitivo del salario a un nivel ínfimo sin precedente. En pocos años, el modelo hizo crecer la concentración de la riqueza, el desempleo, la falta de fuentes de ocupación y la pobreza.
Congruente con el propósito de otorgar primacía a la empresa particular, los gobiernos neoliberales rompieron el equilibrio finamente hilvanado por la Constitución de 1917, que hacía descansar el desarrollo nacional en el avance y la cooperación fructífera de tres tipos de propiedad: la propiedad nacional en ámbitos estratégicos, administrada por un Estado rector de los procesos económicos; la propiedad privada, sujeta a una función social; y la propiedad social de las clases trabajadoras (ejidos, sindicatos, cooperativas), pensada siempre como el factor de equilibrio entre el estatismo y el capitalismo.
El más grave efecto de las políticas neoliberales ha sido la desincorporación en masa de empresas públicas, como le llamaron a la venta y ruina del patrimonio nacional. En ese proceso, el Estado mexicano perdió gran parte del poder que la Constitución le reservó para salvaguardar su soberanía y, por eso, también ha perdido la capacidad para conducir al país por rumbos propios. El gobierno de la República es hoy un juguete manipulado por los círculos empresariales.
Desde la instauración neoliberal, a mediados de la década de los ochenta, el PRI perdió el poder, dejó de actuar conforme a los principios que le dieron origen y permanencia histórica, se alejó de las demandas populares, renunció a la lucha por la soberanía e independencia del país, dejó de ser el brazo político de la Revolución y se convirtió en una simple herramienta electoral para legitimar las atrocidades de los nuevos dueños del país.
Así se alejó a México de los fines originarios de las luchas populares. Se abandonó el ideal de ordenación social configurado por el Constituyente de 1917; el poder del Estado se puso el servicio de los capitales extranjeros; y se postergó indefinidamente la satisfacción de los derechos y la realización de los anhelos de reivindicación de los trabajadores del campo y las ciudades. Con el declive de la línea revolucionaria comenzó la debacle del pueblo, pero también la reposición de los sueños de emancipación, inspiradores de las luchas libertarias mexicanas.