FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 27 de marzo de 2010.
Una de las primeras cosas que deben tener claro los planificadores, es que el desarrollo es un proceso y no una meta a alcanzar. Es un estadio inalcanzable, porque día a día sus metas se transforman. Las grandes dificultades para definir el concepto surgen en el momento en que se adjetiva, porque entonces, más que simplificarlo, se oscurece y complica el sentido del término.
Al final del camino, considero que las cuatro últimas grandes concepciones sobre el desarrollo, no se contraponen; por el contrario, son visiones que se acoplan y complementan, aunque no terminan por definir a cabalidad el universo del proceso perseguido. En mi concepto, el desarrollo sustentable y el humano son visiones genéricas conceptuales, mientras que el regional y el local son métodos para impulsar el proceso tan esquivo. Por eso, para cerrar el círculo, considero necesario establecer cinco grandes dimensiones que este proceso debe impulsar: la social, la económica, la cultural-simbólica, la política y la ecológica. Ninguna de ellas tiene preponderancia sobre las otras; sólo por cuestiones de análisis se le puede dar prioridad a una, como punto de arranque para desencadenar el proceso de desarrollo.
El gran problema surge cuando, por deformaciones profesionales, el analista le asigna la preponderancia a una de las dimensiones. Es por eso que el científico social debe investigar en el sitio las características esenciales de la sociedad inmersa en el proceso, para que, del diagnóstico obtenido, pueda definir cuál será la dimensión susceptible de incidir e influir en la rápida transformación de las otras, para acelerar el proceso. Por eso, en la dinámica de las transformaciones de las sociedades no puede haber recetas, ni los conceptos pueden ser traslapados de una sociedad a otra, sino deben adaptarse a las condiciones locales, transformándose en nuevas concepciones, a partir de las características endógenas. Lo contrario ha conducido al fracaso de nuestros procesos de desarrollo y al desfase entre nuestras formas de vida y las consideraciones teóricas de nuestras ciencias sociales y humanas.
También, es necesario impulsar el proceso desde los pequeños espacios locales, asegurando la autosuficiencia comunitaria y fortaleciendo los capitales de las comunidades. Un nuevo modelo basado en el valor solidario y la reciprocidad, en el reconocimiento de la otredad, a partir de un nuevo paradigma que implica una nueva productividad ecológica, el reconocimiento de los valores culturales, los significados subjetivos y la creatividad humana, en escenarios de diversidad cultural, la conservación de la soberanía nacional y las autonomías locales para alcanzar la articulación de economías locales sostenibles y sustentables.
Así definido el proceso, es necesario transformar a los actores sociales –en general casi todos los integrantes de las comunidades- en sujetos sociales que pueden y quieren encausar los procesos sociales, en la búsqueda de los mejores niveles de bienestar de sus comunidades. En las zonas rurales, los actuales sujetos son las autoridades municipales, las comunales y las organizaciones productivas, quienes deben recibir financiamiento y la atención gubernamental, y de las organizaciones civiles, para impulsar la integración de la comunidad a este proceso de desarrollo. No es individualizando a los integrantes de la comunidad, como se les hará participes del desarrollo; por el contrario, ese proceso rompe el esquema de desarrollo endógeno que las comunidades han impulsado desde hace varios siglos. Las actuales políticas asistenciales gubernamentales impiden la conversión a sujetos sociales, manteniéndolos sólo como actores, lo que promueve la desorganización social e incrementa la pobreza individual y la marginación social.
Creo que el estado tiene inmejorables condiciones para superar las contradictorias expectativas gubernamentales de desarrollo y su práctica en políticas públicas. Cuenta con un inmejorable andamiaje de relaciones sociales y organizaciones comunitarias que le ha permitido sobrevivir a las adversidades históricas. Sobre esas relaciones de solidaridad y reciprocidad, sus habitantes han construido un entramado económico, basado en la reciprocidad, que les permite crear y recrear su cultura, que es el cimiento ideológico que engarza a los individuos y también a las instituciones, permitiéndoles desarrollar un sistema de democracia participativa comunitaria –donde la participación femenina es un rasgo inacabado, pero susceptible de ser impulsado-, que les puede permitir conservar y aprovechar racionalmente el entorno ecológico, si se les deja en la libertad de impulsar sus propias alternativas para generar procesos de desarrollo locales.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 27 de marzo de 2010.
Una de las primeras cosas que deben tener claro los planificadores, es que el desarrollo es un proceso y no una meta a alcanzar. Es un estadio inalcanzable, porque día a día sus metas se transforman. Las grandes dificultades para definir el concepto surgen en el momento en que se adjetiva, porque entonces, más que simplificarlo, se oscurece y complica el sentido del término.
Al final del camino, considero que las cuatro últimas grandes concepciones sobre el desarrollo, no se contraponen; por el contrario, son visiones que se acoplan y complementan, aunque no terminan por definir a cabalidad el universo del proceso perseguido. En mi concepto, el desarrollo sustentable y el humano son visiones genéricas conceptuales, mientras que el regional y el local son métodos para impulsar el proceso tan esquivo. Por eso, para cerrar el círculo, considero necesario establecer cinco grandes dimensiones que este proceso debe impulsar: la social, la económica, la cultural-simbólica, la política y la ecológica. Ninguna de ellas tiene preponderancia sobre las otras; sólo por cuestiones de análisis se le puede dar prioridad a una, como punto de arranque para desencadenar el proceso de desarrollo.
El gran problema surge cuando, por deformaciones profesionales, el analista le asigna la preponderancia a una de las dimensiones. Es por eso que el científico social debe investigar en el sitio las características esenciales de la sociedad inmersa en el proceso, para que, del diagnóstico obtenido, pueda definir cuál será la dimensión susceptible de incidir e influir en la rápida transformación de las otras, para acelerar el proceso. Por eso, en la dinámica de las transformaciones de las sociedades no puede haber recetas, ni los conceptos pueden ser traslapados de una sociedad a otra, sino deben adaptarse a las condiciones locales, transformándose en nuevas concepciones, a partir de las características endógenas. Lo contrario ha conducido al fracaso de nuestros procesos de desarrollo y al desfase entre nuestras formas de vida y las consideraciones teóricas de nuestras ciencias sociales y humanas.
También, es necesario impulsar el proceso desde los pequeños espacios locales, asegurando la autosuficiencia comunitaria y fortaleciendo los capitales de las comunidades. Un nuevo modelo basado en el valor solidario y la reciprocidad, en el reconocimiento de la otredad, a partir de un nuevo paradigma que implica una nueva productividad ecológica, el reconocimiento de los valores culturales, los significados subjetivos y la creatividad humana, en escenarios de diversidad cultural, la conservación de la soberanía nacional y las autonomías locales para alcanzar la articulación de economías locales sostenibles y sustentables.
Así definido el proceso, es necesario transformar a los actores sociales –en general casi todos los integrantes de las comunidades- en sujetos sociales que pueden y quieren encausar los procesos sociales, en la búsqueda de los mejores niveles de bienestar de sus comunidades. En las zonas rurales, los actuales sujetos son las autoridades municipales, las comunales y las organizaciones productivas, quienes deben recibir financiamiento y la atención gubernamental, y de las organizaciones civiles, para impulsar la integración de la comunidad a este proceso de desarrollo. No es individualizando a los integrantes de la comunidad, como se les hará participes del desarrollo; por el contrario, ese proceso rompe el esquema de desarrollo endógeno que las comunidades han impulsado desde hace varios siglos. Las actuales políticas asistenciales gubernamentales impiden la conversión a sujetos sociales, manteniéndolos sólo como actores, lo que promueve la desorganización social e incrementa la pobreza individual y la marginación social.
Creo que el estado tiene inmejorables condiciones para superar las contradictorias expectativas gubernamentales de desarrollo y su práctica en políticas públicas. Cuenta con un inmejorable andamiaje de relaciones sociales y organizaciones comunitarias que le ha permitido sobrevivir a las adversidades históricas. Sobre esas relaciones de solidaridad y reciprocidad, sus habitantes han construido un entramado económico, basado en la reciprocidad, que les permite crear y recrear su cultura, que es el cimiento ideológico que engarza a los individuos y también a las instituciones, permitiéndoles desarrollar un sistema de democracia participativa comunitaria –donde la participación femenina es un rasgo inacabado, pero susceptible de ser impulsado-, que les puede permitir conservar y aprovechar racionalmente el entorno ecológico, si se les deja en la libertad de impulsar sus propias alternativas para generar procesos de desarrollo locales.
En realidad, el proceso del desarrollo estatal debe estar basado en las posibilidades de las localidades, para, a partir de ahí, crear y consolidar microrregiones, construir y consolidar las regiones –a partir de la concepción de la territorialidad- para alcanzar la sustentabilidad y el desarrollo humano, basado en el impulso, el fomento y la consolidación de las cinco dimensiones del desarrollo aquí descritas.