FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 10 de abril de 2010.
En la década de los sesenta, junto con la Revolución Hippie, los grupos gobernantes del mundo comenzaron a interesarse en los devastadores resultados de sus políticas industriales. En las universidades, pero también en los organismos internacionales, empezó a prender la inquietud por el catastrofismo de las investigaciones académicas.
Así se conformó lo que hoy conocemos como desarrollo sustentable. Un pensamiento social basado en las ideas del ambientalismo del siglo XIX. Entre ellas, la crítica naturalista contra la Revolución Industrial, con tres grandes componentes: a) el higienismo decimonónico reclamando mejoras sanitarias contra las deterioradas condiciones de vida de los trabajadores; b) el naturismo para restaurar las formas de vida “natural” y recuperar la “unidad perdida” entre humanidad y naturaleza y, c) el conservacionismo romántico de las primeras asociaciones nacionales e internacionales proteccionistas de especies animales y espacios naturales vírgenes. Por su parte, la corriente crítica social se mantiene hasta nuestros días y es la base de las propuestas que remarcan la dimensión social de la sustentabilidad.
La crítica naturalista se basa en la visión de las clases aristocráticas europeas, quienes buscaban impulsar la creación de reservas naturales, con fines esteticistas de defensa de paisajes amenazados por la industrialización y la preservación de cotos de caza y espacios turísticos. En Estados Unidos, los conservacionistas centran su atención en la explotación forestal excesiva.
Entre esas corrientes antecesoras y el ambientalismo contemporáneo median cambios económico-sociales y ecológicos que hacen una situación cualitativa nueva. El capitalismo del carbón y de la máquina de vapor tenía efectos ambientales negativos, pero de alcance local, y la población mundial era cinco veces inferior a la actual; el pasaje a la producción y consumo en masa, basados en el taylorismo-fordismo, y el uso del petróleo y la electricidad como fuentes energéticas, supuso un cambio radical en el uso de los recursos naturales y sus efectos. Así, la conciencia ambientalista se conforma a partir de la percepción de lo efectos negativos del proceso de la masiva industrialización, pero también como continuación del movimiento pacifista y antinuclear e la posguerra mundial y contra la guerra de Vietnam.
Hoy en día, según Naína Pierre, en su artículo “Historia del concepto de desarrollo sustentable”, tres grandes corrientes se disputan el actual debate ambientalista:
a) La corriente ecologista conservacionista, con raíces en el conservacionismo naturalista del siglo XIX, promueve una “estética de la conservación” y una “ética de la Tierra” o “bioética”. A mediados de los años sesenta cuajó en la propuesta del crecimiento económico y poblacional cero, asumida por la economía ecológica de Herman Daly.
b) El ambientalismo moderado antropocéntrico y desarrollista. Se expresa en la llamada economía ambiental, neoclásica pero keynesiana, y, políticamente, en la propuesta hegemónica del desarrollo sustentable con crecimiento económico y márgenes de conservación, cuyos voceros más destacados son los organismos internacionales en la materia.
c) La corriente humanista crítica, cuyas raíces están en las ideas y movimientos anarquistas y socialistas. Colocados al lado de los países pobres y subordinados, asumen el ecodesarrollo y, más adelante, el objetivo del desarrollo sustentable, entendido como la búsqueda de un cambio social radical, buscando atender las necesidades y calidad de vida de las mayorías, con un uso responsable de los recursos naturales. Puede subdividirse en dos grandes corrientes:
i) La anarquista mantiene la tradición comunitaria y es la heredera más clara del ecodesarrollo, asumiendo las elaboraciones teóricas de la ecología social y, en menor medida, la economía ecológica, con la que no comparte la tesis de los límites físicos absolutos, ni que la solución se centre en detener el crecimiento económico o poblacional. Su propuesta política promueve la “sociedad ecológica”, mediante la expansión de la vida y los valores comunitarios, que achicaría gradualmente el mercado, sustituyendo su lógica, así como la dominación estatal.
ii) La marxista plantea el problema ambiental con base en la forma de organización social del trabajo que determina los recursos a usar, la forma y el ritmo del uso. Considera que el capitalismo es intrínsecamente expansionista y tiende a crear los problemas de contaminación y depredación, que el sistema podría resolver sin cuestionar su base; sin embargo, no puede resolver la desocupación, pobreza y desigualdad, que no son sólo consecuencias, sino condiciones para el propio establecimiento de las relaciones capitalistas. Por eso, la solución no pasa por corregir, mejorar o achicar el mercado, sino por transitar hacia otra forma de organización social del trabajo, basada en la propiedad social de los medios de producción, para la satisfacción de las necesidades de la sociedad en su conjunto y no de una minoría.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 10 de abril de 2010.
En la década de los sesenta, junto con la Revolución Hippie, los grupos gobernantes del mundo comenzaron a interesarse en los devastadores resultados de sus políticas industriales. En las universidades, pero también en los organismos internacionales, empezó a prender la inquietud por el catastrofismo de las investigaciones académicas.
Así se conformó lo que hoy conocemos como desarrollo sustentable. Un pensamiento social basado en las ideas del ambientalismo del siglo XIX. Entre ellas, la crítica naturalista contra la Revolución Industrial, con tres grandes componentes: a) el higienismo decimonónico reclamando mejoras sanitarias contra las deterioradas condiciones de vida de los trabajadores; b) el naturismo para restaurar las formas de vida “natural” y recuperar la “unidad perdida” entre humanidad y naturaleza y, c) el conservacionismo romántico de las primeras asociaciones nacionales e internacionales proteccionistas de especies animales y espacios naturales vírgenes. Por su parte, la corriente crítica social se mantiene hasta nuestros días y es la base de las propuestas que remarcan la dimensión social de la sustentabilidad.
La crítica naturalista se basa en la visión de las clases aristocráticas europeas, quienes buscaban impulsar la creación de reservas naturales, con fines esteticistas de defensa de paisajes amenazados por la industrialización y la preservación de cotos de caza y espacios turísticos. En Estados Unidos, los conservacionistas centran su atención en la explotación forestal excesiva.
Entre esas corrientes antecesoras y el ambientalismo contemporáneo median cambios económico-sociales y ecológicos que hacen una situación cualitativa nueva. El capitalismo del carbón y de la máquina de vapor tenía efectos ambientales negativos, pero de alcance local, y la población mundial era cinco veces inferior a la actual; el pasaje a la producción y consumo en masa, basados en el taylorismo-fordismo, y el uso del petróleo y la electricidad como fuentes energéticas, supuso un cambio radical en el uso de los recursos naturales y sus efectos. Así, la conciencia ambientalista se conforma a partir de la percepción de lo efectos negativos del proceso de la masiva industrialización, pero también como continuación del movimiento pacifista y antinuclear e la posguerra mundial y contra la guerra de Vietnam.
Hoy en día, según Naína Pierre, en su artículo “Historia del concepto de desarrollo sustentable”, tres grandes corrientes se disputan el actual debate ambientalista:
a) La corriente ecologista conservacionista, con raíces en el conservacionismo naturalista del siglo XIX, promueve una “estética de la conservación” y una “ética de la Tierra” o “bioética”. A mediados de los años sesenta cuajó en la propuesta del crecimiento económico y poblacional cero, asumida por la economía ecológica de Herman Daly.
b) El ambientalismo moderado antropocéntrico y desarrollista. Se expresa en la llamada economía ambiental, neoclásica pero keynesiana, y, políticamente, en la propuesta hegemónica del desarrollo sustentable con crecimiento económico y márgenes de conservación, cuyos voceros más destacados son los organismos internacionales en la materia.
c) La corriente humanista crítica, cuyas raíces están en las ideas y movimientos anarquistas y socialistas. Colocados al lado de los países pobres y subordinados, asumen el ecodesarrollo y, más adelante, el objetivo del desarrollo sustentable, entendido como la búsqueda de un cambio social radical, buscando atender las necesidades y calidad de vida de las mayorías, con un uso responsable de los recursos naturales. Puede subdividirse en dos grandes corrientes:
i) La anarquista mantiene la tradición comunitaria y es la heredera más clara del ecodesarrollo, asumiendo las elaboraciones teóricas de la ecología social y, en menor medida, la economía ecológica, con la que no comparte la tesis de los límites físicos absolutos, ni que la solución se centre en detener el crecimiento económico o poblacional. Su propuesta política promueve la “sociedad ecológica”, mediante la expansión de la vida y los valores comunitarios, que achicaría gradualmente el mercado, sustituyendo su lógica, así como la dominación estatal.
ii) La marxista plantea el problema ambiental con base en la forma de organización social del trabajo que determina los recursos a usar, la forma y el ritmo del uso. Considera que el capitalismo es intrínsecamente expansionista y tiende a crear los problemas de contaminación y depredación, que el sistema podría resolver sin cuestionar su base; sin embargo, no puede resolver la desocupación, pobreza y desigualdad, que no son sólo consecuencias, sino condiciones para el propio establecimiento de las relaciones capitalistas. Por eso, la solución no pasa por corregir, mejorar o achicar el mercado, sino por transitar hacia otra forma de organización social del trabajo, basada en la propiedad social de los medios de producción, para la satisfacción de las necesidades de la sociedad en su conjunto y no de una minoría.