FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 30 de octubre de 2010.
Desde 1981 hasta el 2004, en todos los sexenios, los gobernadores del estado han elaborado los planes de desarrollo estatal correspondientes. En todos los diagnósticos presentados hay una constante, reconociendo a la entidad como uno de los más atrasados, más pobres y con los más bajos índices de desarrollo de la nación. También, desde 1981, los planes insisten en la necesidad de impulsar el crecimiento económico para producir e incrementar la riqueza, dar empleos a los oaxaqueños y elevar los niveles de bienestar de la población. Para alcanzarlo, los documentos insisten reiteradamente en la necesidad de crear más empresas, especialmente del sector privado, porque los consideran el único medio viable para generar la mayor cantidad de empleos requeridos por la creciente población estatal.
En el Plan presentado por el gobernador José Murat se establecía como meta del gobierno estatal: “…ser buenos se deberá entender ser consistentemente competitivos, esto es: tener la habilidad para proveer estándares altos y crecientes de vida en beneficio de la población por medio de la creación de valor agregado y consecuentemente el incremento de la riqueza mediante el manejo de recursos humanos, financieros y físicos; de procesos, atractividad y agresividad; globalidad y proximidad e integración de estas relaciones con un modelo social y económico, bajo un entorno institucional que ayude a mejorar las organizaciones”. (Plan Estatal de Desarrollo. 1998-2004, pp. 14-15).
Esta visión no es privativa sólo del sector gubernamental, por ejemplo, el financiero, ex copropietario de Banamex, Alfredo Harp Helú, alguna vez manifestó, hablando de la recesión: “no se puede ir contracorriente… se tiene que promover la actividad productiva... se deben aprovechar bien los recursos y sortear lo mejor posible el mal tiempo (económico), en la cual la Iniciativa Privada debe tener una participación activa… Con el retorno de miles de connacionales por la falta de empleo en la Unión Americana, el sector empresarial tiene que seguir generando empleos.” (El Imparcial. 8/xi/2008).
Visto desde esa perspectiva, la meta fundamental ha sido la búsqueda de la industrialización del estado, especialmente la vinculada al sector manufacturero, en el entendido de que solo la industria de transformación le puede dar mayor valor agregado a la materia prima estatal.
Así, en el plan presentado por Pedro Vásquez Colmenares se establecía que buena parte de la población se dedicaba al sector agropecuario, pero tenían muy bajos ingresos, lo que impulsaba la desintegración poblacional y la creciente emigración hacia los centros urbanos y fuera del estado. Por eso, insistían en capitalizar al agro, sin embargo, lo que se buscaba era “incrementar la producción y productividad y lograr mejores términos de intercambio en la comercialización”; la visión era la de impulsar la producción de pequeños rancheros productivos, una perspectiva que manifiestamente estaba fuera de lugar en un estado donde la mayor parte de las propiedades eran minifundios y en manos de las comunidades agrarias y los ejidos. El desconocimiento de la organización social los llevaba también a plantear el impulso fundamentalmente de la productividad agropecuaria, pero en aquellos sectores donde se tuvieran “mayores perspectivas, como en la agroindustria forestal, frutícola y ganadero, el turismo, la pesca y la minería”. (Plan Estatal de Desarrollo. 1981-1986, pp. 14-15).
Por otra parte, en esos planes también ha sido una constante la identificación del concepto de desarrollo con la idea del crecimiento económico. Nadie más claro y preciso para establecer su proyecto de desarrollo que el gobernador Diódoro Carrasco Altamirano. Parte con la mayor precisión de que “los esfuerzos de mejoría serán ociosos si antes no se logran crear las condiciones materiales que permitan generar riqueza. Necesitamos crecer económicamente, con estabilidad y de manera sostenida, a un ritmo mayor al índice nacional.” Para ello se propone usar “adecuada y racionalmente los recursos naturales y humanos, aprovechar las ventajas comparativas, elevar los niveles de producción y productividad y generar más y mejores empleos en todas las regiones del estado.” (Plan Estatal de Desarrollo, 1993-1998, pp. 38-39.
Para todos los gobiernos estatales, la industrialización incrementaría la producción de artículos manufacturados, haciendo crecer el Producto Interno Bruto estatal y, obviamente, se incrementaría el producto per cápita de cada uno de los oaxaqueños. Habría riqueza social. Nunca comprendieron que el PIB es una medida estadística, que mide el crecimiento económico de manera general, pero no mide el desarrollo social ni observa la desigualdad. EL PIB se puede entender mejor con el chiste aquel que dice: si mi vecino tiene dos automóviles, un BMW y otro Mercedes Benz, y yo no tengo ninguno, pero vivimos en la misma cuadra, estadísticamente, él y yo tenemos un coche cada uno.
Así, desde 1981, los planes estatales de desarrollo no han sido más que un catálogo de buenas intenciones, sin sustento real y elaborados sólo para cubrir un requisito constitucional.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 30 de octubre de 2010.
Desde 1981 hasta el 2004, en todos los sexenios, los gobernadores del estado han elaborado los planes de desarrollo estatal correspondientes. En todos los diagnósticos presentados hay una constante, reconociendo a la entidad como uno de los más atrasados, más pobres y con los más bajos índices de desarrollo de la nación. También, desde 1981, los planes insisten en la necesidad de impulsar el crecimiento económico para producir e incrementar la riqueza, dar empleos a los oaxaqueños y elevar los niveles de bienestar de la población. Para alcanzarlo, los documentos insisten reiteradamente en la necesidad de crear más empresas, especialmente del sector privado, porque los consideran el único medio viable para generar la mayor cantidad de empleos requeridos por la creciente población estatal.
En el Plan presentado por el gobernador José Murat se establecía como meta del gobierno estatal: “…ser buenos se deberá entender ser consistentemente competitivos, esto es: tener la habilidad para proveer estándares altos y crecientes de vida en beneficio de la población por medio de la creación de valor agregado y consecuentemente el incremento de la riqueza mediante el manejo de recursos humanos, financieros y físicos; de procesos, atractividad y agresividad; globalidad y proximidad e integración de estas relaciones con un modelo social y económico, bajo un entorno institucional que ayude a mejorar las organizaciones”. (Plan Estatal de Desarrollo. 1998-2004, pp. 14-15).
Esta visión no es privativa sólo del sector gubernamental, por ejemplo, el financiero, ex copropietario de Banamex, Alfredo Harp Helú, alguna vez manifestó, hablando de la recesión: “no se puede ir contracorriente… se tiene que promover la actividad productiva... se deben aprovechar bien los recursos y sortear lo mejor posible el mal tiempo (económico), en la cual la Iniciativa Privada debe tener una participación activa… Con el retorno de miles de connacionales por la falta de empleo en la Unión Americana, el sector empresarial tiene que seguir generando empleos.” (El Imparcial. 8/xi/2008).
Visto desde esa perspectiva, la meta fundamental ha sido la búsqueda de la industrialización del estado, especialmente la vinculada al sector manufacturero, en el entendido de que solo la industria de transformación le puede dar mayor valor agregado a la materia prima estatal.
Así, en el plan presentado por Pedro Vásquez Colmenares se establecía que buena parte de la población se dedicaba al sector agropecuario, pero tenían muy bajos ingresos, lo que impulsaba la desintegración poblacional y la creciente emigración hacia los centros urbanos y fuera del estado. Por eso, insistían en capitalizar al agro, sin embargo, lo que se buscaba era “incrementar la producción y productividad y lograr mejores términos de intercambio en la comercialización”; la visión era la de impulsar la producción de pequeños rancheros productivos, una perspectiva que manifiestamente estaba fuera de lugar en un estado donde la mayor parte de las propiedades eran minifundios y en manos de las comunidades agrarias y los ejidos. El desconocimiento de la organización social los llevaba también a plantear el impulso fundamentalmente de la productividad agropecuaria, pero en aquellos sectores donde se tuvieran “mayores perspectivas, como en la agroindustria forestal, frutícola y ganadero, el turismo, la pesca y la minería”. (Plan Estatal de Desarrollo. 1981-1986, pp. 14-15).
Por otra parte, en esos planes también ha sido una constante la identificación del concepto de desarrollo con la idea del crecimiento económico. Nadie más claro y preciso para establecer su proyecto de desarrollo que el gobernador Diódoro Carrasco Altamirano. Parte con la mayor precisión de que “los esfuerzos de mejoría serán ociosos si antes no se logran crear las condiciones materiales que permitan generar riqueza. Necesitamos crecer económicamente, con estabilidad y de manera sostenida, a un ritmo mayor al índice nacional.” Para ello se propone usar “adecuada y racionalmente los recursos naturales y humanos, aprovechar las ventajas comparativas, elevar los niveles de producción y productividad y generar más y mejores empleos en todas las regiones del estado.” (Plan Estatal de Desarrollo, 1993-1998, pp. 38-39.
Para todos los gobiernos estatales, la industrialización incrementaría la producción de artículos manufacturados, haciendo crecer el Producto Interno Bruto estatal y, obviamente, se incrementaría el producto per cápita de cada uno de los oaxaqueños. Habría riqueza social. Nunca comprendieron que el PIB es una medida estadística, que mide el crecimiento económico de manera general, pero no mide el desarrollo social ni observa la desigualdad. EL PIB se puede entender mejor con el chiste aquel que dice: si mi vecino tiene dos automóviles, un BMW y otro Mercedes Benz, y yo no tengo ninguno, pero vivimos en la misma cuadra, estadísticamente, él y yo tenemos un coche cada uno.
Así, desde 1981, los planes estatales de desarrollo no han sido más que un catálogo de buenas intenciones, sin sustento real y elaborados sólo para cubrir un requisito constitucional.