FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 2 de octubre de 2010.
En Oaxaca, como en general en el Sureste del país, la existencia de la miseria y pobreza con desigualdad, es la diferencia con el resto de México, donde hay acumulación de riqueza con desigualdad. Los analistas han insistido en el importante papel del gobierno para mantener e incrementar esta desigualdad. Para ellos, esta situación tiene su origen en las equivocadas políticas públicas económicas. Para empezar, al menos desde 1981, cuando se comenzaron a elaborar los planes estatales de desarrollo, ningún gobierno oaxaqueño ha definido con claridad su concepto de desarrollo. Tampoco han terminado de comprender que el crecimiento económico no conduce necesariamente y unívocamente al proceso de desarrollo.
Las administraciones estatales tampoco se han percatado que sus propios diagnósticos elaborados en los planes de desarrollo estatales, en los últimos treinta años, les muestran con claridad la existencia de una sociedad mayoritaria basada en la propiedad comunal de las tierras, donde los bosques, y los recursos mineros, metálicos y no metálicos, se encuentran en su totalidad en tierras comunales y ejidales; donde 418 municipios, de 570, tienen una organización política-administrativa basada en los usos y costumbres y el sistema de cargos, y una sociedad organizada en redes solidarias y sociales, donde el dinero no siempre es el medio de pago al trabajo efectuado, sino se da en relaciones de reciprocidad como en el tequio, la gozana, la guelaguetza, el endaruchaaga, la “mano-vuelta” y otras formas de trabajo diferentes y contrarias al esquema de la acumulación privada de capital.
Esta miopía para observar lo obvio, ha llevado a los planeadores del desarrollo estatal a considerar las reminiscencias indias de organización social como una traba para el desarrollo, como lo han planteado algunos planes de desarrollo estatal, especialmente el elaborado en el sexenio de Pedro Vásquez Colmenares, donde se afirma sin titubeos, en la página 247: “Aunque el Estado cuenta con una excelente dotación de recursos naturales, en algunos casos, como los turísticos, forestales y mineros, la propiedad comunal y ejidal se han convertido en un obstáculo para su aprovechamiento”.
Uno de nuestros grandes problemas es que los “técnicos del desarrollo” se formaron en el viejo esquema de copiar lo extraño, sólo porque venía de fuera y menospreciar lo propio, sólo por ser autóctono. Además, eran burócratas que les tocó la suerte de estar en el lugar adecuado, en el momento inadecuado. Por eso adoptaron las indicaciones nacionales, como si fueran leyes naturales, imposibles de cambiar.
Así, todas las administraciones, desde esa época, identifican el desarrollo del estado con el incremento del crecimiento económico, con el incremento de los índices económicos, especialmente el Producto Interno Bruto de la entidad. Obviamente, influenciados por las políticas nacionales, identifican a la empresa privada como la única con posibilidades de generación de crecimiento económico y, por lo mismo, de riqueza social.
La visión del constante crecimiento empresarial privado como método y medio para lograr el crecimiento económico nacional, fue el marco teórico e ideológico para alcanzar la ansiada meta del desarrollo de la sociedad oaxaqueña. Para lograrlo, desde finales de la década de 1970, los gobiernos estatales impulsaron el proceso de la planificación propuesto por la administración del presidente López Portillo y se dieron también a la tarea de establecer sus propios programas estatales de desarrollo, donde establecieron las mismas metas y los mismos procedimientos.
Esa dicotomía, entre lo deseado y la realidad socioeconómica oaxaqueña, nos ha costado muy caro y nos ha dejado más miseria y más pobreza. No se trata de vilipendiar a la empresa privada, pero tampoco es la panacea para Oaxaca. Difícilmente, los pueblos regidos por lazos de solidaridad y reciprocidad van a aceptar cabalmente las relaciones basadas en la usura, el egoísmo y la avaricia, que caracterizan a la empresa privada, según el economista J. M. Keynes.
Ésa es la razón por la que los pueblos se resisten a la explotación de sus minas, sus bosques, salinas y, en general, sus recursos naturales. Por eso fue un fracaso, y lo seguirá siendo, la explotación del hierro de Zaniza, en la Sierra Sur, el conflicto en San José del Progreso y los pueblos de las sierras echaron abajo las concesiones federales de los bosques de pinos. Los famosos aéreo generadores del Istmo de Tehuantepec son un buen negocio, pero sólo para los españoles inversionistas y algunos ricos mexicanos; a los dueños de las tierras les pagan miserias, las sobras de los proyectos.
Así, Oaxaca no puede salir del círculo vicioso de la miseria y la pobreza, y repetimos el ciclo del incremento de la miseria y la pobreza con desigualdad. Es el resultado de lo que he denominado la planeación psicótica del desarrollo oaxaqueño.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 2 de octubre de 2010.
En Oaxaca, como en general en el Sureste del país, la existencia de la miseria y pobreza con desigualdad, es la diferencia con el resto de México, donde hay acumulación de riqueza con desigualdad. Los analistas han insistido en el importante papel del gobierno para mantener e incrementar esta desigualdad. Para ellos, esta situación tiene su origen en las equivocadas políticas públicas económicas. Para empezar, al menos desde 1981, cuando se comenzaron a elaborar los planes estatales de desarrollo, ningún gobierno oaxaqueño ha definido con claridad su concepto de desarrollo. Tampoco han terminado de comprender que el crecimiento económico no conduce necesariamente y unívocamente al proceso de desarrollo.
Las administraciones estatales tampoco se han percatado que sus propios diagnósticos elaborados en los planes de desarrollo estatales, en los últimos treinta años, les muestran con claridad la existencia de una sociedad mayoritaria basada en la propiedad comunal de las tierras, donde los bosques, y los recursos mineros, metálicos y no metálicos, se encuentran en su totalidad en tierras comunales y ejidales; donde 418 municipios, de 570, tienen una organización política-administrativa basada en los usos y costumbres y el sistema de cargos, y una sociedad organizada en redes solidarias y sociales, donde el dinero no siempre es el medio de pago al trabajo efectuado, sino se da en relaciones de reciprocidad como en el tequio, la gozana, la guelaguetza, el endaruchaaga, la “mano-vuelta” y otras formas de trabajo diferentes y contrarias al esquema de la acumulación privada de capital.
Esta miopía para observar lo obvio, ha llevado a los planeadores del desarrollo estatal a considerar las reminiscencias indias de organización social como una traba para el desarrollo, como lo han planteado algunos planes de desarrollo estatal, especialmente el elaborado en el sexenio de Pedro Vásquez Colmenares, donde se afirma sin titubeos, en la página 247: “Aunque el Estado cuenta con una excelente dotación de recursos naturales, en algunos casos, como los turísticos, forestales y mineros, la propiedad comunal y ejidal se han convertido en un obstáculo para su aprovechamiento”.
Uno de nuestros grandes problemas es que los “técnicos del desarrollo” se formaron en el viejo esquema de copiar lo extraño, sólo porque venía de fuera y menospreciar lo propio, sólo por ser autóctono. Además, eran burócratas que les tocó la suerte de estar en el lugar adecuado, en el momento inadecuado. Por eso adoptaron las indicaciones nacionales, como si fueran leyes naturales, imposibles de cambiar.
Así, todas las administraciones, desde esa época, identifican el desarrollo del estado con el incremento del crecimiento económico, con el incremento de los índices económicos, especialmente el Producto Interno Bruto de la entidad. Obviamente, influenciados por las políticas nacionales, identifican a la empresa privada como la única con posibilidades de generación de crecimiento económico y, por lo mismo, de riqueza social.
La visión del constante crecimiento empresarial privado como método y medio para lograr el crecimiento económico nacional, fue el marco teórico e ideológico para alcanzar la ansiada meta del desarrollo de la sociedad oaxaqueña. Para lograrlo, desde finales de la década de 1970, los gobiernos estatales impulsaron el proceso de la planificación propuesto por la administración del presidente López Portillo y se dieron también a la tarea de establecer sus propios programas estatales de desarrollo, donde establecieron las mismas metas y los mismos procedimientos.
Esa dicotomía, entre lo deseado y la realidad socioeconómica oaxaqueña, nos ha costado muy caro y nos ha dejado más miseria y más pobreza. No se trata de vilipendiar a la empresa privada, pero tampoco es la panacea para Oaxaca. Difícilmente, los pueblos regidos por lazos de solidaridad y reciprocidad van a aceptar cabalmente las relaciones basadas en la usura, el egoísmo y la avaricia, que caracterizan a la empresa privada, según el economista J. M. Keynes.
Ésa es la razón por la que los pueblos se resisten a la explotación de sus minas, sus bosques, salinas y, en general, sus recursos naturales. Por eso fue un fracaso, y lo seguirá siendo, la explotación del hierro de Zaniza, en la Sierra Sur, el conflicto en San José del Progreso y los pueblos de las sierras echaron abajo las concesiones federales de los bosques de pinos. Los famosos aéreo generadores del Istmo de Tehuantepec son un buen negocio, pero sólo para los españoles inversionistas y algunos ricos mexicanos; a los dueños de las tierras les pagan miserias, las sobras de los proyectos.
Así, Oaxaca no puede salir del círculo vicioso de la miseria y la pobreza, y repetimos el ciclo del incremento de la miseria y la pobreza con desigualdad. Es el resultado de lo que he denominado la planeación psicótica del desarrollo oaxaqueño.