El año pasado, muchos oaxaqueños celebraron el cambio de partido del poder. Se demostró que la democracia electoral era cierta y una farsa la “mapachería”, la “alquimia” y la “ingeniería electoral”. El problema, para los oaxaqueños, es que la alternancia parece convertirse en un fin en sí mismo.
Durante la campaña política pasada, poco importaron los programas contendientes. La alternancia se convirtió en una expectativa razonable de cambio pronto. La esperanza llevó a muchos a caer en el error de confundir medios con fines. Por el contrario, en el diseño democrático, la alternancia está concebida como una palanca de contrapeso entre los partidos, como mecanismo de vigilancia mutua y un resorte para la rendición de cuentas.
Cierto es que la alternancia implica un castigo para un partido gobernante; pero, por sí misma, aunque sea beneficiosa para los nuevos gobernantes y sus respectivos partidos, es nula para los ciudadanos. Se supone que la alternancia abre la puerta para que los nuevos gobernantes revisen lo hecho por sus antecesores y, al encontrar algún abuso de poder, procedan a la sanción penal o administrativa correspondiente. La alternancia debía favorecer la rendición de cuentas y no ser un mero artificio. Lo contrario implica que el gobernador perdedor, en realidad pierda poco. Pierde su partido y su candidato, pero no él. Cuando la alternancia no se traduce en rendición de cuentas, sigue imperando la impunidad, esencia del autoritarismo.
Así, la alternancia es un fiasco para los ciudadanos, quienes, al votar y movilizarse en favor de un cambio de partido, buscan, entre otras cosas, que se llame a cuentas a los corruptos y se siente precedente para que sea más riesgoso incurrir en abuso de autoridad. Al no traducirse en rendición de cuentas, ni en un nuevo paradigma para ejercer el poder, la alternancia se convierte una ilusión óptica, una efímera válvula de escape al descontento acumulado.
En realidad, los gobernadores del cambio no llaman a cuentas a sus antecesores porque puede implicar un costo político, si aquellos mantienen fuerza política; pero también porque es muy difícil demostrar legalmente los excesos de poder de quienes los cometieron. Llamar a cuentas a los antecesores sienta un precedente muy sano para la democracia, pero no tanto para quien lo concreta, porque él mismo puede ser llamado a cuentas, cuando deje el poder.
La simulación en las alternancias ha llevado a los retornos políticos en los estados. El año pasado, tres gobiernos estatales regresaron al PRI: Zacatecas, Aguascalientes y Tlaxcala. Pareciera ser que ahí, las alternancias demostraron a los ciudadanos que no eran el camino del cambio esperado. Especialmente en Tlaxcala, donde han gobernado el PRI, el PRD y luego el PAN.
Así como la alternancia fue, durante décadas, una asignatura pendiente de nuestro sistema electoral, la rendición de cuentas lo sigue siendo en el ejercicio del gobierno. Una verdadera democracia exige romper el pacto de impunidad que impera entre los partidos y las dirigencias políticas. Son muy ávidos en la disputa por el poder, pero muy amigos en la hora de la rendición de cuentas.
Así como, en los procesos electorales los primeros votos contabilizados, por lo general, marcan el rumbo de la votación total, de continuar como hasta ahora, los primeros días del nuevo gobierno oaxaqueño nos marcan el rumbo de su verdadera visión del gobierno y la gobernanza. Nada halagüeño para la ciudadanía, ni para la democracia.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 18 de febrero de 2011.