FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 23 de enero de 2009.
La toma de posesión de Barack Obama en Estados Unidos nos dio una muestra de civilidad política, difícil de encontrar en México. Fue impresionante ver el trato amable y diplomático a un presidente debilitado y nefasto, como George Bush; sin embargo, las deferencias fueron a la institución presidencial que él representaba en ese momento y el reconocimiento a la democracia, como cultura de transición pacífica del poder político en el país con el mayor poderío militar del mundo actual.
No estoy de acuerdo con quienes identifican la tersura de las formas políticas norteamericanas con su transparencia electoral. En mucho, la democracia estadounidense no es perfecta. Por ejemplo, los ciudadanos no son iguales al momento de depositar su voto, porque su fuerza se modifica dependiendo de la cantidad de sufragantes del estado y de donde sale el número de electores aportados al Colegio Electoral. Así, la de Estados Unidos es una democracia indirecta, donde los fraudes electorales también se observan. Fue el caso de Bush, cuando, en su primera elección, dejó serias dudas de la transparencia electoral y ganó chapuceramente en Florida, estado donde gobernaba su hermano. Pero lo importante es que los candidatos perdedores asumen la parte de su responsabilidad, por haber sido incapaces de enfrentar con éxito las chapucerías del contrario.
Por eso, fue importante la presencia del candidato perdedor, el senador McKein, en la ceremonia de asunción del Presidente Electo; pero, sobre todo, porque acudió como un miembro más de la clase política norteamericana para dar mayor legitimidad al nuevo presidente. Esa misma actitud asumió cuando reconoció su derrota y ponderó las virtudes de su rival. Ésa, es la fuerza real de la democracia norteamericana y está basada en la cultura de la competencia electoral democrática.
También la demostró la precandidata demócrata Hillary Clinton. Esa mujer tenaz y casi segura de su triunfo, porque contaba con la estructura de su partido. Ella no se dio por vencida, sino hasta el último momento. Cuando ya no había ninguna posibilidad de triunfo, entonces se detuvo para levantarle la mano al triunfador del proceso. Es decir, entre los políticos de nuestro vecino país se persigue el triunfo hasta el final, cuando se negocian las fuerzas, pero con base en los intereses de su colectividad política para enfrentar, juntos, al adversario. Ése es el sustento de la fuerza política del bipartidismo norteamericano.
La base de las formas políticas norteamericanas está en la cultura de convivencia en que se desenvuelven. Ésa que les hace respetar y proteger a los peatones en sus calles, de reconocer las derrotas electorales y respetar la ley, aún en sus más mínimas expresiones.
La cultura de la legalidad, incluida la democrática, es la que nos hace falta a los mexicanos, pero también a los oaxaqueños.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 23 de enero de 2009.
La toma de posesión de Barack Obama en Estados Unidos nos dio una muestra de civilidad política, difícil de encontrar en México. Fue impresionante ver el trato amable y diplomático a un presidente debilitado y nefasto, como George Bush; sin embargo, las deferencias fueron a la institución presidencial que él representaba en ese momento y el reconocimiento a la democracia, como cultura de transición pacífica del poder político en el país con el mayor poderío militar del mundo actual.
No estoy de acuerdo con quienes identifican la tersura de las formas políticas norteamericanas con su transparencia electoral. En mucho, la democracia estadounidense no es perfecta. Por ejemplo, los ciudadanos no son iguales al momento de depositar su voto, porque su fuerza se modifica dependiendo de la cantidad de sufragantes del estado y de donde sale el número de electores aportados al Colegio Electoral. Así, la de Estados Unidos es una democracia indirecta, donde los fraudes electorales también se observan. Fue el caso de Bush, cuando, en su primera elección, dejó serias dudas de la transparencia electoral y ganó chapuceramente en Florida, estado donde gobernaba su hermano. Pero lo importante es que los candidatos perdedores asumen la parte de su responsabilidad, por haber sido incapaces de enfrentar con éxito las chapucerías del contrario.
Por eso, fue importante la presencia del candidato perdedor, el senador McKein, en la ceremonia de asunción del Presidente Electo; pero, sobre todo, porque acudió como un miembro más de la clase política norteamericana para dar mayor legitimidad al nuevo presidente. Esa misma actitud asumió cuando reconoció su derrota y ponderó las virtudes de su rival. Ésa, es la fuerza real de la democracia norteamericana y está basada en la cultura de la competencia electoral democrática.
También la demostró la precandidata demócrata Hillary Clinton. Esa mujer tenaz y casi segura de su triunfo, porque contaba con la estructura de su partido. Ella no se dio por vencida, sino hasta el último momento. Cuando ya no había ninguna posibilidad de triunfo, entonces se detuvo para levantarle la mano al triunfador del proceso. Es decir, entre los políticos de nuestro vecino país se persigue el triunfo hasta el final, cuando se negocian las fuerzas, pero con base en los intereses de su colectividad política para enfrentar, juntos, al adversario. Ése es el sustento de la fuerza política del bipartidismo norteamericano.
La base de las formas políticas norteamericanas está en la cultura de convivencia en que se desenvuelven. Ésa que les hace respetar y proteger a los peatones en sus calles, de reconocer las derrotas electorales y respetar la ley, aún en sus más mínimas expresiones.
La cultura de la legalidad, incluida la democrática, es la que nos hace falta a los mexicanos, pero también a los oaxaqueños.
En mucho, es responsabilidad de los gobiernos que nos han mandado. Si bien la cultura de los norteamericanos está basada en sus preceptos religiosos, la nuestra debió tener como base la educación pública gubernamental. Pero si eliminaron la ética del currículo académico y la educación cívica es un remedo en la educación básica, difícilmente podemos esperar una cultura de respeto y civilidad en nuestras relaciones sociales y políticas. Ojalá, algún día, los ciudadanos retomemos en nuestras manos la parte de responsabilidad que nos corresponde y comencemos a revertir la descomposición social que hoy nos rige.