FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 22 de febrero de 2009.
Para comprender la complejidad del concepto “desarrollo”, podemos reflexionar sobre su posible origen en el ámbito de la Biología. En ese contexto, los seres vivos se desarrollan a lo largo del periodo que media entre su aparición en el mundo y una cierta madurez o plenitud vital: la semilla se desarrolla hasta convertirse en árbol, el embrión se desarrolla para convertirse en recién nacido, el niño se desarrolla hasta ser adulto. Después, el sentido inicial se extrapoló a otros contextos: desarrollo de un proyecto, psicomotor, rural, de un estado o un país. El sentido figurado induce a pensar en el término como un despliegue de posibilidades que están presentes en un determinado ser, hasta alcanzar la plenitud o la madurez; pasar de un estado de predesarrollo, en el que aún no se dispone de las facultades o capacidades, hasta disponer de ellos en su conjunto.
La comparación biológica invitar a entender el desarrollo como un proceso que conduce, en condiciones favorables, a una situación de pleno despliegue de las capacidades físicas, como el estar sano, bien alimentado, disponer de recursos sanitarios y de ciertas protecciones de seguridad contra la violencia; culturales, como la capacidad para mantener tradiciones autóctonas, creatividad, conocimientos científicos y técnicos; políticas: participación en las tareas de gobierno, estatuto de ciudadanía sin discriminaciones opresivas; económicas y ecológicas: producción distribución y consumo suficiente para sobrevivir y vivir bien sin alterar el equilibrio ecológico.
Desde esa perspectiva, nos percatamos que alguna de las concepciones sobre el desarrollo aceptadas en los últimos 50 años son en realidad, concepciones de mal desarrollo. Si un organismo vivo desarrolla en exceso uno de sus miembros, mientras que los otros permanecen raquíticos, diremos que se ha producido una malformación, y pensaremos que ese desafortunado crecimiento inarmónico impedirá al organismo el disfrute de su plenitud vital, puesto que dejará diversas capacidades fuera de su alcance.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 22 de febrero de 2009.
Para comprender la complejidad del concepto “desarrollo”, podemos reflexionar sobre su posible origen en el ámbito de la Biología. En ese contexto, los seres vivos se desarrollan a lo largo del periodo que media entre su aparición en el mundo y una cierta madurez o plenitud vital: la semilla se desarrolla hasta convertirse en árbol, el embrión se desarrolla para convertirse en recién nacido, el niño se desarrolla hasta ser adulto. Después, el sentido inicial se extrapoló a otros contextos: desarrollo de un proyecto, psicomotor, rural, de un estado o un país. El sentido figurado induce a pensar en el término como un despliegue de posibilidades que están presentes en un determinado ser, hasta alcanzar la plenitud o la madurez; pasar de un estado de predesarrollo, en el que aún no se dispone de las facultades o capacidades, hasta disponer de ellos en su conjunto.
La comparación biológica invitar a entender el desarrollo como un proceso que conduce, en condiciones favorables, a una situación de pleno despliegue de las capacidades físicas, como el estar sano, bien alimentado, disponer de recursos sanitarios y de ciertas protecciones de seguridad contra la violencia; culturales, como la capacidad para mantener tradiciones autóctonas, creatividad, conocimientos científicos y técnicos; políticas: participación en las tareas de gobierno, estatuto de ciudadanía sin discriminaciones opresivas; económicas y ecológicas: producción distribución y consumo suficiente para sobrevivir y vivir bien sin alterar el equilibrio ecológico.
Desde esa perspectiva, nos percatamos que alguna de las concepciones sobre el desarrollo aceptadas en los últimos 50 años son en realidad, concepciones de mal desarrollo. Si un organismo vivo desarrolla en exceso uno de sus miembros, mientras que los otros permanecen raquíticos, diremos que se ha producido una malformación, y pensaremos que ese desafortunado crecimiento inarmónico impedirá al organismo el disfrute de su plenitud vital, puesto que dejará diversas capacidades fuera de su alcance.
Del mismo modo, el modelo de desarrollo de los pueblos en un sentido exclusivamente economicista, induce al mal desarrollo, al identificar el desarrollo como sinónimo de crecimiento económico, sin importar el entorno físico-ambiental, lo cultural, lo político, o la desatención a la distribución equitativa de los recursos económicos logrados, entre toda la población. Parece evidente que no se puede hablar en serio de “desarrollo”, si no indicamos inmediatamente qué entendemos por el concepto y sus fines.
El objeto del desarrollo.
Si se plantea la cuestión de qué tipo de estrategia puede ayudar mejor para avanzar hacia el objetivo del desarrollo social, económico, político, cultural y ecológicamente sostenible, inmediatamente surgen al menos tres posibilidades. Primero, centrar los esfuerzos en las comunidades locales a través de “proyectos de desarrollo”, observando las mejoras que se vayan produciendo en las condiciones de vida de sus habitantes; segundo, considerar el entorno regional como el objeto de desarrollo, observando las mejoras económicas y sociales de los grupos humanos promedio y programando actuaciones de alcance regional para conseguir y consolidar tales mejoras; y, tercero, considerar el desarrollo en términos globales, estatales, que insiste en las relaciones de interdependencia que ligan a la entidad con la nación y con todos los países del mundo, en una red imposible de evitar.
No existe acuerdo, en la teoría ni en la práctica, con respecto a la prioridad que merecen los niveles local, regional y estatal a la hora de hacer frente a los problemas del subdesarrollo. Mientras que algunos agentes del desarrollo piensan en lo local como decisivo, para otros es determinante lo regional, y un tercer grupo sostiene la necesidad de reforzar el nivel estatal. Sin embargo, considero que los tres niveles y su mutua interrelación deberían ser atendidos simultáneamente, pues de lo contrario se cometería el desatino de relegar aspectos que son relevantes para avanzar hacia las metas integrales del desarrollo y de bloquear el proceso al olvidar las interacciones entre los niveles.
Por otra parte, existen fundamentalmente dos posiciones en cuanto a la ordenación de los fines del desarrollo: a) los “realistas” proponen seleccionar fines concretos y medibles, y establecer prioridades entre ellos: primero el crecimiento económico, después la democracia, y después la disminución de las desigualdades, etc.; y, b) los “holistas” proponen la búsqueda simultánea de diversos fines, evitando el descuido de algunas de las estrategias para avanzar prefiriendo otras.
Creo que la visión “holista” es preferible, si se adopta seriamente, dado que la “realista” ha mostrado históricamente deficiencias importantes. Hay multitud de países donde ha habido crecimiento económico y se ha descuidado la participación democrática y sobre todo la equidad en el reparto de la riqueza producida, mientras que también hay ejemplos de un avance simultaneo en los tres aspectos, con efectos positivos duraderos.
En lo general, podemos resumir que en los procesos de desarrollo se debe trabajar simultáneamente a nivel local, regional y estatal, poniendo especial atención a las interrelaciones que se producen entre los tres niveles, para facilitar las tareas encaminadas al logro de un desarrollo pleno para todos, pero compatible con el equilibrio ecológico.