FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 1 de febrero de 2009.
La reaparición de Ernesto Zedillo en la política mexicana es quizá la prueba más palpable de que, siempre, los cínicos y los desesperados hacen causa común. La declaración del ex presidente en Davos, argumentando que el rescate financiero de Estados Unidos es mucho menor de lo que costó el mexicano, es una verdadera afrenta a la gran mayoría de los mexicanos y una declaración expresa de que, en su período de gobierno, fue sólo el gerente encubierto de los intereses financieros nacionales e internacionales, como ahora lo es más abiertamente.
La desesperación de Felipe Calderón es porque sabe que la actual crisis económica va a ser muy parecida a la del ya famoso “error de diciembre” de 94, al menos en su origen. Ambas crisis son producto de la irresponsabilidad financiera con que se manejan los grandes financieros que basan su riqueza en la especulación y las altas tasas de intereses; y también de la incapacidad de los gobiernos para controlar esas ambiciones desmedidas, como claramente le llamó Barack Obama, el nuevo presidente norteamericano. Esa es una verdad que, me imagino, tanto el ex presidente como el mandatario actual no han de haber externado en su desafortunado desayuno.
Aquel “error de diciembre” fue realmente la primera crisis internacional de la globalización financiera y mostró, no solamente las debilidades internas del modelo neoliberal del desarrollo, sino evidenció la inestabilidad a la que está expuesta la economía mundial, al descansar en el financiamiento privado de flujos de capital que circulan sin ninguna cortapisas ni regulación nacional o internacional alrededor del mundo. Fue además, el resultado de la incapacidad del modelo neoliberal para suplir eficazmente al modelo de desarrollo conocido como de sustitución de importaciones.
Desde mediados de los 80, los neoliberales pretendían crear un sector exportador como eje de la industria y de la acumulación de capital, sin embargo, estas crisis nos han demostrado el conjunto de contradicciones y desequilibrios que cuestionan la viabilidad de ese proyecto. Lo que vivió Zedillo fue la reaparición, en proporciones ampliadas, del viejo problema estructural de la restricción económica externa. La misma madre de la crisis que estamos apenas empezando a vivir este año.
La recurrencia de las crisis financieras, motivadas por cambios abruptos en la dirección de los flujos internacionales de capital de cartera, o por el desplome bursátil en las economías desarrolladas, pone en riesgo no sólo a economías nacionales aisladas, sino, como ahora, ha provocado una crisis sistémica mundial. Pero está basada en la incapacidad del modelo neoliberal para dinamizar la economía mexicana y generar, mediante el comercio exterior, las divisas que reclama la reproducción ampliada del sistema productivo; está vinculada con la aplicación de una reforma económica basada en la privatización generalizada y en una apertura comercial y financiera indiscriminada y sin contrapesos, que hizo a nuestra economía totalmente dependiente de las grandes corporaciones transnacionales y de los flujos de capital de cartera.
Las causas del fondo de la crisis de Zedillo se encuentran, pues, en la reforma neoliberal de la economía. La apertura comercial y financiera que indujeron, provocó un crecimiento incontrolable del déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos, haciendo a la economía mexicana altamente vulnerable de los flujos de capital provenientes del exterior. Pero también, la política monetaria y fiscal restrictiva, aplicada desde 1992 para moderar el desequilibrio externo y mantener los flujos externos de capital, frenó el crecimiento de la economía y acrecentó los problemas de la cartera vencida.
Si bien la apertura comercial impulsó las exportaciones, para pasar del 18% en 1981 al 31.7% en 1994, también dio otro giro a la economía, porque se incrementaron las importaciones. El desequilibrio comercial y la creciente integración comercial y financiera del país con la economía mundial hicieron a la mexicana más tolerable y dependiente de la atracción de flujos de capital del exterior, indispensables para el financiamiento de la balanza de pagos. En el lapso de 1989 a 1993, el déficit acumulado en la balanza en cuenta corriente sumó 96,092 millones de dólares, que fue financiado casi en su totalidad con un superávit acumulado de la cuenta de capital. Lo grave del asunto es que, la mayor parte de los flujos de capital externo, fueron de cartera, atraídos solo por los altos rendimientos ofrecidos en México y por la creciente apreciación del peso mexicano. Para ello, incrementaron el rendimiento real promedio de los Cetes a 28 días de 2% en 1991 a 7.7% en 1993; después, se emitieron los Tesobonos, indiciados al tipo de cambio del dólar, para asegurar a los inversionistas la absorción de posibles pérdidas cambiarias.
A final de cuentas, la estrategia neoliberal no pudo crear un modelo económico secundario exportador, sino dio lugar a una suerte de modelo terciario importador, basado en el predominio de las actividades financieras, comerciales y especulativas, y en el ingreso desbordado de productos y capitales provenientes del exterior. La desarticulación del sistema productivo, en lugar de atenuarse, se acentuó. La restricción externa de la economía produjo una nueva ola de endeudamiento interno y externo, el verdadero aspecto clave del “error de diciembre”. Cuando los desequilibrios y las políticas aplicadas se consideraron insostenibles, los capitales salieron en estampida provocando una crisis financiera y bancaria sin precedentes.
Como se puede ver, las condiciones actuales de la economía mexicana siguen siendo casi las mismas. Por eso, me explico la reunión de Calderón con Zedillo. Ambos enfrentan casi la misma realidad, aunque separados por 14 años de distancia.