FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 13 de febrero de 2009.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 13 de febrero de 2009.
Ayer celebramos los 200 años del nacimiento de Charles Darwin, en Shrewsbury, Inglaterra. En una época, cuando las tinieblas de la religión aprisionaban la inteligencia humana, fue capaz de elaborar una de las teorías científicas que más comprobaciones materiales ha tenido en la historia de la ciencia. A partir de él, pudimos responder a, por lo menos, dos de las clásicas preguntas hechas desde los albores de la humanidad: quiénes somos y de dónde venimos.
Para Darwin, no son las más fuertes ni las más inteligentes de las especies quienes sobreviven, sino las más adaptables a los cambios. Por eso desaparecieron y quedaron en el olvido, durante millones de años, los dinosaurios; por eso, también, los mamíferos, una de las especies más débiles, terminaron dominando la faz de la tierra y, de ellos, quizá los más débiles -sin garras, colmillos, ni fuerza descomunal, pero con un cerebro y ojos adaptados al entorno-, los seres humanos, supieron aprovecharse de las debilidades, dentro de las fortalezas de los demás, para convertirse en los señores de la Tierra.
A pesar de la constatación diaria de la Teoría de la Evolución, parece increíble que, en sociedades tan avanzadas como la estadounidense, aún hay personas que dudan de su veracidad. Allá, en varios estados y condados, en las escuelas aún se enseña la teoría del creacionismo; según la cual, Dios creó el universo y la tierra en seis días y al séptimo descansó, culminó el proceso con la creación del hombre y de su costilla extrajo a la mujer. Para el Génesis de la Biblia, estos hechos ocurrieron no hace más de 5 mil años, casi el mismo tiempo en que los judíos siguen contando sus días actualmente. Para los creacionistas, la Teoría de la Evolución es una verdadera blasfemia y así se le considera y trata en algunas de las escuelas del país que ha logrado poner a varios hombres en la Luna y ya depositó varios artefactos mecánicos en las desoladas y candentes arenas marcianas.
Para nuestra fortuna, en México no llegamos a esa situación. Pero no porque nuestras iglesias católica o protestantes acepten a cabalidad la Teoría de la Evolución. Por el contrario, es el resultado de que México sea el único país latinoamericano donde la iglesia política y militante fue derrotada militarmente el siglo antepasado. Es uno de los resultados de la lucha de los liberales contra los conservadores católicos del siglo XIX. Mientras Darwin escribía y defendía su libro, El origen de la especies, los liberales mexicanos abrían, con pólvora y sangre, el camino de la ciencia y la escuela laica en el país. Hoy en día, casi ningún mexicano, salvo los que están cayendo en las garras de las corrientes más reaccionarias del protestantismo, se atreven a pensar que la historia del universo comenzó hace 5 mil años, cuando tenemos pruebas fehacientes de que la tierra tiene, por lo menos, 4 mil 500 millones de años de existencia y que sólo la historia de Egipto rebasa el periodo que el Génesis de la Biblia enuncia.
Esa es la herencia del hombre que, desde las Islas Galápagos, vio la tenue luz para abrir un sendero en la oscuridad del clericalismo conservador del siglo XIX y abrió las puertas de las amplias avenidas de la ciencia y consolidó la modernidad, que hoy estamos dejando atrás, para entrar a la posmodernidad de la tecnología digital, los estudios del cosmos, la democracia participativa y también, por qué no decirlo, la globalización económica mundial.
Para Darwin, no son las más fuertes ni las más inteligentes de las especies quienes sobreviven, sino las más adaptables a los cambios. Por eso desaparecieron y quedaron en el olvido, durante millones de años, los dinosaurios; por eso, también, los mamíferos, una de las especies más débiles, terminaron dominando la faz de la tierra y, de ellos, quizá los más débiles -sin garras, colmillos, ni fuerza descomunal, pero con un cerebro y ojos adaptados al entorno-, los seres humanos, supieron aprovecharse de las debilidades, dentro de las fortalezas de los demás, para convertirse en los señores de la Tierra.
A pesar de la constatación diaria de la Teoría de la Evolución, parece increíble que, en sociedades tan avanzadas como la estadounidense, aún hay personas que dudan de su veracidad. Allá, en varios estados y condados, en las escuelas aún se enseña la teoría del creacionismo; según la cual, Dios creó el universo y la tierra en seis días y al séptimo descansó, culminó el proceso con la creación del hombre y de su costilla extrajo a la mujer. Para el Génesis de la Biblia, estos hechos ocurrieron no hace más de 5 mil años, casi el mismo tiempo en que los judíos siguen contando sus días actualmente. Para los creacionistas, la Teoría de la Evolución es una verdadera blasfemia y así se le considera y trata en algunas de las escuelas del país que ha logrado poner a varios hombres en la Luna y ya depositó varios artefactos mecánicos en las desoladas y candentes arenas marcianas.
Para nuestra fortuna, en México no llegamos a esa situación. Pero no porque nuestras iglesias católica o protestantes acepten a cabalidad la Teoría de la Evolución. Por el contrario, es el resultado de que México sea el único país latinoamericano donde la iglesia política y militante fue derrotada militarmente el siglo antepasado. Es uno de los resultados de la lucha de los liberales contra los conservadores católicos del siglo XIX. Mientras Darwin escribía y defendía su libro, El origen de la especies, los liberales mexicanos abrían, con pólvora y sangre, el camino de la ciencia y la escuela laica en el país. Hoy en día, casi ningún mexicano, salvo los que están cayendo en las garras de las corrientes más reaccionarias del protestantismo, se atreven a pensar que la historia del universo comenzó hace 5 mil años, cuando tenemos pruebas fehacientes de que la tierra tiene, por lo menos, 4 mil 500 millones de años de existencia y que sólo la historia de Egipto rebasa el periodo que el Génesis de la Biblia enuncia.
Esa es la herencia del hombre que, desde las Islas Galápagos, vio la tenue luz para abrir un sendero en la oscuridad del clericalismo conservador del siglo XIX y abrió las puertas de las amplias avenidas de la ciencia y consolidó la modernidad, que hoy estamos dejando atrás, para entrar a la posmodernidad de la tecnología digital, los estudios del cosmos, la democracia participativa y también, por qué no decirlo, la globalización económica mundial.