FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 26 de abril de 2009.
Cuando llegó a la presidencia de la República, Vicente Fox seguía siendo un pobre fracasado que nada le resultaba en la vida. Su vida matrimonial era un verdadero asco. Las empresas familiares las había quebrado, al grado de aparecer en la nómina fraudulenta, pero legal, del FOBAPROA. En su vida profesional, ni siquiera se pudo titular y, como gobernador del estado de Guanajuato, salvo por ser asiduo asistente a las misas dominicales, nada nuevo había aportado a sus conciudadanos.
Pero entonces le llamó la suerte. El primer pocho presidente, Ernesto Zedillo, consideró llegado el momento de cumplir la “cláusula democrática” del TLC y no había mejores candidatos que el atolondrado gobernador guanajuatense y un viejito bonachón que despachaba en la Secretaría de Gobernación. Fox, como todo buen ignorante, era y sigue siendo atrabancado y hocicón. Labastida, como buen funcionario priista, era todo lo contrario: sumiso y obediente.
La campaña presidencial fue un baile de pueblo: el bastonero mayor, Diódoro Carrasco Altamirano se encargó de amarrar a los perros, para que no se comieran la botana electoral; el candidato panista inició la ahora llamada “campaña negra”: de rateros y corruptos no bajó a los priistas, aunque nunca aportó prueba alguna de sus dichos, incluso a su opositor llegó a llamarle “La Vestida”. Del lado contrario, solo encontró amabilidad, cortesía y buenos modales. Una hora después de cerradas las casillas electorales, como ni en las mejores democracias del mundo, el todavía presidente Zedillo anunció, por televisión, el triunfo del candidato opositor: a fin de cuentas, ahora lo sabemos, era su pasaporte a la impunidad.
El gobierno de Vicente Fox fue una verdadera barandilla de simulaciones y torpezas. El Presidente no abría la boca sino para decir barbaridades. Fue un verdadero gozo para los periodistas y los caricaturistas. Pero siguió siendo un hombre con suerte.
Una ambiciosa mujer, que dejó marido y farmacia en su pueblo matrimonial, subió a su cama y se convirtió, además de consorte, en la “pareja presidencial”. Su primera decisión fue no involucrarse en los asuntos administrativos legales: rechazó ser presidenta honoraria del DIF nacional; por el contrario, impulsó la creación de la Fundación Vamos México, me imagino que asesorada por buenos contadores, quienes saben que las fundaciones son el negocio ideal para lavar dinero mal habido y acumular riquezas, sin la intromisión de ninguna autoridad, y, además, se adquiere el prestigio de filántropo: diocesillo en tierra de indios. Martha Sahagún se convirtió en la verdadera presidenta de México, mientras el legal vivía en el paraíso del Prozac y la inconciencia del abandono de las responsabilidades. Año después, él mismo declaró haber dejado “encargado” el changarro, para dedicarse a ser candidato perpetuo y en campaña panista.
Pero también el oro negro le sonrió. En su sexenio, el precio del petróleo llegó más allá de los antes inimaginables límites de cien dólares por barril. Fue una verdadera danza de miles de millones de dólares despilfarrados por la molicie presidencial y la ambición de la “pareja presidencial”. Pero fueron los hijos quienes iniciaron el famoso “año de Hidalgo”, desde el primer momento del ascenso presidencial.
De la noche a la mañana, el hijo adoptivo, Vicentillo Fox, de buenas a primeras fue nombrado vice presidente en la empresa camionera Estrella Blanca. Poco después supimos que ya era propietario de cien camiones de pasajeros. Era jauja y el principio del placer de ser. Ahora sabemos que no fue de a gratis el despegue financiero. La empresa Estrella Blanca, entre otros negocios en la era foxista, se hizo de la concesión del tren ligero que corre del Distrito Federal al Estado de México, el mismo que hace unos días sufrió un accidente, supuestamente por negligencia del personal y tiene en el hospital a cerca de ciento cuarenta personas. Pero la concesión estuvo llena de contradicciones. Primero, el concurso lo ganó una empresa francesa y sus socios mexicanos, pero inexplicablemente la Secretaría de Comunicaciones y Transportes invalidó los resultados. Nunca se conocieron las causas de la decisión. Pocos meses después, la misma SCT anunció que la empresa Estrella Blanca y sus socios españoles, la perdedora original, había terminado siendo la triunfadora del concurso. Claro, el hijo del presidente era vice presidente de la empresa ganadora. Así, cualquiera puede vencer.
Pero luego también nos enteramos que uno de los hijos de la “pareja presidencial” era un próspero empresario, dedicado a los negocios de la vivienda. No construía, pero encontró una mina de oro: le compraba, en verdaderos centavos, al Seguro Social y al Infonavit, viviendas ya construidas por empresas en bancarrota y las vendía a precios de fraccionamientos residenciales. En poco tiempo llegó a ser un ocupado magnate, que tuvo la necesidad de comprarse un avión particular para atender sus muchos negocios. Porque, además, junto con sus otros hermanos, se convirtieron en gestores de otras empresas para obtener los famosos contratos millonarios de PEMEX. Pero eso sí, al igual que la madre, no dejaron ningún registro que los pudiera involucrar en el lodo de la pestilente corrupción.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 26 de abril de 2009.
Cuando llegó a la presidencia de la República, Vicente Fox seguía siendo un pobre fracasado que nada le resultaba en la vida. Su vida matrimonial era un verdadero asco. Las empresas familiares las había quebrado, al grado de aparecer en la nómina fraudulenta, pero legal, del FOBAPROA. En su vida profesional, ni siquiera se pudo titular y, como gobernador del estado de Guanajuato, salvo por ser asiduo asistente a las misas dominicales, nada nuevo había aportado a sus conciudadanos.
Pero entonces le llamó la suerte. El primer pocho presidente, Ernesto Zedillo, consideró llegado el momento de cumplir la “cláusula democrática” del TLC y no había mejores candidatos que el atolondrado gobernador guanajuatense y un viejito bonachón que despachaba en la Secretaría de Gobernación. Fox, como todo buen ignorante, era y sigue siendo atrabancado y hocicón. Labastida, como buen funcionario priista, era todo lo contrario: sumiso y obediente.
La campaña presidencial fue un baile de pueblo: el bastonero mayor, Diódoro Carrasco Altamirano se encargó de amarrar a los perros, para que no se comieran la botana electoral; el candidato panista inició la ahora llamada “campaña negra”: de rateros y corruptos no bajó a los priistas, aunque nunca aportó prueba alguna de sus dichos, incluso a su opositor llegó a llamarle “La Vestida”. Del lado contrario, solo encontró amabilidad, cortesía y buenos modales. Una hora después de cerradas las casillas electorales, como ni en las mejores democracias del mundo, el todavía presidente Zedillo anunció, por televisión, el triunfo del candidato opositor: a fin de cuentas, ahora lo sabemos, era su pasaporte a la impunidad.
El gobierno de Vicente Fox fue una verdadera barandilla de simulaciones y torpezas. El Presidente no abría la boca sino para decir barbaridades. Fue un verdadero gozo para los periodistas y los caricaturistas. Pero siguió siendo un hombre con suerte.
Una ambiciosa mujer, que dejó marido y farmacia en su pueblo matrimonial, subió a su cama y se convirtió, además de consorte, en la “pareja presidencial”. Su primera decisión fue no involucrarse en los asuntos administrativos legales: rechazó ser presidenta honoraria del DIF nacional; por el contrario, impulsó la creación de la Fundación Vamos México, me imagino que asesorada por buenos contadores, quienes saben que las fundaciones son el negocio ideal para lavar dinero mal habido y acumular riquezas, sin la intromisión de ninguna autoridad, y, además, se adquiere el prestigio de filántropo: diocesillo en tierra de indios. Martha Sahagún se convirtió en la verdadera presidenta de México, mientras el legal vivía en el paraíso del Prozac y la inconciencia del abandono de las responsabilidades. Año después, él mismo declaró haber dejado “encargado” el changarro, para dedicarse a ser candidato perpetuo y en campaña panista.
Pero también el oro negro le sonrió. En su sexenio, el precio del petróleo llegó más allá de los antes inimaginables límites de cien dólares por barril. Fue una verdadera danza de miles de millones de dólares despilfarrados por la molicie presidencial y la ambición de la “pareja presidencial”. Pero fueron los hijos quienes iniciaron el famoso “año de Hidalgo”, desde el primer momento del ascenso presidencial.
De la noche a la mañana, el hijo adoptivo, Vicentillo Fox, de buenas a primeras fue nombrado vice presidente en la empresa camionera Estrella Blanca. Poco después supimos que ya era propietario de cien camiones de pasajeros. Era jauja y el principio del placer de ser. Ahora sabemos que no fue de a gratis el despegue financiero. La empresa Estrella Blanca, entre otros negocios en la era foxista, se hizo de la concesión del tren ligero que corre del Distrito Federal al Estado de México, el mismo que hace unos días sufrió un accidente, supuestamente por negligencia del personal y tiene en el hospital a cerca de ciento cuarenta personas. Pero la concesión estuvo llena de contradicciones. Primero, el concurso lo ganó una empresa francesa y sus socios mexicanos, pero inexplicablemente la Secretaría de Comunicaciones y Transportes invalidó los resultados. Nunca se conocieron las causas de la decisión. Pocos meses después, la misma SCT anunció que la empresa Estrella Blanca y sus socios españoles, la perdedora original, había terminado siendo la triunfadora del concurso. Claro, el hijo del presidente era vice presidente de la empresa ganadora. Así, cualquiera puede vencer.
Pero luego también nos enteramos que uno de los hijos de la “pareja presidencial” era un próspero empresario, dedicado a los negocios de la vivienda. No construía, pero encontró una mina de oro: le compraba, en verdaderos centavos, al Seguro Social y al Infonavit, viviendas ya construidas por empresas en bancarrota y las vendía a precios de fraccionamientos residenciales. En poco tiempo llegó a ser un ocupado magnate, que tuvo la necesidad de comprarse un avión particular para atender sus muchos negocios. Porque, además, junto con sus otros hermanos, se convirtieron en gestores de otras empresas para obtener los famosos contratos millonarios de PEMEX. Pero eso sí, al igual que la madre, no dejaron ningún registro que los pudiera involucrar en el lodo de la pestilente corrupción.
A fin de cuentas, el país seguía viviendo en el tan denostado presidencialismo de la era priista. Solo que se aprovecharon de la mecánica presidencial para hacer sus heredades y sus fortunas personales. Por eso, ahora que el presidente del CEN panista, Germán Martínez, presume al ex presidente Vicente Fox, me queda la certeza de que los mexicanos sí tenemos memoria. Nos falta un poquito de voluntad, la misma que adquirimos en épocas de crisis.