FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 5 de abril de 2009.
A partir de 1979, Margaret Thatcher inició la era del neoliberalismo en el mundo entero. La “Dama de hierro” puso fin a la época de las huelgas obreras y reestableció una rígida sociedad de clases en la Gran Bretaña y pronto fue vista como el modelo para toda Europa. En América Latina, Chile se convirtió en el modelo bajo la dictadura militar del general Pinochet y la asesoría económica Milton Friedman, de la Escuela de Chicago. Sin embargo, a pesar del incremento de su Producto Interno Bruto, los dos países siguen teniendo las sociedades más injustas del mundo, pues una onda brecha separa a los británicos y chilenos que tienen de sobra, de sus otros connacionales que viven de sobras. La desigualdad es muy parecida a la que se estableció en Estados Unidos a partir de que Ronald Reagan asumió la presidencia en 1980.
Esa misma desigualdad la vivimos cotidianamente en países como México. En el afán privatizador y de eficiencia capitalista, los hospitales públicos no cuentan con suficientes medicinas, los edificios de las escuelas públicas están en el abandono y fueron retirados los subsidios a los alimentos que consume la mayoría de la población. Poco a poco, en todo el mundo, se fue haciendo realidad la meta del neoliberalismo: quitar subsidios, para que el mercado definiera el camino para alcanzar la desigualdad absoluta. A las órdenes del mercado, el Estado se comenzó a privatizar. Desde entonces, una insoportable burrocracia ejerce el proxenitismo, en el sentido original del término. Hace dos mil años, la palabra proxeneta designaba a quienes resolvían los trámites burocráticos a cambio de propinas.
La ineficiencia y la corrupción hicieron posible que las privatizaciones se efectuaran con el visto bueno o la indiferencia de la gente. Por eso, quienes en algún momento fueron campeones de la búsqueda de mejores modelos de desarrollo para América Latina, de pronto dieron el gran viraje y se convirtieron en los timoneles de la marcha contra corriente. Por ejemplo, Fernando Enrique Cardoso, el intelectual que escribió uno de los libros paradigmáticos contra la dependencia, “Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica”, cuando se convirtió en presidente de la república de Brasil, una de sus mejores acciones, según su gobierno, fue vender la empresa telefónica Telebrass. Según el diario El Observador de Uruguay, del 31 de enero de 1998, lo hizo para "sacarse de encima empresas y servicios que se han convertido en una carga para las arcas estatales y los consumidores". Esa nota se publicó en la página 2, mientras en la página 16, del mismo día, el mismo diario informaba que Telebrass era "la empresa más rentable de Brasil. Generó el año pasado ganancias líquidas por 3 mil 900 millones de dólares, un récord en la historia del país".
Por esas mismas fechas, en 1990 el presidente argentino Carlos Menem mandaba a la muerte a Aerolíneas Argentinas. Una empresa pública, que generaba ganancias, fue vendida a otra empresa pública, la española Iberia, que era un ejemplo universal de mala administración. Las rutas internacionales y nacionales se cedieron por 15 veces menos de su valor y dos aviones Boing 707, en buenas condiciones, fueron vendidos al módico precio de un dólar con cincuenta y cuatro centavos cada uno. El gobierno brasileño, ante el bombardeo de demandas contra la privatización de Telebrass, justificó su programa de desnacionalizaciones por la necesidad de dar al mundo "señales de que somos un país abierto".
La misma situación vivimos en México. Carlos Salinas de Gortari privatizó la empresa más exitosa del país: Teléfonos de México. La misma que ha permitido a México contar con el tercer hombre más rico del mundo y es el tercero, porque la crisis actual le hizo perder casi 25 mil millones de dólares, por lo que cedió su segundo lugar. Ese mismo presidente privatizó uno de los bancos más grandes del país: Banamex y el siguiente gobierno, aún más neoliberal, con Ernesto Zedillo, les otorgó miles de millones de dólares al legalizar, con el Fobaproa, los fraudes y triquiñuelas que han permitido que, otros dos excelsos mexicanos, Roberto Hernández Ramírez y Alfredo Harp Helú, estén en la lista de Forbes, con aproximadamente mil millones de dólares en su haber, después de haber vendido el banco privatizado a City Group, sin pagar un solo centavo de impuestos, en la época del gobierno del ranchero empresario Vicente Fox.
Definitivamente, las privatizaciones han generado riqueza, pero solo para unos cuantos y los neoliberales no solo militan en un partido: son hijos de toda una corriente transnacional. En México han logrado que, según denunció el rector de la UNAM, José Narro Robles, seamos uno de los países con mayor desigualdad, ya que “sólo 1 por ciento de los hogares concentra 9.2 por ciento del ingreso total nacional; mientras, en el otro extremo, 1 por ciento de las familias más pobres sólo obtiene 0.07 por ciento de dicho ingreso, es decir 130 veces menos” (Milenio, 30/01/2009).
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 5 de abril de 2009.
A partir de 1979, Margaret Thatcher inició la era del neoliberalismo en el mundo entero. La “Dama de hierro” puso fin a la época de las huelgas obreras y reestableció una rígida sociedad de clases en la Gran Bretaña y pronto fue vista como el modelo para toda Europa. En América Latina, Chile se convirtió en el modelo bajo la dictadura militar del general Pinochet y la asesoría económica Milton Friedman, de la Escuela de Chicago. Sin embargo, a pesar del incremento de su Producto Interno Bruto, los dos países siguen teniendo las sociedades más injustas del mundo, pues una onda brecha separa a los británicos y chilenos que tienen de sobra, de sus otros connacionales que viven de sobras. La desigualdad es muy parecida a la que se estableció en Estados Unidos a partir de que Ronald Reagan asumió la presidencia en 1980.
Esa misma desigualdad la vivimos cotidianamente en países como México. En el afán privatizador y de eficiencia capitalista, los hospitales públicos no cuentan con suficientes medicinas, los edificios de las escuelas públicas están en el abandono y fueron retirados los subsidios a los alimentos que consume la mayoría de la población. Poco a poco, en todo el mundo, se fue haciendo realidad la meta del neoliberalismo: quitar subsidios, para que el mercado definiera el camino para alcanzar la desigualdad absoluta. A las órdenes del mercado, el Estado se comenzó a privatizar. Desde entonces, una insoportable burrocracia ejerce el proxenitismo, en el sentido original del término. Hace dos mil años, la palabra proxeneta designaba a quienes resolvían los trámites burocráticos a cambio de propinas.
La ineficiencia y la corrupción hicieron posible que las privatizaciones se efectuaran con el visto bueno o la indiferencia de la gente. Por eso, quienes en algún momento fueron campeones de la búsqueda de mejores modelos de desarrollo para América Latina, de pronto dieron el gran viraje y se convirtieron en los timoneles de la marcha contra corriente. Por ejemplo, Fernando Enrique Cardoso, el intelectual que escribió uno de los libros paradigmáticos contra la dependencia, “Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica”, cuando se convirtió en presidente de la república de Brasil, una de sus mejores acciones, según su gobierno, fue vender la empresa telefónica Telebrass. Según el diario El Observador de Uruguay, del 31 de enero de 1998, lo hizo para "sacarse de encima empresas y servicios que se han convertido en una carga para las arcas estatales y los consumidores". Esa nota se publicó en la página 2, mientras en la página 16, del mismo día, el mismo diario informaba que Telebrass era "la empresa más rentable de Brasil. Generó el año pasado ganancias líquidas por 3 mil 900 millones de dólares, un récord en la historia del país".
Por esas mismas fechas, en 1990 el presidente argentino Carlos Menem mandaba a la muerte a Aerolíneas Argentinas. Una empresa pública, que generaba ganancias, fue vendida a otra empresa pública, la española Iberia, que era un ejemplo universal de mala administración. Las rutas internacionales y nacionales se cedieron por 15 veces menos de su valor y dos aviones Boing 707, en buenas condiciones, fueron vendidos al módico precio de un dólar con cincuenta y cuatro centavos cada uno. El gobierno brasileño, ante el bombardeo de demandas contra la privatización de Telebrass, justificó su programa de desnacionalizaciones por la necesidad de dar al mundo "señales de que somos un país abierto".
La misma situación vivimos en México. Carlos Salinas de Gortari privatizó la empresa más exitosa del país: Teléfonos de México. La misma que ha permitido a México contar con el tercer hombre más rico del mundo y es el tercero, porque la crisis actual le hizo perder casi 25 mil millones de dólares, por lo que cedió su segundo lugar. Ese mismo presidente privatizó uno de los bancos más grandes del país: Banamex y el siguiente gobierno, aún más neoliberal, con Ernesto Zedillo, les otorgó miles de millones de dólares al legalizar, con el Fobaproa, los fraudes y triquiñuelas que han permitido que, otros dos excelsos mexicanos, Roberto Hernández Ramírez y Alfredo Harp Helú, estén en la lista de Forbes, con aproximadamente mil millones de dólares en su haber, después de haber vendido el banco privatizado a City Group, sin pagar un solo centavo de impuestos, en la época del gobierno del ranchero empresario Vicente Fox.
Definitivamente, las privatizaciones han generado riqueza, pero solo para unos cuantos y los neoliberales no solo militan en un partido: son hijos de toda una corriente transnacional. En México han logrado que, según denunció el rector de la UNAM, José Narro Robles, seamos uno de los países con mayor desigualdad, ya que “sólo 1 por ciento de los hogares concentra 9.2 por ciento del ingreso total nacional; mientras, en el otro extremo, 1 por ciento de las familias más pobres sólo obtiene 0.07 por ciento de dicho ingreso, es decir 130 veces menos” (Milenio, 30/01/2009).