FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 3 de julio de 2009.
Para no variar, con cada declaración, los empresarios oaxaqueños demuestran su pequeñez y falta de iniciativa para cumplir la función que los publicistas neoliberales les asignan: creadores de riqueza social y empleos bien remunerados. Apenas ayer, el dirigente estatal de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), Jesús Martín Fernández, insistió: “Hasta ahora las acciones de los gobiernos federal, estatal y municipal han sido insuficientes para apoyar a la industria y los establecimientos comerciales y de servicios”, y, claro, demandó un verdadero apoyo concretado en “financiamiento con tasa cero” (Tiempo, 2/07/2009).
En otras palabras, lo que el dirigente de la inexistente Canacintra estatal solicita es que el gobierno les haga la chamba, pero, además, que los financie y les dé dinero público, para que sigan engordando su cochinote sin trabajar ni pensar por ellos mismos. Ése ha sido el drama oaxaqueño: los autodenominados empresarios oaxaqueños no cumplen con su función y el gobierno estatal, ni el federal, financian a quienes sí pudieran sacar a la entidad del atolladero económico en que nos encontramos.
Hasta donde recuerdo, cuando el actual gobierno estatal asumió el cargo, en el Plan Estatal de Desarrollo se mencionó que en la entidad solo existían 5 grandes empresas, con más de 200 empleados; de ellas, la más grande es la refinería de PEMEX en Salina Cruz, de propiedad estatal; otras tres son la Compañía Manufacturera de Plástico establecida en los Valles Centrales, la Cervecera del Trópico en Tuxtepec y la fábrica de cemento Cruz Azul en el Istmo de Tehuantepec. Además el Plan establece que, de 1981 a la fecha, sólo se habían creado 2 empresas grandes. La mayor parte de las unidades económicas oaxaqueñas son microempresas, y de ellas, casi la mitad eran tortillerías y panaderías, que solo aportan el 9.3% del valor bruto de la producción. Ése es el verdadero tamaño de nuestros industriales, quienes, en realidad, son comerciantes y profesionales metidos a constructores y negociantes con el gobierno estatal.
Ninguno de nuestros flamantes empresarios apuesta su dinero a la inversión productiva. Prefieren meter sus ganancias a las pocas productivas, pero seguras, inversiones bancarias a plazo fijo o cualquier otra variante. Al menos, en eso, han superado a sus antecesores que atesoraban su riqueza en los colchones o en ollas enterradas, aunque los repliquen en la compra compulsiva de casas y terrenos que ha encarecido tanto los bienes raíces en la ciudad de Oaxaca. Nuestro mundo empresarial oaxaqueño es tan pequeño, que, cuando se requirió de inversionistas para concretar el gran negocio de crear la flamante “Ciudad Administrativa” en el municipio de Tlalixtac, los operadores gubernamentales debieron echar mano de un solo prestanombre y financiar el proyecto con subterfugios administrativos-financieros. Dicen que los ocho contratistas originales recularon cuando se enteraron que debían invertir su propio dinero y en compras consolidadas, con precios negociados de antemano. No había negocio con dinero ajeno, ni podían inflar los precios. Esa tranza era de otros.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 3 de julio de 2009.
Para no variar, con cada declaración, los empresarios oaxaqueños demuestran su pequeñez y falta de iniciativa para cumplir la función que los publicistas neoliberales les asignan: creadores de riqueza social y empleos bien remunerados. Apenas ayer, el dirigente estatal de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), Jesús Martín Fernández, insistió: “Hasta ahora las acciones de los gobiernos federal, estatal y municipal han sido insuficientes para apoyar a la industria y los establecimientos comerciales y de servicios”, y, claro, demandó un verdadero apoyo concretado en “financiamiento con tasa cero” (Tiempo, 2/07/2009).
En otras palabras, lo que el dirigente de la inexistente Canacintra estatal solicita es que el gobierno les haga la chamba, pero, además, que los financie y les dé dinero público, para que sigan engordando su cochinote sin trabajar ni pensar por ellos mismos. Ése ha sido el drama oaxaqueño: los autodenominados empresarios oaxaqueños no cumplen con su función y el gobierno estatal, ni el federal, financian a quienes sí pudieran sacar a la entidad del atolladero económico en que nos encontramos.
Hasta donde recuerdo, cuando el actual gobierno estatal asumió el cargo, en el Plan Estatal de Desarrollo se mencionó que en la entidad solo existían 5 grandes empresas, con más de 200 empleados; de ellas, la más grande es la refinería de PEMEX en Salina Cruz, de propiedad estatal; otras tres son la Compañía Manufacturera de Plástico establecida en los Valles Centrales, la Cervecera del Trópico en Tuxtepec y la fábrica de cemento Cruz Azul en el Istmo de Tehuantepec. Además el Plan establece que, de 1981 a la fecha, sólo se habían creado 2 empresas grandes. La mayor parte de las unidades económicas oaxaqueñas son microempresas, y de ellas, casi la mitad eran tortillerías y panaderías, que solo aportan el 9.3% del valor bruto de la producción. Ése es el verdadero tamaño de nuestros industriales, quienes, en realidad, son comerciantes y profesionales metidos a constructores y negociantes con el gobierno estatal.
Ninguno de nuestros flamantes empresarios apuesta su dinero a la inversión productiva. Prefieren meter sus ganancias a las pocas productivas, pero seguras, inversiones bancarias a plazo fijo o cualquier otra variante. Al menos, en eso, han superado a sus antecesores que atesoraban su riqueza en los colchones o en ollas enterradas, aunque los repliquen en la compra compulsiva de casas y terrenos que ha encarecido tanto los bienes raíces en la ciudad de Oaxaca. Nuestro mundo empresarial oaxaqueño es tan pequeño, que, cuando se requirió de inversionistas para concretar el gran negocio de crear la flamante “Ciudad Administrativa” en el municipio de Tlalixtac, los operadores gubernamentales debieron echar mano de un solo prestanombre y financiar el proyecto con subterfugios administrativos-financieros. Dicen que los ocho contratistas originales recularon cuando se enteraron que debían invertir su propio dinero y en compras consolidadas, con precios negociados de antemano. No había negocio con dinero ajeno, ni podían inflar los precios. Esa tranza era de otros.
Por eso no nos debe extrañar el lloriqueo empresarial ante la crisis económica actual. Tampoco es noticia. Es lo cotidiano en Oaxaca y nos seguirán aburriendo durante algún tiempo más. Al menos, hasta que una nueva visión de la realidad oaxaqueña se apodere de la imaginación, la política, la economía social y la administración estatal.