FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 28 de septiembre de 2008.
Como era de esperarse, la Procuraduría General de la República (PGR), casi dos años después, ha decidido hacer pública sus conclusiones sobre la muerte del norteamericano Bradley Roland Will, ocurrida el 27 de octubre de 2006. Esos resultados no favorecen a la memoria de lo que se autodenominó Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), toda vez que la investigadora federal determinó que el primer disparo lo hizo una persona situada a escasos 50 centímetros de distancia y estaba colocado al lado derecho del camarógrafo, para que no lo pudiera filmar.
Según la PGR, después de caído lo llevaron en un improvisado camastro, aproximadamente 65 metros, rumbo a un vehículo, con placas sobrepuestas robadas en el Distrito Federal; en el trayecto le volvieron a disparar, causándole otra herida en sedal. Hace unos meses, Misael Sánchez, reportero de este periódico, adelantaba que las investigaciones encontraron que el cadáver fue lavado en un costado, para borrar las huellas de nitrato de plomo que podrían haber quedado impregnados en la piel, por la cercanía de los disparos (Tiempo, 26 de junio de 2008).
Recordemos que este asesinato se cometió durante un enfrentamiento con la policía municipal de Santa Lucía del Camino, cuando los contingentes appistas se dirigían al palacio municipal, después de bloquear avenidas y calles, y entrar violentamente en casas particulares, donde cometían destrozos y quemaban vehículos en los propios patios de sus dueños, a quienes acusaban del delito de ¡ser priistas!
En las horas inmediatas del crimen, los voceros de la Sección 22 y de la APPO denunciaron que los policías municipales habían hecho los disparos y asesinado al camarógrafo de Indymedia, un portal de Internet, que no lo tenía en su planta. En los días siguientes, la prensa del Distrito Federal y los noticieros de televisión difundieron fotografías de personas, a quienes identificaron como policías y los señalaron como responsables del crimen. Algunos policías municipales de Santa Lucía fueron detenidos y estuvieron en la cárcel varios días. Posteriormente, fueron liberados por falta de pruebas, pero los medios de comunicación, especialmente los proclives al PRD y al gobierno federal, reiteraban la culpabilidad de los policías municipales.
En esas aciagas horas, una voz solitaria lanzó otro rayo de luz sobre la oscuridad política del momento. Tres semanas después del crimen, la entonces Procuradora estatal, Lizbeth Caña Cadeza, declaró que “las evidencias y los resultados anexados a la investigación establecían que Will fue asesinado a quemarropa y quienes lo mataron eran parte del mismo grupo en el que se encontraba” (La Jornada, 17/11/06). Casi nadie le creyó, salvo la dirigencia de la Sección 22 y la APPO, quienes, a partir de ese momento, establecieron como otro punto de negociación, la renuncia de la Procuradora.
Aunque parecía difícil de creer, la hipótesis del asesinato por sus supuestos compañeros era la más creíble. Cuando leía la guerra de declaraciones que siguieron, me venía inmediatamente a la memoria aquella memorable fotografía que dio la vuelta al mundo, donde un soldado del enloquecido ejército nicaragüense de Anastasio Somoza, le dispara a un indefenso, arrodillado y con las manos en alto, periodista norteamericano. Fue la gota que derramó el vaso y la paciencia del entonces presidente, James Carter. Poco después, Somoza salía al exilio y un victorioso ejército sandinista comenzaba a tomar el poder. Nunca dudé que la experiencia la intentarían poner en práctica, alguna vez, los militantes radicalizados de los movimientos políticos.
Lo que no supieron prever, fue que la situación del país y el mundo entero, había cambiado. Como lo he reiterado, ya no gobernaba un presidente priista y la actual lógica del poder pasa por las urnas. Un crimen, inducido o no, no es causal suficiente para el derrocamiento de un gobernante. Lo más grave, para los autores del asesinato, es que su permanencia en el cargo le permite clarificar la verdad jurídica de los hechos.
El asesinato fue contraproducente, porque obligó a la intervención de la presidencia de la República para esclarecer los hechos, proceso que implicaba el retorno de la paz pública a la entidad. Los resultados ya los conocemos. Quienes iniciaron la Trifulca Política gozan de la total impunidad de los fueros legislativos y los negociantes noticiosos recuperaron la prebenda del dinero público para difundir las actividades gubernamentales.
En unos días más, veremos las caras de los directos responsables del asesinato de Brad Will, en las pantallas de televisión y las páginas de los periódicos. En realidad, fueron los autores materiales de un crimen inducido por otros. A esos no los alcanzará la justicia. Espero que, después de estos hechos, los promotores y ejecutores de la violencia comprendan el cambio de los tiempos. La toma del poder pasa necesariamente por las urnas y las campañas políticas. La violencia política conduce, más temprano que tarde, a las cárceles y al trasiego semianónimo de la gestión de las dádivas gubernamentales.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 28 de septiembre de 2008.
Como era de esperarse, la Procuraduría General de la República (PGR), casi dos años después, ha decidido hacer pública sus conclusiones sobre la muerte del norteamericano Bradley Roland Will, ocurrida el 27 de octubre de 2006. Esos resultados no favorecen a la memoria de lo que se autodenominó Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), toda vez que la investigadora federal determinó que el primer disparo lo hizo una persona situada a escasos 50 centímetros de distancia y estaba colocado al lado derecho del camarógrafo, para que no lo pudiera filmar.
Según la PGR, después de caído lo llevaron en un improvisado camastro, aproximadamente 65 metros, rumbo a un vehículo, con placas sobrepuestas robadas en el Distrito Federal; en el trayecto le volvieron a disparar, causándole otra herida en sedal. Hace unos meses, Misael Sánchez, reportero de este periódico, adelantaba que las investigaciones encontraron que el cadáver fue lavado en un costado, para borrar las huellas de nitrato de plomo que podrían haber quedado impregnados en la piel, por la cercanía de los disparos (Tiempo, 26 de junio de 2008).
Recordemos que este asesinato se cometió durante un enfrentamiento con la policía municipal de Santa Lucía del Camino, cuando los contingentes appistas se dirigían al palacio municipal, después de bloquear avenidas y calles, y entrar violentamente en casas particulares, donde cometían destrozos y quemaban vehículos en los propios patios de sus dueños, a quienes acusaban del delito de ¡ser priistas!
En las horas inmediatas del crimen, los voceros de la Sección 22 y de la APPO denunciaron que los policías municipales habían hecho los disparos y asesinado al camarógrafo de Indymedia, un portal de Internet, que no lo tenía en su planta. En los días siguientes, la prensa del Distrito Federal y los noticieros de televisión difundieron fotografías de personas, a quienes identificaron como policías y los señalaron como responsables del crimen. Algunos policías municipales de Santa Lucía fueron detenidos y estuvieron en la cárcel varios días. Posteriormente, fueron liberados por falta de pruebas, pero los medios de comunicación, especialmente los proclives al PRD y al gobierno federal, reiteraban la culpabilidad de los policías municipales.
En esas aciagas horas, una voz solitaria lanzó otro rayo de luz sobre la oscuridad política del momento. Tres semanas después del crimen, la entonces Procuradora estatal, Lizbeth Caña Cadeza, declaró que “las evidencias y los resultados anexados a la investigación establecían que Will fue asesinado a quemarropa y quienes lo mataron eran parte del mismo grupo en el que se encontraba” (La Jornada, 17/11/06). Casi nadie le creyó, salvo la dirigencia de la Sección 22 y la APPO, quienes, a partir de ese momento, establecieron como otro punto de negociación, la renuncia de la Procuradora.
Aunque parecía difícil de creer, la hipótesis del asesinato por sus supuestos compañeros era la más creíble. Cuando leía la guerra de declaraciones que siguieron, me venía inmediatamente a la memoria aquella memorable fotografía que dio la vuelta al mundo, donde un soldado del enloquecido ejército nicaragüense de Anastasio Somoza, le dispara a un indefenso, arrodillado y con las manos en alto, periodista norteamericano. Fue la gota que derramó el vaso y la paciencia del entonces presidente, James Carter. Poco después, Somoza salía al exilio y un victorioso ejército sandinista comenzaba a tomar el poder. Nunca dudé que la experiencia la intentarían poner en práctica, alguna vez, los militantes radicalizados de los movimientos políticos.
Lo que no supieron prever, fue que la situación del país y el mundo entero, había cambiado. Como lo he reiterado, ya no gobernaba un presidente priista y la actual lógica del poder pasa por las urnas. Un crimen, inducido o no, no es causal suficiente para el derrocamiento de un gobernante. Lo más grave, para los autores del asesinato, es que su permanencia en el cargo le permite clarificar la verdad jurídica de los hechos.
El asesinato fue contraproducente, porque obligó a la intervención de la presidencia de la República para esclarecer los hechos, proceso que implicaba el retorno de la paz pública a la entidad. Los resultados ya los conocemos. Quienes iniciaron la Trifulca Política gozan de la total impunidad de los fueros legislativos y los negociantes noticiosos recuperaron la prebenda del dinero público para difundir las actividades gubernamentales.
En unos días más, veremos las caras de los directos responsables del asesinato de Brad Will, en las pantallas de televisión y las páginas de los periódicos. En realidad, fueron los autores materiales de un crimen inducido por otros. A esos no los alcanzará la justicia. Espero que, después de estos hechos, los promotores y ejecutores de la violencia comprendan el cambio de los tiempos. La toma del poder pasa necesariamente por las urnas y las campañas políticas. La violencia política conduce, más temprano que tarde, a las cárceles y al trasiego semianónimo de la gestión de las dádivas gubernamentales.