FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 29 de marzo de 2009.
Uno de las máximas más repetidas sobre el mundo empresarial es que toda gran fortuna tiene como base un gran robo o una gran estafa. Esta afirmación se ha tratado de revertir, especialmente en las instituciones de educación superior. Hasta la década de los 80, en las universidades, especialmente las públicas, la enseñanza y el aprendizaje tenían un sentido claramente social. En las instituciones de educación superior se aprendía para ayudar a los demás y la noción del pueblo era el centro paradigmático de las ciencias. No en vano, se decía, eran recursos del pueblo los que financiaban a las instituciones de educación superior. Hasta en el estudio del derecho, la búsqueda de la justicia se anteponía al de los negocios en la aplicación de la ley.
Esa situación, al parecer, ha cambiado al día de hoy. En las universidades y los tecnológicos se está anteponiendo la noción empresarial privado del negocio por encima de la verdad, la ciencia y la colectividad. Mañosamente, se presenta la iniciativa individual como la única razón de ser de toda innovación; pero, sobre todo, como la base de la empresa privada capitalista, a la que se identifica como su correlato automático en la vida social. A los jóvenes de hoy se les vende la idea de que sólo la iniciativa personal los puede sacar del entorno adverso, pero se le identifica con la búsqueda del lucro, por encima del afán de servicio y de la justicia social. En síntesis, se iguala a la iniciativa individual con la iniciativa privada y a ésta se le identifica con la empresa capitalista.
En torno a esta engañosa idea hay una verdadera campaña publicitaria para identificar lo colectivo con lo fallido. Después de muchos intentos, se ha logrado asimilar a la cooperativa y la organización colectiva con el fracaso empresarial. En el peor de los extremos, algunos de los más connotados miembros de la derecha mexicana y sus intelectuales orgánicos propalan abiertamente la idea de que la propiedad social de la tierra —en el ejido y las comunidades agrarias— es un verdadero error, porque inducen a la pobreza al impedir que los campesinos sean sujetos de créditos bancarios, condición que, supuestamente, los podría convertir en empresarios exitosos. El corolario de estos publicistas de la empresa privada, es la necesaria e inmediata privatización de las tierras comunales y ejidales.
También, las disqueras y los grandes comerciantes de software financian millonarias campañas para denunciar la piratería como obstáculo de la innovación tecnológica, sin aclarar que la base social de la piratería son las inmensas ganancias que generan los estratosféricos precios de sus productos defendidos. Contra la avaricia comercial, la respuesta popular han sido las copias ilegales, pero que no contravienen con la idea social de la justa equidad.
Este proceso de adoctrinamiento ideológico se ha profundizado, especialmente con la proliferación de las universidades privadas. Ahí, pero también en las públicas, se ha generado una creciente corriente para impulsar la idea de que cualquier egresado de una institución de educación superior puede y debe convertirse, automáticamente, en un exitoso empresario capitalista. Es más, en las últimas semanas, hemos observado que tanto el gobierno estatal, en la dinámica natural del gobierno federal, ha conjuntado esfuerzos con las organizaciones empresariales privadas para impulsar foros y conferencias para enseñar a los jóvenes profesionales universitarios lo que no les resulta tan evidente: la posibilidad y la necesidad de que cada profesional recién egresado se convierta en un exitoso empresario privado.
En algunos de estos foros actúan verdaderos motivadores profesionales para inducir, con consignas y frases huecas, el irremediable éxito al convertirse en parte de la iniciativa privada o el empresariado nacional. Lo que callan es la elemental información de que, para iniciar cualquier negocio, se requiere una fuerte inversión para la compra de los activos fijos de la futura empresa; pero, además, se deberá contar con un buen capital variable para pagar salarios y para sobrevivir, por lo menos los primeros dos años de operación, cuando la tasa de retorno es insuficiente para mantener al empresario y a su familia. Tampoco les informan de la inexistencia del crédito bancario y que, para obtener alguno, se debe tener, como mínimo, una buena propiedad para garantizar el capital prestado. Se omite que el crédito, la base fundamental de cualquier empresa capitalista, está negada casi a la totalidad de los aspirantes a empresarios.
En esas condiciones, difícilmente un aspirante a empresario puede pensar en operar una empresa exitosa que le permita convertirse en un capitalista exitoso, mucho menos soñar en convertirse en émulo de Carlos Slim o Ricardo Salinas Pliego, quienes, por cierto, según cuenta la leyenda popular, sus espectaculares negocios lo hicieron tomados de la mano de los recursos políticos y financieros de Carlos y Raúl Salinas de Gortari, para apuntalar los monopolios con los que hoy acumulan esas inmensas fortunas, que los publicistas de la empresa privada ponen como ejemplo de los negocios exitosos.
No es que la iniciativa individual sea la base de la iniciativa privada, identificada como empresa capitalista; por el contrario, la iniciativa individual, en entidades como Oaxaca, debía encaminar su esfuerzo al aprovechamiento de la riqueza social en la que nuestro estado es tan pródiga y se encuentra totalmente desaprovechada por la incomprensión y la incompetencia del gobierno estatal, del abierto rechazo del gobierno federal y la ignorancia de los empresarios comerciales locales.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 29 de marzo de 2009.
Uno de las máximas más repetidas sobre el mundo empresarial es que toda gran fortuna tiene como base un gran robo o una gran estafa. Esta afirmación se ha tratado de revertir, especialmente en las instituciones de educación superior. Hasta la década de los 80, en las universidades, especialmente las públicas, la enseñanza y el aprendizaje tenían un sentido claramente social. En las instituciones de educación superior se aprendía para ayudar a los demás y la noción del pueblo era el centro paradigmático de las ciencias. No en vano, se decía, eran recursos del pueblo los que financiaban a las instituciones de educación superior. Hasta en el estudio del derecho, la búsqueda de la justicia se anteponía al de los negocios en la aplicación de la ley.
Esa situación, al parecer, ha cambiado al día de hoy. En las universidades y los tecnológicos se está anteponiendo la noción empresarial privado del negocio por encima de la verdad, la ciencia y la colectividad. Mañosamente, se presenta la iniciativa individual como la única razón de ser de toda innovación; pero, sobre todo, como la base de la empresa privada capitalista, a la que se identifica como su correlato automático en la vida social. A los jóvenes de hoy se les vende la idea de que sólo la iniciativa personal los puede sacar del entorno adverso, pero se le identifica con la búsqueda del lucro, por encima del afán de servicio y de la justicia social. En síntesis, se iguala a la iniciativa individual con la iniciativa privada y a ésta se le identifica con la empresa capitalista.
En torno a esta engañosa idea hay una verdadera campaña publicitaria para identificar lo colectivo con lo fallido. Después de muchos intentos, se ha logrado asimilar a la cooperativa y la organización colectiva con el fracaso empresarial. En el peor de los extremos, algunos de los más connotados miembros de la derecha mexicana y sus intelectuales orgánicos propalan abiertamente la idea de que la propiedad social de la tierra —en el ejido y las comunidades agrarias— es un verdadero error, porque inducen a la pobreza al impedir que los campesinos sean sujetos de créditos bancarios, condición que, supuestamente, los podría convertir en empresarios exitosos. El corolario de estos publicistas de la empresa privada, es la necesaria e inmediata privatización de las tierras comunales y ejidales.
También, las disqueras y los grandes comerciantes de software financian millonarias campañas para denunciar la piratería como obstáculo de la innovación tecnológica, sin aclarar que la base social de la piratería son las inmensas ganancias que generan los estratosféricos precios de sus productos defendidos. Contra la avaricia comercial, la respuesta popular han sido las copias ilegales, pero que no contravienen con la idea social de la justa equidad.
Este proceso de adoctrinamiento ideológico se ha profundizado, especialmente con la proliferación de las universidades privadas. Ahí, pero también en las públicas, se ha generado una creciente corriente para impulsar la idea de que cualquier egresado de una institución de educación superior puede y debe convertirse, automáticamente, en un exitoso empresario capitalista. Es más, en las últimas semanas, hemos observado que tanto el gobierno estatal, en la dinámica natural del gobierno federal, ha conjuntado esfuerzos con las organizaciones empresariales privadas para impulsar foros y conferencias para enseñar a los jóvenes profesionales universitarios lo que no les resulta tan evidente: la posibilidad y la necesidad de que cada profesional recién egresado se convierta en un exitoso empresario privado.
En algunos de estos foros actúan verdaderos motivadores profesionales para inducir, con consignas y frases huecas, el irremediable éxito al convertirse en parte de la iniciativa privada o el empresariado nacional. Lo que callan es la elemental información de que, para iniciar cualquier negocio, se requiere una fuerte inversión para la compra de los activos fijos de la futura empresa; pero, además, se deberá contar con un buen capital variable para pagar salarios y para sobrevivir, por lo menos los primeros dos años de operación, cuando la tasa de retorno es insuficiente para mantener al empresario y a su familia. Tampoco les informan de la inexistencia del crédito bancario y que, para obtener alguno, se debe tener, como mínimo, una buena propiedad para garantizar el capital prestado. Se omite que el crédito, la base fundamental de cualquier empresa capitalista, está negada casi a la totalidad de los aspirantes a empresarios.
En esas condiciones, difícilmente un aspirante a empresario puede pensar en operar una empresa exitosa que le permita convertirse en un capitalista exitoso, mucho menos soñar en convertirse en émulo de Carlos Slim o Ricardo Salinas Pliego, quienes, por cierto, según cuenta la leyenda popular, sus espectaculares negocios lo hicieron tomados de la mano de los recursos políticos y financieros de Carlos y Raúl Salinas de Gortari, para apuntalar los monopolios con los que hoy acumulan esas inmensas fortunas, que los publicistas de la empresa privada ponen como ejemplo de los negocios exitosos.
No es que la iniciativa individual sea la base de la iniciativa privada, identificada como empresa capitalista; por el contrario, la iniciativa individual, en entidades como Oaxaca, debía encaminar su esfuerzo al aprovechamiento de la riqueza social en la que nuestro estado es tan pródiga y se encuentra totalmente desaprovechada por la incomprensión y la incompetencia del gobierno estatal, del abierto rechazo del gobierno federal y la ignorancia de los empresarios comerciales locales.