20 de marzo de 2009

LA IGLESIA, SANCHO.

FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.

Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 20 de marzo de 2009.

Aunque algunos lo duden, en términos porcentuales, la Iglesia católica tiene una clara y constante declinación en las preferencias religiosas desde hace casi seis décadas; pero es a partir de los años 70 del siglo pasado, cuando el incremento de confesiones protestantes comenzó a modificar el panorama religioso mexicano.

El crecimiento de otras iglesias mexicanas ha sido vertiginoso. En 2000, eran 7 millones de mexicanos quienes profesaban creencias impensables apenas decenios atrás: 2 mil eran islámicos, 6 mil budistas o los fanáticos de ese folclórico dios vivo llamado Samuel Joaquín, dueño de la Iglesia “La Luz del Mundo” y jefe de una ciudad anexa a Guadalajara, con un templo más grande que el Auditorio Nacional. Además, en México hay cada vez más adeptos de la Santa Muerte y hasta de Malverde, el santo patrono de los narcos.

Actualmente hay 6 mil 806 asociaciones religiosas con registro oficial y 60 mil 542 ministros de culto, además de los católicos. Según las estadísticas del INEGI, el porcentaje de católicos ha disminuido cada vez más aceleradamente en las tres décadas recientes. Apenas en 1990, 90.2% de los mexicanos se declaraba católico, pero en el 2000 esa profesión de fe disminuyó a 87%. Hay estados, como Chiapas, en los que el derrumbe es estrepitoso: de 91.2% a 77% en 1980 y a 63% en 2000. Sorprendentemente, 500 mil chiapanecos se han declarado ateos. Precisamente, el estado donde la Jerarquía católica brindó su apoyo táctico a la guerrilla mediática del EZLN, es donde la religión católica tiene su mayor fracaso.

En este acelerado proceso de deterioro de la base católica, en mucho ha influido el que la cúpula clerical ha dejado de representar los valores, esperanzas e intereses de ciudadanos que, aun declarándose católicos, construyen sus opciones de vida sin los referentes doctrinales y éticos de quienes formalmente son sus líderes espirituales.

El descreimiento en los jerarcas católicos mexicanos tiene bases sociales. Ahí están los nexos presuntos, o por lo menos confusos, con el crimen organizado, ejemplificados en la dramática ejecución del cardenal Posadas o la visita de los Arellano Félix al nuncio Prigione. Los escandalosos episodios de los curas pederastas, protegidos por la Arquidiócesis de México, han significado durísimos golpes a la confiabilidad en la iglesia.

Aunque tal vez lo más demoledor en este proceso de desgaste es la erosión permanente de una supuesta institución divina, cada vez más dedicada a sus relaciones con el poder terrenal, político y económico, y distanciada de su labor pastoral con los más pobres. Cardenales y obispos se ven en exclusivos torneos de golf y en espectaculares fiestas de la “gente bonita”, pero se despreocupan totalmente de las carencias sociales y los dramas de la injusticia de un régimen basado en “la mano invisible” del mercado.

En Oaxaca, la jerarquía católica se muestra más preocupada por sus relaciones políticas con los líderes contrarios al régimen, que en el reclutamiento de nuevos sacerdotes o en la labor pastoral para los marginados y miserables. Han confundido la creencia mesiánica de un mundo mejor, envuelto en las parábolas del Señor, con la parafernalia mediática. En esa lucha política, están perdiendo a los rebaños que les fueron confiados y a los que accedieron sin esfuerzo alguno. Quizá ahí se encuentre su mayor error, en su olvido de la frase bíblica “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.