FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 17 de agosto de 2009.
La idea del desarrollo es la continuidad de dos nociones anteriores surgidas en el pensamiento científico occidental: la evolución y el progreso. Las tres presuponen la existencia de un proceso de cambio continuo, siempre en ascenso y siempre mejor que la etapa anterior. Durante mucho tiempo, el desarrollo se retomó como una metáfora de connotación positiva, en el sentido de concretar las potencialidades intrínsecas de organismos, personas y grupos humanos, especialmente los menos desarrollados: los países pobres. Poco a poco, se pasó del ámbito de lo orgánico-reproductivo hacia la asociación con la industrialización y, después, a su vinculación con el mercado y ahora retomamos al ser humano como centro de la atención.
Tras la Segunda Guerra Mundial, por primera vez, el presidente norteamericano Harry Truman utilizó el concepto de subdesarrollo como antónimo del desarrollo, para definir a los países con falta de capital y tecnología para explotar los recursos de su entorno. Como corolario, se planteó la necesidad de inducir e impulsarlos en la carrera para alcanzar los niveles de vida y consumo de los países industrializados.
Durante las décadas de los sesenta y setenta, el concepto había devenido en dos teorías de la economía y la sociología. En el ámbito del enfrentamiento entre el capitalismo y el socialismo, entre Estados Unidos y la URSS, los científicos sociales se agruparon en torno a la teoría de la modernización y la teoría de la dependencia y el intercambio desigual. Sin embargo, a pesar de sus divergencias, ambas teorías compartieron algunos supuestos. En los dos bandos, el desarrollo se consideraba sinónimo de una combinación de crecimiento económicos y redistribución de ingresos; ambos partían de los entornos nacionales y olvidaban las escalas regionales o locales para impulsarlo; además, suponían que era un proceso irreversible; y, por último, consideraban infinitos los recursos naturales y no tomaban en cuenta la conservación de los ecosistemas.
En el entorno del desarrollo capitalista, nuestra área geográfica, la teoría de la modernización fue uno de los paradigmas más influyentes, universalizada a partir de la teoría del crecimiento de Walt Rostow, quien en 1955 estableció, en su libro Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, cinco etapas para alcanzar el desarrollo: 1) sociedad tradicional; 2) condiciones previas al despegue; 3) despegue; 4) marcha hacia la madurez; 5) sociedad de consumo de masas. El éxito de su teoría impulsó a la identificación entre “desarrollo económico” y “modernización”, como sinónimo de la transformación de las sociedades tradicionales en sociedades capitalistas.
Las críticas a la teoría del desarrollo, identificada como modernización socio-económica, se dividieron en dos bandos contrapuestos: los “conservadores”, como Peter Bauer y Harry Jonhson, eran partidarios de reducir al máximo la intervención del Estado en el mercado y los “neomarxistas”, como Paul Baran, Arghiri Emmanuel y Samir Amin, interpretaron la teoría de la modernización como una ideología ocultadora de las relaciones de dependencia y servidumbre de los países pobres.
La crisis económica de finales de los años setenta puso en duda la visión desarrollista y en tela de juicio su eficacia para elevar niveles de vida y bienestar. Las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional y el desmantelamiento del Estado de Bienestar, abrieron paso a nuevas formas de política económica que desembocaron en las políticas económicas neoliberales.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 17 de agosto de 2009.
La idea del desarrollo es la continuidad de dos nociones anteriores surgidas en el pensamiento científico occidental: la evolución y el progreso. Las tres presuponen la existencia de un proceso de cambio continuo, siempre en ascenso y siempre mejor que la etapa anterior. Durante mucho tiempo, el desarrollo se retomó como una metáfora de connotación positiva, en el sentido de concretar las potencialidades intrínsecas de organismos, personas y grupos humanos, especialmente los menos desarrollados: los países pobres. Poco a poco, se pasó del ámbito de lo orgánico-reproductivo hacia la asociación con la industrialización y, después, a su vinculación con el mercado y ahora retomamos al ser humano como centro de la atención.
Tras la Segunda Guerra Mundial, por primera vez, el presidente norteamericano Harry Truman utilizó el concepto de subdesarrollo como antónimo del desarrollo, para definir a los países con falta de capital y tecnología para explotar los recursos de su entorno. Como corolario, se planteó la necesidad de inducir e impulsarlos en la carrera para alcanzar los niveles de vida y consumo de los países industrializados.
Durante las décadas de los sesenta y setenta, el concepto había devenido en dos teorías de la economía y la sociología. En el ámbito del enfrentamiento entre el capitalismo y el socialismo, entre Estados Unidos y la URSS, los científicos sociales se agruparon en torno a la teoría de la modernización y la teoría de la dependencia y el intercambio desigual. Sin embargo, a pesar de sus divergencias, ambas teorías compartieron algunos supuestos. En los dos bandos, el desarrollo se consideraba sinónimo de una combinación de crecimiento económicos y redistribución de ingresos; ambos partían de los entornos nacionales y olvidaban las escalas regionales o locales para impulsarlo; además, suponían que era un proceso irreversible; y, por último, consideraban infinitos los recursos naturales y no tomaban en cuenta la conservación de los ecosistemas.
En el entorno del desarrollo capitalista, nuestra área geográfica, la teoría de la modernización fue uno de los paradigmas más influyentes, universalizada a partir de la teoría del crecimiento de Walt Rostow, quien en 1955 estableció, en su libro Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, cinco etapas para alcanzar el desarrollo: 1) sociedad tradicional; 2) condiciones previas al despegue; 3) despegue; 4) marcha hacia la madurez; 5) sociedad de consumo de masas. El éxito de su teoría impulsó a la identificación entre “desarrollo económico” y “modernización”, como sinónimo de la transformación de las sociedades tradicionales en sociedades capitalistas.
Las críticas a la teoría del desarrollo, identificada como modernización socio-económica, se dividieron en dos bandos contrapuestos: los “conservadores”, como Peter Bauer y Harry Jonhson, eran partidarios de reducir al máximo la intervención del Estado en el mercado y los “neomarxistas”, como Paul Baran, Arghiri Emmanuel y Samir Amin, interpretaron la teoría de la modernización como una ideología ocultadora de las relaciones de dependencia y servidumbre de los países pobres.
La crisis económica de finales de los años setenta puso en duda la visión desarrollista y en tela de juicio su eficacia para elevar niveles de vida y bienestar. Las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional y el desmantelamiento del Estado de Bienestar, abrieron paso a nuevas formas de política económica que desembocaron en las políticas económicas neoliberales.
En medio de esas discusiones, surgió la conciencia de los límites ecológicos del crecimiento que se concretó en el concepto de “desarrollo sustentable”. Así, la separación entre los conceptos de crecimiento económico y desarrollo se acentuó en los años ochenta, cuando los organismos de Naciones Unidas comenzaron a reconocer que era posible incrementar el crecimiento económico de un país, sin que se produjera un incremento paralelo de bienes sociales como la salud, la educación, las libertades básicas o la elevación equitativa del nivel de renta de la población. Es el crecimiento con desigualdad económica, la forma generalizada de desenvolvimiento económico de nuestros países.
La conciencia de estas insuficiencias del concepto de desarrollo, entendido como crecimiento económico, condujo a la noción de “desarrollo humano” o “desarrollo social”, donde se privilegia la adquisición de capacidades y la libertad de elección del individuo, como punto de partida de una noción mucho más completa que la unilateral definición anterior.