24 de agosto de 2008

INSEGURIDAD PÚBLICA.

FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.

Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 24 de agosto de 2008.

Hace varios meses fueron removidos en su totalidad los mandos policíacos estatales. Desde entonces, a la fecha, no se ha visto ningún cambio en la inseguridad pública. Hasta donde sé, lo único que se ha logrado es que mucha gente del Distrito Federal ha dejado el desempleo y se desempeñan como comandantes de investigación o burócratas de la Seproci y la policía preventiva estatal. Los secuestros siguen impunes, la jefatura del narcotráfico se ha consolidado y la delincuencia tradicional, al parecer, ha encontrado el camino institucional.

Cuando se dieron los cambios, el mejor argumento fue, precisamente, el desligamiento de los recién llegados de la política y las relaciones locales, además de su experiencia en el ramo policial. Hoy sabemos que muchas de aquellas ideas eran infundadas. No tenían vínculos locales, pero aprendieron rápido y sus allegados ya han creado largas ramificaciones entre la podredumbre local. Los que tenían experiencia policíaca, los periódicos del D. F. los vinculan directamente con lo peor de la delincuencia capitalina. El más silencioso del trío solo hace ruido en los restaurantes y bares, al amparo de las guitarras y la mirada lánguida de una joven mujer, cual debe ser, por cierto.

Cuando se dieron los cambios, llegué a pensar que era lo adecuado, porque los foráneos no tenían excusas para no actuar, por estar pensando en las venganzas de los delincuentes, como sí lo tienen nuestros paisanos, que llegan a manifestar que, en lo personal, nada contra la guerrilla ni el narcotráfico, porque ponen en riesgo su seguridad futura y de la propia familia, aunque sus padrinos políticos sí puedan establecer algún nexo con las fuerzas delictivas.
A estas alturas, creo que todos estamos convencidos que el gran problema de la inseguridad pública tiene su base en la corrupta estructura policial, la impunidad que campea por cuestiones políticas o por la ley del dólar, pero sobre todo por la inexistencia de una estrategia operativa clara de prevención y control de la delincuencia.

Para nadie es desconocida la corrupción policial. En la flamante Agencia Estatal de Investigaciones se vende al mejor postor la información de las órdenes de aprehensión y se cobra por la aplicación expedita de los ordenamientos judiciales. La inamovilidad de los jefes policíacos, la existencia de una “hermandad” y ahora los conocimientos traídos del Distrito Federal, donde la corrupción adquiere categoría de posgrado, le han dado a los policías de la AEI la patente de la impunidad. Por su lado, los policías preventivos acuden al servicio con la espada de Damocles de las comisiones de derechos humanos pendiendo sobre sus cabezas, por lo que no tienen la audacia para actuar, por el abandono de las instituciones cuando son llevados a la cárcel o sujetos al descrédito público.

Pero también, la impunidad campea por la política y el dinero. Hace unos días publiqué el drama de los padres triquis que han denunciado la probable responsabilidad de dos personas que, por militar en el MULT, no han sido aprendidos, a pesar del ordenamiento legal que dispone la persecución de oficio por cualquier asesinato.

Ante la inseguridad, los jefes policiacos han respondido de la manera tradicional, con lo que de paso demuestran que el mando de tropas militares o la burocracia administrativa no generan conocimiento automáticamente. Hasta hoy no se han percatado que la delincuencia organizada no se combate solo con retenes ni patrullajes policíacos. Esas tácticas son como darle Mejoral a los enfermos de cáncer, porque, como se ha visto, no amilanan a los delincuentes que practican los “levantones” y los secuestros, y ni siquiera sirven para encontrar a las víctimas, cuando todos saben que los tienen retenidos en casas de seguridad de los alrededores de la ciudad de Oaxaca.

La delincuencia no se combate solo con armas, porque ellos las tienen mejores y en mayor número. Por eso, el crimen organizado debiera combatirse con inteligencia y organización, estrategias que también debieran ser aplicadas contra la delincuencia política, la que practica los secuestros de oficinas y bloqueos carreteros. Es urgente y necesario contar en el área de la seguridad pública estatal con un cuerpo de “inteligencia policial” o una verdadera policía investigadora y el reforzamiento publicitario de la bondad de la “denuncia ciudadana anónima”, pero buscando que la información recopilada sea procesada por instancias responsables, profesionales y honestas, que garanticen la seguridad de los denunciantes y emprendan líneas de investigación que conduzcan a la prevención del delito y la captura de los delincuentes que operan el crimen organizado.

La inteligencia policial es una de las soluciones para poder atraer a un área hoy en descrédito, como es la policía, a los jóvenes profesionales que actualmente se forman en tantas universidades públicas y privadas. Bien pagados y bien capacitados pueden ser la piedra inicial para el combate real de la delincuencia organizada.

El otro camino, es el de los ciudadanos, quienes debemos poner la parte con que contamos. Los muy ricos, el dinero que esconden ávidamente en las fundaciones supuestamente caritativas y que pudiera servir para premiar a los mejores y más honestos policías, que sí los hay, y quienes hoy solo reciben balas e insultos. Los demás, debiéramos organizarnos en redes ciudadanas contra el delito, la corrupción y la impunidad. Nunca es tarde para comenzar de nuevo y ninguna sociedad está condenada al fracaso eterno.