FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 29 de agosto de 2008.
Desde hace unos días, los norteamericanos nos están dando una lección de convivencia política. Hillary Clinton, ex precandidata del Partido Demócrata llegó a su convención anunciando: "Estoy aquí, como una orgullosa defensora de Barack Obama”.
Unos meses antes, ella misma defenestraba a su contrincante por su escasa experiencia administrativa y su desconocimiento del entorno internacional. Aseguraba que era el pasaporte seguro para la derrota de su partido en las elecciones presidenciales. Parecían perros y gatos, dispuestos a despedazarse en cuanto se encontraran una frente al otro. A pesar de todo, jamás utilizó algún argumento de tipo racial, personal o religioso contra su contrincante.
La senadora Clinton nunca renunció a sus pretensiones. Sólo se retiró de la precampaña, cuando los números le demostraron la imposibilidad de alcanzar la cantidad de delegados necesarios para la nominación de su partido. Sin embargo, después de su largo periplo por la geografía norteamericana, llegó a Denver con un mensaje muy claro: "Es tiempo de unirnos como un solo partido, con un solo propósito.”
Atrás dejó las diatribas y los enconos. Por eso, en su discurso, Barack Obama es una especie de salvador que "revitalizará la economía, defenderá al pueblo trabajador y enfrentará los desafíos globales de nuestro tiempo”, y concluyó afirmando: "Es mi candidato y debe ser nuestro presidente".
Qué gran diferencia con nuestro entorno político. Hace apenas unos días, el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, armó todo un teatro para no darle la mano ni saludar al jefe del Estado mexicano y, sólo acudió a la Reunión de Seguridad Nacional, porque su ausencia se hubiera interpretado como un apoyo tácito a los secuestradores y a la delincuencia organizada que asolan al Distrito Federal.
Y todo porque Ebrard se empeña en desconocer al presidente de la República que financia a su gobierno y lo reconoce institucionalmente, sólo porque su jefe político, Andrés Manuel López Obrador, se empecina en repudiar las elecciones, donde supuestamente lo trampearon para dejarlo como el presidente patito de sus seguidores.
No quiero imaginar la terrible algarabía que armarán estos dos políticos, cuando se enfrenten por la candidatura presidencial del PRD en el cercano 2012. Es más, casi estoy convencido que van a dividir a su partido y llegarán a esas elecciones, con dos organizaciones diferentes.
Es el mismo caso que vamos a observar en el PRI. Carita contra trinquetes, Peña Nieto contra Beltrones, va a ser una pelea, a trasmano, de antología. El gran problema de los priistas es que no harán públicas sus diferencias; sin embargo, jamás el perdedor aceptará apoyar al triunfador. Labastida y Madrazo lo saben mejor que nadie. En el PRI, la barbarie política es la escuela cotidiana.
Ni hablemos del PAN. Primero, porque no tienen precandidato. El Delfín se ahogó en la bañera. Pero sí vemos al ex presidente de su partido bombardear las acciones del hombre que él mismo acompañó a la presidencia de la República.
Mientras los norteamericanos se unen en la defensa de sus instituciones, sus partidos y su Presidente, los mexicanos nos hacemos trizas y nunca reconocemos a nuestros contrincantes. Mientras aquellos consolidan una nación, para muchos, un imperio, nosotros nos desvivimos por destrozarnos. Ojalá que la próxima elección norteamericana nos sirva para aprender que el espejo humeante de Tezcatlipoca no es el verdadero camino de la nación.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 29 de agosto de 2008.
Desde hace unos días, los norteamericanos nos están dando una lección de convivencia política. Hillary Clinton, ex precandidata del Partido Demócrata llegó a su convención anunciando: "Estoy aquí, como una orgullosa defensora de Barack Obama”.
Unos meses antes, ella misma defenestraba a su contrincante por su escasa experiencia administrativa y su desconocimiento del entorno internacional. Aseguraba que era el pasaporte seguro para la derrota de su partido en las elecciones presidenciales. Parecían perros y gatos, dispuestos a despedazarse en cuanto se encontraran una frente al otro. A pesar de todo, jamás utilizó algún argumento de tipo racial, personal o religioso contra su contrincante.
La senadora Clinton nunca renunció a sus pretensiones. Sólo se retiró de la precampaña, cuando los números le demostraron la imposibilidad de alcanzar la cantidad de delegados necesarios para la nominación de su partido. Sin embargo, después de su largo periplo por la geografía norteamericana, llegó a Denver con un mensaje muy claro: "Es tiempo de unirnos como un solo partido, con un solo propósito.”
Atrás dejó las diatribas y los enconos. Por eso, en su discurso, Barack Obama es una especie de salvador que "revitalizará la economía, defenderá al pueblo trabajador y enfrentará los desafíos globales de nuestro tiempo”, y concluyó afirmando: "Es mi candidato y debe ser nuestro presidente".
Qué gran diferencia con nuestro entorno político. Hace apenas unos días, el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, armó todo un teatro para no darle la mano ni saludar al jefe del Estado mexicano y, sólo acudió a la Reunión de Seguridad Nacional, porque su ausencia se hubiera interpretado como un apoyo tácito a los secuestradores y a la delincuencia organizada que asolan al Distrito Federal.
Y todo porque Ebrard se empeña en desconocer al presidente de la República que financia a su gobierno y lo reconoce institucionalmente, sólo porque su jefe político, Andrés Manuel López Obrador, se empecina en repudiar las elecciones, donde supuestamente lo trampearon para dejarlo como el presidente patito de sus seguidores.
No quiero imaginar la terrible algarabía que armarán estos dos políticos, cuando se enfrenten por la candidatura presidencial del PRD en el cercano 2012. Es más, casi estoy convencido que van a dividir a su partido y llegarán a esas elecciones, con dos organizaciones diferentes.
Es el mismo caso que vamos a observar en el PRI. Carita contra trinquetes, Peña Nieto contra Beltrones, va a ser una pelea, a trasmano, de antología. El gran problema de los priistas es que no harán públicas sus diferencias; sin embargo, jamás el perdedor aceptará apoyar al triunfador. Labastida y Madrazo lo saben mejor que nadie. En el PRI, la barbarie política es la escuela cotidiana.
Ni hablemos del PAN. Primero, porque no tienen precandidato. El Delfín se ahogó en la bañera. Pero sí vemos al ex presidente de su partido bombardear las acciones del hombre que él mismo acompañó a la presidencia de la República.
Mientras los norteamericanos se unen en la defensa de sus instituciones, sus partidos y su Presidente, los mexicanos nos hacemos trizas y nunca reconocemos a nuestros contrincantes. Mientras aquellos consolidan una nación, para muchos, un imperio, nosotros nos desvivimos por destrozarnos. Ojalá que la próxima elección norteamericana nos sirva para aprender que el espejo humeante de Tezcatlipoca no es el verdadero camino de la nación.