FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 26 de octubre de 2009.
Fue realmente una larga lucha la de los conservadores para desbarrancar al Estado basado en las alianzas de clases y estamentos triunfantes durante la Revolución de 1910. Probaron de todo. Desde negar el origen popular de la Revolución, el levantamiento religioso armado, la creación del PAN, hasta tratar de desvirtuar la historia revolucionaria institucionalizada. Sólo pudieron triunfar cuando los hijos de sus hijos, quienes se culturizaron en las universidades norteamericanas, llegaron a los cargos de poder.
El caso de Zedillo fue dramático y sintomático. En su estancia en la Secretaría Educación Pública impulsó una nueva historia oficial, donde se intentó desaparecer a los Niños Héroes de Chapultepec y se quiso responsabilizar al ejército de la masacre de 1968, además de intentar identificarlo como un movimiento popular y no como el político que fue y terminó siendo.
Ese sexenio, el de Salinas, fue también la época cuando se estableció la concertación para otorgarle triunfos a una oposición que los demandaba, pero reconocía la imposibilidad de obtenerlos mediante los votos populares. Según muchos analistas, deslegitimada su elección, Salinas negoció con el PAN los gobiernos estatales, para que le permitieran su toma de protesta constitucional. Comenzó con el reconocimiento del triunfo de Rufo en Baja California y, después, con el arreglo para que gobernara Carlos Medina Placencia en Guanajuato, en lugar de Vicente Fox ¡el candidato panista perdedor en las urnas! También escucharon las denuncias de la oposición, negando algunos de los privilegios de los funcionarios federales, como el reclamo ante la protección del Estado Mayor Presidencial a los candidatos presidenciales priistas.
Colosio cometió el error de prestarles atención y quiso minimizar y hacer casi invisible la presencia de los militares en su aparato de protección. Lo pagó muy caro: con su propia vida. Desgraciadamente, el Estado mexicano cubrió la deuda con el desmantelamiento de su estructura institucional, al entregarle el poder al primer pocho con acta de nacimiento mexicano que gobernó al país: Ernesto Zedillo Ponce de León.
Durante el periodo gubernamental de los neoliberales en el poder, el planteamiento fue cómo socavar las bases sociales del PRI, sin desencadenar una revuelta política y social de los grupos que reivindicaban la Revolución Mexicana como origen del mandato político, como ocurrió con Cuauhtémoc Cárdenas y la entonces izquierda priista, quienes terminaron fundando el PRD. Carlos Salinas intentó el viraje creando una estructura paralela al PRI, mediante el Programa Nacional de Solidaridad. Sin embargo, el proyecto no cuajó, porque el candidato salinista, Luis Donaldo Colosio, había sido dirigente del PRI; pero sí fructificó el viraje derechista de la política nacional con la aprobación de tres importantes reformas constitucionales: el reconocimiento legal de la iglesia católica, las reformas al artículo 27 constitucional y, por último, la reforma constitucional para permitir a los hijos de padres extranjeros competir por la presidencia de la República.
La muerte de Colosio y la llegada de Zedillo a la presidencia de la República fue solamente el interregno para aterrizar la transformación de los conservadores en la nueva derecha en el poder. Con el Tratado de Libre Comercio como paraguas para la defensa institucional y como acicate para la consolidación de la identificación de la democracia con la alternancia partidista, el régimen zedillista comenzó el desfondamiento del hasta entonces invencible Partido Revolucionario Institucional. El secretario de Gobernación, Diódoro Carrasco Altamirano, fue el operador para nulificar el activismo de los gobernadores priistas en el proceso electoral. En la práctica, el PRI nunca existió; era el brazo electoral del Gobierno, su Secretaría de Acción Electoral. Cuando el Gobierno le retiró su apoyó, simplemente el brazo electoral dejó de existir. Si a eso le agregamos que el candidato priista era un hombre viejo, cansado y sin impulso político vital, podemos observar el marco perfecto para la catástrofe electoral priista. Fue un largo y bien pensado proceso, de casi 18 años, para alcanzar el objetivo pregonado por Lampedusa: “Cambiar un poco para que todo siga igual”.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 26 de octubre de 2009.
Fue realmente una larga lucha la de los conservadores para desbarrancar al Estado basado en las alianzas de clases y estamentos triunfantes durante la Revolución de 1910. Probaron de todo. Desde negar el origen popular de la Revolución, el levantamiento religioso armado, la creación del PAN, hasta tratar de desvirtuar la historia revolucionaria institucionalizada. Sólo pudieron triunfar cuando los hijos de sus hijos, quienes se culturizaron en las universidades norteamericanas, llegaron a los cargos de poder.
El caso de Zedillo fue dramático y sintomático. En su estancia en la Secretaría Educación Pública impulsó una nueva historia oficial, donde se intentó desaparecer a los Niños Héroes de Chapultepec y se quiso responsabilizar al ejército de la masacre de 1968, además de intentar identificarlo como un movimiento popular y no como el político que fue y terminó siendo.
Ese sexenio, el de Salinas, fue también la época cuando se estableció la concertación para otorgarle triunfos a una oposición que los demandaba, pero reconocía la imposibilidad de obtenerlos mediante los votos populares. Según muchos analistas, deslegitimada su elección, Salinas negoció con el PAN los gobiernos estatales, para que le permitieran su toma de protesta constitucional. Comenzó con el reconocimiento del triunfo de Rufo en Baja California y, después, con el arreglo para que gobernara Carlos Medina Placencia en Guanajuato, en lugar de Vicente Fox ¡el candidato panista perdedor en las urnas! También escucharon las denuncias de la oposición, negando algunos de los privilegios de los funcionarios federales, como el reclamo ante la protección del Estado Mayor Presidencial a los candidatos presidenciales priistas.
Colosio cometió el error de prestarles atención y quiso minimizar y hacer casi invisible la presencia de los militares en su aparato de protección. Lo pagó muy caro: con su propia vida. Desgraciadamente, el Estado mexicano cubrió la deuda con el desmantelamiento de su estructura institucional, al entregarle el poder al primer pocho con acta de nacimiento mexicano que gobernó al país: Ernesto Zedillo Ponce de León.
Durante el periodo gubernamental de los neoliberales en el poder, el planteamiento fue cómo socavar las bases sociales del PRI, sin desencadenar una revuelta política y social de los grupos que reivindicaban la Revolución Mexicana como origen del mandato político, como ocurrió con Cuauhtémoc Cárdenas y la entonces izquierda priista, quienes terminaron fundando el PRD. Carlos Salinas intentó el viraje creando una estructura paralela al PRI, mediante el Programa Nacional de Solidaridad. Sin embargo, el proyecto no cuajó, porque el candidato salinista, Luis Donaldo Colosio, había sido dirigente del PRI; pero sí fructificó el viraje derechista de la política nacional con la aprobación de tres importantes reformas constitucionales: el reconocimiento legal de la iglesia católica, las reformas al artículo 27 constitucional y, por último, la reforma constitucional para permitir a los hijos de padres extranjeros competir por la presidencia de la República.
La muerte de Colosio y la llegada de Zedillo a la presidencia de la República fue solamente el interregno para aterrizar la transformación de los conservadores en la nueva derecha en el poder. Con el Tratado de Libre Comercio como paraguas para la defensa institucional y como acicate para la consolidación de la identificación de la democracia con la alternancia partidista, el régimen zedillista comenzó el desfondamiento del hasta entonces invencible Partido Revolucionario Institucional. El secretario de Gobernación, Diódoro Carrasco Altamirano, fue el operador para nulificar el activismo de los gobernadores priistas en el proceso electoral. En la práctica, el PRI nunca existió; era el brazo electoral del Gobierno, su Secretaría de Acción Electoral. Cuando el Gobierno le retiró su apoyó, simplemente el brazo electoral dejó de existir. Si a eso le agregamos que el candidato priista era un hombre viejo, cansado y sin impulso político vital, podemos observar el marco perfecto para la catástrofe electoral priista. Fue un largo y bien pensado proceso, de casi 18 años, para alcanzar el objetivo pregonado por Lampedusa: “Cambiar un poco para que todo siga igual”.
Hoy la derecha conservadora es dueña del poder y socia de los grandes negocios empresariales. Como nunca antes, en el gobierno priva el sentido empresarial de los cargos: se llega a hacer negocios, no a gobernar; a hacerse ricos, no a servir. Para su desgracia, su problema es que son ineficaces, ineficientes e incapaces.