FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 27 de noviembre de 2009.
Hace tres años, por estas fechas, los ultras oaxaqueños perdieron su segunda batalla. La primera fue en 1977 y la otra en 2006.
En 1977, encabezados por Felipe Martínez Soriano, intentaron una supuesta revolución desde la rectoría de la UABJO. Entonces los dirigía una organización periférica de la guerrilla oaxaqueña: la Organización Cultural Netzahualcóyotl. Fueron necesarios varios muertos para que, los entonces estudiantes universitarios, comprendiéramos que la ultra izquierda no es solución a ningún problema social, pero es la promotora de la violencia política y social; el gobierno lo terminó comprendiendo cuando observó que el lenguaje de las armas había suplantado al diálogo político.
Su segundo aire lo tomaron en 2006. Ahora los ultras -de muchas corrientes y tendencias, porque ya no sólo son la ultra izquierda enferma por la inconformidad, la impotencia y la ira ideológica concretada en la guerrilla armada- utilizaron los recursos políticos y económicos de las elecciones por la presidencia de la República y también fueron inducidos por los intereses internos de las camarillas priistas en el gobierno estatal. Como siempre ocurre, los ultras fueron usados, mientras creían estar concretando la “primera revolución social del siglo veintiuno”.
La locura neroniana del incendio de edificios públicos, domicilios particulares y vehículos, aquel 25 de noviembre de hace tres años, fue el punto culminante de su incapacidad histórica para plantear alternativas y ser punta de lanza para cualquier futuro mejor. El enfrentamiento con la PFP fue la muestra más palpable de su incapacidad táctica para enfrentar al poder, pero también su falta de capacidad estratégica para comprender que la sociedad es el motor impulsor de todo cambio social. Fue también la constatación de que el voluntarismo y la cerrazón política no tienen cabida en ningún movimiento social.
El gran misterio de los radicales, de los ultras, es que escapan a cualquier racionalidad. Ahí estriba también su atracción para los arribistas al poder. Por eso, son también un verdadero peligro para los movimientos organizados. Los ultras se nutren del resentimiento social, por eso son imanes para el lumpemproletariado y para todos aquellos que ven en la destrucción ciega una respuesta a sus inconformidades sociales; de ahí su incapacidad para proponer soluciones.
Los ultras no tienen un pensamiento articulado de cómo combatir las desigualdades, tampoco militan en ninguna organización de manera permanente. No plantean definiciones de largo plazo, porque es contrario a su esencia aventurera, inmediatista. Los ultras buscan la explosión social, sin medir las consecuencias. Para ellos, la sangre derramada en el camino es un objetivo en sí mismo. Con los ultras es imposible negociar, por un simple motivo: no saben qué quieren. Y, lo más grave, con frecuencia, son carne de cañón de otros intereses.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 27 de noviembre de 2009.
Hace tres años, por estas fechas, los ultras oaxaqueños perdieron su segunda batalla. La primera fue en 1977 y la otra en 2006.
En 1977, encabezados por Felipe Martínez Soriano, intentaron una supuesta revolución desde la rectoría de la UABJO. Entonces los dirigía una organización periférica de la guerrilla oaxaqueña: la Organización Cultural Netzahualcóyotl. Fueron necesarios varios muertos para que, los entonces estudiantes universitarios, comprendiéramos que la ultra izquierda no es solución a ningún problema social, pero es la promotora de la violencia política y social; el gobierno lo terminó comprendiendo cuando observó que el lenguaje de las armas había suplantado al diálogo político.
Su segundo aire lo tomaron en 2006. Ahora los ultras -de muchas corrientes y tendencias, porque ya no sólo son la ultra izquierda enferma por la inconformidad, la impotencia y la ira ideológica concretada en la guerrilla armada- utilizaron los recursos políticos y económicos de las elecciones por la presidencia de la República y también fueron inducidos por los intereses internos de las camarillas priistas en el gobierno estatal. Como siempre ocurre, los ultras fueron usados, mientras creían estar concretando la “primera revolución social del siglo veintiuno”.
La locura neroniana del incendio de edificios públicos, domicilios particulares y vehículos, aquel 25 de noviembre de hace tres años, fue el punto culminante de su incapacidad histórica para plantear alternativas y ser punta de lanza para cualquier futuro mejor. El enfrentamiento con la PFP fue la muestra más palpable de su incapacidad táctica para enfrentar al poder, pero también su falta de capacidad estratégica para comprender que la sociedad es el motor impulsor de todo cambio social. Fue también la constatación de que el voluntarismo y la cerrazón política no tienen cabida en ningún movimiento social.
El gran misterio de los radicales, de los ultras, es que escapan a cualquier racionalidad. Ahí estriba también su atracción para los arribistas al poder. Por eso, son también un verdadero peligro para los movimientos organizados. Los ultras se nutren del resentimiento social, por eso son imanes para el lumpemproletariado y para todos aquellos que ven en la destrucción ciega una respuesta a sus inconformidades sociales; de ahí su incapacidad para proponer soluciones.
Los ultras no tienen un pensamiento articulado de cómo combatir las desigualdades, tampoco militan en ninguna organización de manera permanente. No plantean definiciones de largo plazo, porque es contrario a su esencia aventurera, inmediatista. Los ultras buscan la explosión social, sin medir las consecuencias. Para ellos, la sangre derramada en el camino es un objetivo en sí mismo. Con los ultras es imposible negociar, por un simple motivo: no saben qué quieren. Y, lo más grave, con frecuencia, son carne de cañón de otros intereses.
En el entorno nacional son varias las corrientes ultras: ahí está Marcos y su EZLN, el de la vanidad hinchada, la irracionalidad y el radicalismo. Después vinieron los del Consejo General de Huelga que se apoderaron de la UNAM y amenazaban con golpes a sus compañeros si se atrevían a negociar. Luego reaparecieron en Atenco, cuando el discapacitado Vicente Fox se arredró ante la imposición de los machetes. Su último paso fue Oaxaca, en 2006, y sus resultados fueron violencia, incendios, destrucción, muertes y más resentimiento social, precisamente la materia orgánica de nuevos brotes ultras.