
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 29 de septiembre de 2010.
Por si no lo sabían, la Jerarquía católica mexicana celebra la conmemoración de la independencia el 28, no el 16 de septiembre. Para ellos, la consumación de la Independencia fue lo importante, no el inicio. Todo se remonta al 28 de septiembre de 1821, cuando en el altar de la catedral metropolitana se leyó la Carta de Consumación de la Independencia, antes del Te Deum consagratorio. Encabezó el acto, como es de esperarse, Agustín de Iturbide.
El pasado domingo, al igual que hace 200 años, los jerarcas de la iglesia católica mexicana se hicieron eco de un mandato de la Junta Provisional Gubernativa, presidida por Iturbide, para que, a partir del 27 de octubre de 1821, se realizaran en todos los rincones del país "paseos por la calle para anunciar la proclamación de la independencia". En ese entonces, se pidió que en la difusión del México independiente, las iglesias realizaran "funciones" que, en conjunto con los ayuntamientos, promovieran actos públicos para dar a conocer la determinación de la Corona Española de reconocer que, después de 300 años, "la Nación mexicana tiene voluntad propia" para, entre otras cosas, establecer relaciones amistosas con las otras naciones y España. Para conmemorar la fecha, la catedral metropolitana lució en las cuatro columnas principales del altar mayor los pendones que, hace 189 años, engalanaron la coronación de Agustín de Iturbide en ese mismo lugar. (Universal en línea, 26/IX/2010).
Después de su homilía, el cardenal Rivera Carrera anunció que, desde ese día, se realizarán actos para destacar la figura Agustín de Iturbide, cuyos restos están expuestos en la capilla del costado derecho de la Catedral, dedicada a San Felipe de Jesús. Para cumplimentar su expresión, en un último acto, bendijo una placa en honor a los héroes de la Independencia que se encuentran sepultados en el referido templo religioso. Por cierto, los únicos huesos que aún quedan ahí son los de Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu, también conocido como Agustín de Iturbide o Agustín I de México, según los sinarquistas que, al día siguiente, el lunes fueron a conmemorarlo enarbolando la Bandera de las Tres Garantías, aquella de la Religión, Fueros e Independencia.
Para este otro México, la importancia de los curas Hidalgo y Morelos es superflua. No en vano, cuando los tuvieron en sus manos les arrebataron la dignidad sacerdotal, les despellejaron la cabeza y las manos, para luego entregarlos a la justicia militar, donde terminaron de asesinarlos. Si hoy vivieran y encabezaran otra revuelta, estoy convencido que volverían a sentenciarlos con el mismo rigor de antaño. Para esta derecha conservadora ni Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Jiménez, Francisco Javier Mina y Mariano Matamoros tuviera la mayor importancia en esa gesta heroica que concluyó con la independencia de México. Mucho menos importancia tuvo la participación de Josefa Ortiz de Domínguez o Leona Vicario, porque, además de ser insurgentes, tenían el sino maldito de ser mujeres.
Para ellos, que se heredan de generación en generación la ideología imperial, aristocrática y señorial, la lucha de las turbas plebeyas de Hidalgo y Morelos no son más que desatinos en la historia nacional. Por eso, también la nueva derecha reprocha a la historia que no nos hubiéramos rebelado en 1776, junto con los colonos ingleses de la costa Atlántica. “Pero no fue eso lo que sucedió, sino el cura Hidalgo”, dice amargamente Héctor Aguilar Camín (Milenio, 13/IX/2010).