18 de septiembre de 2010

FIN DE FIESTAS DEL BICENTENARIO

FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 18 de septiembre de 2010.

Para los panistas, concluyeron los festejos oficiales del Bicentenario. En la soledad de sus conciencias y en sus reuniones clandestinas, habrán de esperar otros años más, para celebrar el 27 de septiembre de 2021, el día de Agustín de Iturbide. En esa espera, dejaron pasar una gran oportunidad: la de encontrarse con la historia popular. Esa negación los llevó a impulsar solamente una serie de festejos llenos de vacía parafernalia, efectos especiales y dudoso patriotismo, al son de la aguada tonadita de Aleks Syntek (o Jaime López, según se crea), con sus horrendas percusiones gruperas, su sonsonete mariachesco y su infaltable grito de borracho patriotero.

Para no celebrar el levantamiento popular de 1810, la derecha en el poder –político, económico y televisivo- nos llegó a marear con programas televisivos y películas para desmitificar a los héroes, las pantallotas gigantes para reproducir discursos gastados a ritmo del Huapango de Moncayo, los desfiles alegóricos con sabor a medio tiempo de Super Bowl, Desfile de las Rosas en Pasadena, California y el juego de luces lasser para el populacho de las barriadas defeñas. El show nos costó –a todos los mexicanos- casi 3 mil millones de pesos. De esa inmensa suma, solo la ceremonia del Grito y la parafernalia de luces consumieron 580 millones de pesos, que materialmente ardieron y se convirtieron en humo fatuo.

Que gran diferencia con la celebración del Centenario de la Independencia, en la época del oaxaqueño Porfirio Díaz. Aquello fue otra cosa, tuvo clase, solemnidad republicana y verdadera monumentalidad. Identificado con la celebración, el gobierno quiso perdurar el hecho, por eso se impulsaron las grandes obras en el Distrito Federal, que, en su monumentalidad, hoy todavía admiramos: se construyó el Paseo de la Reforma, buscando emular los Campos Elíseos de París; se inauguró la Columna de la Independencia, para tener un lugar digno para el descanso y rememoración de los héroes de la independencia; se construyeron el Palacio de Bellas Artes, el Palacio de Correos, el Manicomio General de la Castañeda, las obras del desagüe y una multitud de obras más pequeñas. En muchos de los estados se impulsó la creación de los teatros monumentales, en Oaxaca se inauguró el actual Teatro Macedonio Alcalá. Esa dinámica constructiva impulso a las naciones extranjeras a enviar regalos a la República Mexicana, como el reloj chino de Bucareli o la estatua del barón Von Humboldt de Isabel la Católica y Uruguay. La celebración no sólo fue en Palacio Nacional, hubo miles de banquetes, bailes de salón, fiestas populares. Por todas partes se sentía el Centenario como hecho muy importante para todos los mexicanos.

Un siglo más tarde, y pese a los casi tres mil millones de pesos malgastados, el Bicentenario se quedó en proyectos fracasados, primeras piedras millonarias e inconclusas, en síntesis, un Bicentenario sin monumento que inaugurar y con un largo historial de dispendios, ineptitudes e improvisaciones oficiales.

El fracaso anunciado inició en la administración de Vicente Fox, quizá el único panista serio en definir sus odios ideológicos. No olvidemos que desterró a Benito Juárez de Los Pinos y declaró que su familia había sido “cristera” de corazón. En ese embrollo personal, le encargó al perredista Cuauhtémoc Cárdenas la coordinación de los festejos del Bicentenario en 2006; sin recursos y sin atención presidencial, renunció cinco meses después.

El presidente Calderón propuso, en enero de 2007, al historiador Enrique Krauze, pero nunca se concretó su nombramiento. En marzo de ese año designó al entonces titular de Conaculta, Sergio Vela, como coordinador ejecutivo. En septiembre de 2007, anunció a Rafael Tovar y de Teresa como coordinador de la conmemoración, pero renunció en octubre de 2008, dejando el cargo en manos del doctor José Manuel Villalpando, Director del Instituto de Estudios de las Revoluciones Mexicanas. Villalpando anunció que habría mil 200 proyectos para conmemorar el Bicentenario, entre monumentos, libros y actos culturales; en febrero de 2010, el presidente Calderón duplicó la apuesta: serían 2 mil 300. Unos meses después, pocos días antes del festejo, el presidente cambió la adscripción burocrática de Villalpando, pasándolo de la secretaría de Gobernación a la de de Educación Pública, donde el nuevo jefe de las celebraciones los bajó a todos de sus sueños guajiros, al anunciar oficialmente que se habían realizado 42 acciones y faltan quedaban 40 por concretarse. De miles de acciones anunciadas, el festejo Bicentenario se redujo a 82 acciones federales.

La causa es simple: mala administración, falta de claridad y distorsión ideológica del gobierno federal. No se puede celebrar una fiesta, con la que no hay identificación. Es el drama del panismo en el poder y es la orfandad gubernamental de muchísimos mexicanos.