FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 9 de noviembre de 2008.
Desde hace varias décadas, Oaxaca es uno de los estados más pobres del país. Esta situación no siempre fue así. Por ejemplo, durante la época colonial, la entidad era un buen productor de oro, productos agrícolas y elevó las riquezas personales gracias al cultivo y comercio de la grana cochinilla. Durante la primera mitad del siglo XX, la economía estatal empezó a crecer en el área de las manufacturas, a partir de la mecanización y el mejoramiento de los procesos tecnológicos de las artesanías locales y el procesamiento de las materias primas agrícolas locales. Fue la mejor época de la cuchillería, la talabartería, los telares, el procesamiento de los aceites vegetales, la fabricación de velas, veladoras y jabones. El otro gran despliegue del proceso industrial se dio en las décadas de los 70 y 80. En ese entonces existían en Oaxaca 14 grandes industrias que ocupaban a más de 200 personas; el gran problema residía en que 11 de ellas eran las famosas paraestatales, los monstruos a combatir de los siguientes gobiernos neoliberales y una sociedad inclinada cada vez más a la derecha políticamente.
La riqueza colonial oaxaqueña se derrumbó por las guerras civiles y la creación de los colorantes artificiales, gracias a la revolución de la química industrial. El crecimiento manufacturero del siglo XX terminó con la introducción de la carretera Panamericana, que si bien unió al estado con los principales centros productores y mercados del país, también permitió el acceso de productos manufacturados de mejor calidad y a más bajos precios que los producidos aquí. Sin una política económica definida y con escaso ahorro interno, el estado comenzó su declive industrial, que sólo logró solventar con las políticas de inversión estatal de los gobiernos de los presidentes Echeverría y José López Portillo. Entonces vino el boom económico de las empresas estatales como Cofrinsa, Proquivemex, Fapatux, Celox, la refinería de PEMEX, Astillero No. 8 y cinco ingenios azucareros, cuyas efímeras vidas concluyeron con el alud privatizador de Carlos Salinas de Gortari, cuando se vendieron las empresas y volvió a sellarse la suerte de la economía oaxaqueña. A los nuevos propietarios no les interesaba fomentar el empleo, sino maximizar las ganancias que pudieran producir. El resultado fue el cierre de las empresas y el despido de sus trabajadores.
A partir de estos fracasos del crecimiento industrial oaxaqueño, se ha insistido en un diagnóstico que casi demuestra nuestra incapacidad estructural para obtener los mejores niveles de bienestar para la población estatal.
Así, sabemos ahora que, mientras el Distrito Federal tiene un Producto Interno Bruto de 15,338 dólares, Oaxaca, en 2007, sólo tenía 3,601 dólares, ubicándose en el último lugar de todos los estados del país y con un desarrollo económico sólo comparable al de un Estado con una guerra internacional y otra civil, como Irak, que tenía un PIB de 3,500 dólares anuales. Sin embargo, en 1985, en aquel período cuando el gobierno promovía las empresas paraestatales, tratando de nivelar los desequilibrios regionales generados por el impulso de una economía capitalista que sólo crecía en las zonas con grandes concentraciones urbanas, el Estado de Oaxaca ocupaba el antepenúltimo lugar en términos de Producto Interno Bruto. En ese entonces estaba por encima de Chiapas y Tlaxcala.
Este pobre desarrollo económico estatal ha impulsado el mantenimiento de la ruralidad oaxaqueña. En 2005, de las 10,186 localidades que existían en la entidad, el 98.4% eran rurales, es decir, comunidades donde vivían menos de 2,500 habitantes. En tres cuartas partes de los municipios del estado, el 100% de su población era rural. El gran problema reside en que son precisamente estas localidades donde no se cuenta con sistemas de agua potable, ni drenaje, tampoco tienen escuelas de nivel medio superior, los caminos de acceso son de terracería, casi siempre se ubican en zonas montañosas de difícil acceso y es donde la educación obligatoria se enmarca en la bilingüe y bicultural de las zonas indígenas, el área educativa más atrasada y con menos apoyos del gobierno estatal. Por eso, también, el 53. 32% de la población mayor de 15 años no tiene la primaria terminada; en ese mismo grupo poblacional, el 28. 66% eran analfabetos.
Con esas características socioeconómicas, es obvio que el estado tiene nulas posibilidades de entrar con éxito al ranking de la competitividad nacional. Por eso, mientras el Distrito Federal ocupa el primer lugar en los índices de competitividad nacional, Oaxaca ocupa el último lugar en 2008. Estos índices miden la posibilidad de contar con una sociedad incluyente, capacitada académicamente, sana corporalmente, la calidad de las redes de comunicación, telecomunicaciones y la eficiencia del sistema financiero. En esas mediciones, el Estado de Oaxaca tuvo los peores índices, superado por estados igualmente poco desarrollados como Tlaxcala, Chiapas, Guerrero e Hidalgo.
Esta dinámica difícilmente podemos superarla apostando a un modelo de desarrollo que ha demostrado su incapacidad para elevar los niveles de bienestar de la población nacional. Basado en las condiciones sociales y culturales de la entidad, los gobiernos oaxaqueños debían hacer un alto en su dinámica de fracasos económicos, revisar los caminos seguidos hasta hoy, para plantearse una alternativa verdaderamente viable, a partir de las condiciones sociales reales con que se cuenta.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 9 de noviembre de 2008.
Desde hace varias décadas, Oaxaca es uno de los estados más pobres del país. Esta situación no siempre fue así. Por ejemplo, durante la época colonial, la entidad era un buen productor de oro, productos agrícolas y elevó las riquezas personales gracias al cultivo y comercio de la grana cochinilla. Durante la primera mitad del siglo XX, la economía estatal empezó a crecer en el área de las manufacturas, a partir de la mecanización y el mejoramiento de los procesos tecnológicos de las artesanías locales y el procesamiento de las materias primas agrícolas locales. Fue la mejor época de la cuchillería, la talabartería, los telares, el procesamiento de los aceites vegetales, la fabricación de velas, veladoras y jabones. El otro gran despliegue del proceso industrial se dio en las décadas de los 70 y 80. En ese entonces existían en Oaxaca 14 grandes industrias que ocupaban a más de 200 personas; el gran problema residía en que 11 de ellas eran las famosas paraestatales, los monstruos a combatir de los siguientes gobiernos neoliberales y una sociedad inclinada cada vez más a la derecha políticamente.
La riqueza colonial oaxaqueña se derrumbó por las guerras civiles y la creación de los colorantes artificiales, gracias a la revolución de la química industrial. El crecimiento manufacturero del siglo XX terminó con la introducción de la carretera Panamericana, que si bien unió al estado con los principales centros productores y mercados del país, también permitió el acceso de productos manufacturados de mejor calidad y a más bajos precios que los producidos aquí. Sin una política económica definida y con escaso ahorro interno, el estado comenzó su declive industrial, que sólo logró solventar con las políticas de inversión estatal de los gobiernos de los presidentes Echeverría y José López Portillo. Entonces vino el boom económico de las empresas estatales como Cofrinsa, Proquivemex, Fapatux, Celox, la refinería de PEMEX, Astillero No. 8 y cinco ingenios azucareros, cuyas efímeras vidas concluyeron con el alud privatizador de Carlos Salinas de Gortari, cuando se vendieron las empresas y volvió a sellarse la suerte de la economía oaxaqueña. A los nuevos propietarios no les interesaba fomentar el empleo, sino maximizar las ganancias que pudieran producir. El resultado fue el cierre de las empresas y el despido de sus trabajadores.
A partir de estos fracasos del crecimiento industrial oaxaqueño, se ha insistido en un diagnóstico que casi demuestra nuestra incapacidad estructural para obtener los mejores niveles de bienestar para la población estatal.
Así, sabemos ahora que, mientras el Distrito Federal tiene un Producto Interno Bruto de 15,338 dólares, Oaxaca, en 2007, sólo tenía 3,601 dólares, ubicándose en el último lugar de todos los estados del país y con un desarrollo económico sólo comparable al de un Estado con una guerra internacional y otra civil, como Irak, que tenía un PIB de 3,500 dólares anuales. Sin embargo, en 1985, en aquel período cuando el gobierno promovía las empresas paraestatales, tratando de nivelar los desequilibrios regionales generados por el impulso de una economía capitalista que sólo crecía en las zonas con grandes concentraciones urbanas, el Estado de Oaxaca ocupaba el antepenúltimo lugar en términos de Producto Interno Bruto. En ese entonces estaba por encima de Chiapas y Tlaxcala.
Este pobre desarrollo económico estatal ha impulsado el mantenimiento de la ruralidad oaxaqueña. En 2005, de las 10,186 localidades que existían en la entidad, el 98.4% eran rurales, es decir, comunidades donde vivían menos de 2,500 habitantes. En tres cuartas partes de los municipios del estado, el 100% de su población era rural. El gran problema reside en que son precisamente estas localidades donde no se cuenta con sistemas de agua potable, ni drenaje, tampoco tienen escuelas de nivel medio superior, los caminos de acceso son de terracería, casi siempre se ubican en zonas montañosas de difícil acceso y es donde la educación obligatoria se enmarca en la bilingüe y bicultural de las zonas indígenas, el área educativa más atrasada y con menos apoyos del gobierno estatal. Por eso, también, el 53. 32% de la población mayor de 15 años no tiene la primaria terminada; en ese mismo grupo poblacional, el 28. 66% eran analfabetos.
Con esas características socioeconómicas, es obvio que el estado tiene nulas posibilidades de entrar con éxito al ranking de la competitividad nacional. Por eso, mientras el Distrito Federal ocupa el primer lugar en los índices de competitividad nacional, Oaxaca ocupa el último lugar en 2008. Estos índices miden la posibilidad de contar con una sociedad incluyente, capacitada académicamente, sana corporalmente, la calidad de las redes de comunicación, telecomunicaciones y la eficiencia del sistema financiero. En esas mediciones, el Estado de Oaxaca tuvo los peores índices, superado por estados igualmente poco desarrollados como Tlaxcala, Chiapas, Guerrero e Hidalgo.
Esta dinámica difícilmente podemos superarla apostando a un modelo de desarrollo que ha demostrado su incapacidad para elevar los niveles de bienestar de la población nacional. Basado en las condiciones sociales y culturales de la entidad, los gobiernos oaxaqueños debían hacer un alto en su dinámica de fracasos económicos, revisar los caminos seguidos hasta hoy, para plantearse una alternativa verdaderamente viable, a partir de las condiciones sociales reales con que se cuenta.