FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 8 de noviembre de 2008.
Sin afanes de oráculo, pero con la evidencia de los datos, es posible prever en el lamentable accidente de Juan Camilo Mouriño, el principio del fin del PAN al frente del destino de México. Bastó un sexenio para descubrir que la ideología de derecha de los fundadores del panismo, setenta años después habían desembocado en un río de ambiciones de riqueza, corrupción e incapacidad administrativa. El actual gobierno no tardó en mostrar el rostro de los negocios hechos al amparo del poder. Pero también nos dejó en claro que las nuevas generaciones panistas eran y son hombres preparados para los delitos de cuello blanco. Ésos cuyo destino no es la denuncia penal, sino el desfiguro social bajo la sombra protectora del poder político y la riqueza personal.
Ése fue, precisamente, el caso de Juan Camilo Mouriño (debo tocar el tema, aun cuando no sea políticamente correcto en estos momentos, aunque debo aclarar que lamento profundamente la muerte del padre de familia y el ser humano). Hasta donde sabemos, estudió una licenciatura en economía y una maestría en contaduría. Me imagino que el posgrado le enseñó cómo hacer las cosas administrativamente, sin dejar huellas para una querella judicial.
Por eso, cuando en la revista Contralínea, Ana Lilia Pérez documentó el conflicto de intereses del presidente de la Comisión de Energía de la cámara de diputados, él sabía que el asunto sería solamente un escándalo mediático. Esa fue la hebra que retomó López Obrador para darle proyección política y tono de denuncia al exhibir los contratos firmados por Mouriño como representante legal de un empresa al servicio de Pemex siendo, a la vez, servidor público. El caso no pasó de la denuncia y la comprobación del cambio de los tiempos. El entonces recientemente nombrado secretario de Gobernación, en una entrevista televisiva, con desparpajo aceptó haber firmado los papeles, pero negó haber violado alguna ley. Tenía razón, pero también dejaba en claro la visión empresarial panista del poder: los negocios y la abierta acumulación de capital, al amparo del poder.
Juan Camilo fue un hombre útil al panista Felipe Calderón. Fue de los pocos que entendieron que el poder se ejerce para mantenerse en él. Por eso, cuando encabezó la Oficina de la Presidencia, impuso la política de que los delegados federales debían ser de probada militancia panista y haber sido, por lo menos, candidatos a un cargo de elección popular. Ahí comenzó a tejer las redes de sus aspiraciones futuras. Por eso no fue extraño su nombramiento como secretario de Gobernación. Lo que nunca previó el presidente Calderón fue el cambio de la sociedad mexicana y la vulnerabilidad de su probable Delfín, por sus negocios hilados al amparo del poder.
También por eso, no tuvo nada de extraño el reciente comentario sobre la posible renuncia del secretario de Gobernación, después de la negación y reconvención de la Procuraduría General de la República para entregar el expediente de la investigación de la justicia española en torno a los hasta ahora oscuros orígenes de la fortuna familiar de los Mouriño Terrazos. Este episodio de la política panista se truncó por el accidente aéreo.
La lista de nombres de los posibles sucesores es la prueba palpable de la falta de alternativas del presidente de la República. Por eso, insisto, el incidente comienza la sima de la decadencia panista en el poder. Ojalá los delegados federales panistas comprendan que el año de Hidalgo aún no ha comenzado.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 8 de noviembre de 2008.
Sin afanes de oráculo, pero con la evidencia de los datos, es posible prever en el lamentable accidente de Juan Camilo Mouriño, el principio del fin del PAN al frente del destino de México. Bastó un sexenio para descubrir que la ideología de derecha de los fundadores del panismo, setenta años después habían desembocado en un río de ambiciones de riqueza, corrupción e incapacidad administrativa. El actual gobierno no tardó en mostrar el rostro de los negocios hechos al amparo del poder. Pero también nos dejó en claro que las nuevas generaciones panistas eran y son hombres preparados para los delitos de cuello blanco. Ésos cuyo destino no es la denuncia penal, sino el desfiguro social bajo la sombra protectora del poder político y la riqueza personal.
Ése fue, precisamente, el caso de Juan Camilo Mouriño (debo tocar el tema, aun cuando no sea políticamente correcto en estos momentos, aunque debo aclarar que lamento profundamente la muerte del padre de familia y el ser humano). Hasta donde sabemos, estudió una licenciatura en economía y una maestría en contaduría. Me imagino que el posgrado le enseñó cómo hacer las cosas administrativamente, sin dejar huellas para una querella judicial.
Por eso, cuando en la revista Contralínea, Ana Lilia Pérez documentó el conflicto de intereses del presidente de la Comisión de Energía de la cámara de diputados, él sabía que el asunto sería solamente un escándalo mediático. Esa fue la hebra que retomó López Obrador para darle proyección política y tono de denuncia al exhibir los contratos firmados por Mouriño como representante legal de un empresa al servicio de Pemex siendo, a la vez, servidor público. El caso no pasó de la denuncia y la comprobación del cambio de los tiempos. El entonces recientemente nombrado secretario de Gobernación, en una entrevista televisiva, con desparpajo aceptó haber firmado los papeles, pero negó haber violado alguna ley. Tenía razón, pero también dejaba en claro la visión empresarial panista del poder: los negocios y la abierta acumulación de capital, al amparo del poder.
Juan Camilo fue un hombre útil al panista Felipe Calderón. Fue de los pocos que entendieron que el poder se ejerce para mantenerse en él. Por eso, cuando encabezó la Oficina de la Presidencia, impuso la política de que los delegados federales debían ser de probada militancia panista y haber sido, por lo menos, candidatos a un cargo de elección popular. Ahí comenzó a tejer las redes de sus aspiraciones futuras. Por eso no fue extraño su nombramiento como secretario de Gobernación. Lo que nunca previó el presidente Calderón fue el cambio de la sociedad mexicana y la vulnerabilidad de su probable Delfín, por sus negocios hilados al amparo del poder.
También por eso, no tuvo nada de extraño el reciente comentario sobre la posible renuncia del secretario de Gobernación, después de la negación y reconvención de la Procuraduría General de la República para entregar el expediente de la investigación de la justicia española en torno a los hasta ahora oscuros orígenes de la fortuna familiar de los Mouriño Terrazos. Este episodio de la política panista se truncó por el accidente aéreo.
La lista de nombres de los posibles sucesores es la prueba palpable de la falta de alternativas del presidente de la República. Por eso, insisto, el incidente comienza la sima de la decadencia panista en el poder. Ojalá los delegados federales panistas comprendan que el año de Hidalgo aún no ha comenzado.