FELIPE MARTÍNEZ LÓPEZ
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 11 de agosto de 2010.
En poco más de un mes, los mexicanos celebraremos los 200 años del grito de la independencia. Fue la madrugada del 16 de septiembre de 1810, cuando don Miguel Hidalgo y Costilla convocó al pueblo a “coger gachupines”, para ser libres e independientes. Así comenzó la gesta que concluyó once años después, con la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México. Nacía una nación conservadora, pero con matriz liberal; monárquica, pero en cuna republicana; centralista, pero con espíritu federalista. Era, pues, un verdadero nido de contradicciones.
Doscientos años después, seguimos casi igual. Somos una república liberal, pero gobernada por un partido conservador, el PAN; una república, con marqueses disfrazados de pareja ex presidencial guanajuatense y diez familias multimillonarias; federalista, pero donde mandan los procónsules en las delegaciones federales del gobierno panista. Somos una nación independiente, pero nuestros gobernantes quisieran retroceder el reloj para tomar la revancha contra los liberales, las revoluciones y la modernidad. Al menos eso demuestran con su falta de entusiasmo para festejar, con dignidad, el Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución.
Por el contrario, en 1910, el gobierno del presidente Porfirio Díaz estaba en una febril actividad. Se trataba de mostrarle al mundo que México entraba de lleno a la modernidad y el progreso. Se importaba la Bella Época parisiense y europea, para mostrar el mestizaje y los adelantos urbanos. Así se abrió el Paseo de la Reforma para unir el Centro Histórico del Distrito Federal con el Alcázar de Chapultepec; se construyeron vías para unir los pueblos aledaños con el centro administrativo del país. Pero también se trataba de engrandecer a la ciudad de México y se construyeron los grandes edificios: el Palacio de las Bellas Artes, el edifico de Correos, el de Comunicaciones y se iniciaron los trabajos del nuevo Palacio Legislativo, que terminó siendo el Monumento a la Revolución. Eran grandes obras para conmemorar un gran acontecimiento.
100 años después, nada queda del ímpetu de la conmemoración. Se creó una comisión del bicentenario y del centenario, que ha tenido ya cuatro directivas y sus resultados se reducen a una sarta de conmemoraciones escolares y a renombrar actos anuales tradicionales con el tema del bicentenario. El no tener acciones espectaculares, como en el porfiriato, no impide al gobierno federal destinar miles de millones de pesos para una supuesta celebración. Como no hay acciones paradigmáticas, el gobierno panista decretó el secreto para los gastos; sólo se harán públicos 15 años después. Nadie sabrá en qué se gastó el dinero de los supuestos festejos. Pero eso sí, sólo para la tarde, la noche del 15 de septiembre y la mañana del 16 de septiembre se dilapidará la suma de 580 millones de pesos en escenografía lasser, fuegos pirotécnicos y el desfile militar. Cientos de millones de pesos quemados en la futilidad panista A eso se reduce la imaginación de la administración federal sobre la relevancia de los ideales de patria y libertad.
Quizá tienen razón. Sólo los indios y los liberales nos sentimos orgullosos de Hidalgo, Morelos, Allende y Aldama, como de Villa y Zapata. Los conservadores siguen añorando al rey, los virreyes, Iturbide y los fueros. En realidad, no tiene nada que festejar y sí, mucho por añorar.
Publicado en el periódico Tiempo, de Oaxaca, Oax., el 11 de agosto de 2010.
En poco más de un mes, los mexicanos celebraremos los 200 años del grito de la independencia. Fue la madrugada del 16 de septiembre de 1810, cuando don Miguel Hidalgo y Costilla convocó al pueblo a “coger gachupines”, para ser libres e independientes. Así comenzó la gesta que concluyó once años después, con la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México. Nacía una nación conservadora, pero con matriz liberal; monárquica, pero en cuna republicana; centralista, pero con espíritu federalista. Era, pues, un verdadero nido de contradicciones.
Doscientos años después, seguimos casi igual. Somos una república liberal, pero gobernada por un partido conservador, el PAN; una república, con marqueses disfrazados de pareja ex presidencial guanajuatense y diez familias multimillonarias; federalista, pero donde mandan los procónsules en las delegaciones federales del gobierno panista. Somos una nación independiente, pero nuestros gobernantes quisieran retroceder el reloj para tomar la revancha contra los liberales, las revoluciones y la modernidad. Al menos eso demuestran con su falta de entusiasmo para festejar, con dignidad, el Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución.
Por el contrario, en 1910, el gobierno del presidente Porfirio Díaz estaba en una febril actividad. Se trataba de mostrarle al mundo que México entraba de lleno a la modernidad y el progreso. Se importaba la Bella Época parisiense y europea, para mostrar el mestizaje y los adelantos urbanos. Así se abrió el Paseo de la Reforma para unir el Centro Histórico del Distrito Federal con el Alcázar de Chapultepec; se construyeron vías para unir los pueblos aledaños con el centro administrativo del país. Pero también se trataba de engrandecer a la ciudad de México y se construyeron los grandes edificios: el Palacio de las Bellas Artes, el edifico de Correos, el de Comunicaciones y se iniciaron los trabajos del nuevo Palacio Legislativo, que terminó siendo el Monumento a la Revolución. Eran grandes obras para conmemorar un gran acontecimiento.
100 años después, nada queda del ímpetu de la conmemoración. Se creó una comisión del bicentenario y del centenario, que ha tenido ya cuatro directivas y sus resultados se reducen a una sarta de conmemoraciones escolares y a renombrar actos anuales tradicionales con el tema del bicentenario. El no tener acciones espectaculares, como en el porfiriato, no impide al gobierno federal destinar miles de millones de pesos para una supuesta celebración. Como no hay acciones paradigmáticas, el gobierno panista decretó el secreto para los gastos; sólo se harán públicos 15 años después. Nadie sabrá en qué se gastó el dinero de los supuestos festejos. Pero eso sí, sólo para la tarde, la noche del 15 de septiembre y la mañana del 16 de septiembre se dilapidará la suma de 580 millones de pesos en escenografía lasser, fuegos pirotécnicos y el desfile militar. Cientos de millones de pesos quemados en la futilidad panista A eso se reduce la imaginación de la administración federal sobre la relevancia de los ideales de patria y libertad.
Quizá tienen razón. Sólo los indios y los liberales nos sentimos orgullosos de Hidalgo, Morelos, Allende y Aldama, como de Villa y Zapata. Los conservadores siguen añorando al rey, los virreyes, Iturbide y los fueros. En realidad, no tiene nada que festejar y sí, mucho por añorar.